22 de Noviembre de 2025
Director Editorial Lic. Rafael Melendez | Director General - Dr. Rubén Pabello Rojas

OPINIÓN / México, un diagnóstico político por demás cultural / HUGO ALFREDO HINOJOSA

19a

 

Hace un par de años comenté que, gustara o no, la figura del entonces presidente Obrador marcó un nuevo paradigma en la vida política y cultural de México. Su liderazgo gestó un cambio en el discurso, las dinámicas del poder y el comportamiento de los nuevos actores políticos que, a mi juicio, no estuvieron a la altura del cambio histórico e intelectual que prometía este “nuevo” país. Jugando un poco al abogado del diablo, podría decirse que la reconfiguración de México hacia la modernidad tras la Revolución del siglo XX ocurrió en términos similares. Sin embargo, de aquella gesta surgieron héroes de facto, figuras icónicas que hoy brillan por su ausencia en la transformación del siglo XXI, dejándonos una experiencia incompleta, casi bastarda, de la reconfiguración patriótica del país. Si a Doroteo Arango se le celebró por su valentía y sus acciones en defensa de los desposeídos, en el contexto actual no se glorifica a ningún pseudo-héroe de esta transformación por actos de corrupción. Es importante, claro, guardar las proporciones.

En 2011, cuando fui alumno de David Hare en Londres, el dramaturgo explicó que escribió “The Power of Yes” para analizar y exponer ante la sociedad británica la debacle económica de la primera década del siglo XXI. Más recientemente, en una charla magistral, el filósofo estadounidense Cornel West señaló que Eugene O’Neill, con su obra “The Iceman Cometh”, logró explicar a través del teatro la tensión entre la ilusión y la desesperación que vivía la sociedad tras la Gran Depresión y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. ¿Y nosotros? Hoy, el aparato cultural de México parece inhibir la creación de una obra que, al estilo de O’Neill, nos permita reflexionar sobre nuestra propia realidad y los desafíos de esta transformación.

Siete años después de que Andrés Manuel López Obrador prometiera la “Cuarta Transformación”, México navega en aguas paradójicas. El país refleja simultáneamente un Estado benefactor renovado y las sombras de un poder cada vez más concentrado. La ironía es evidente: un movimiento que surgió criticando al viejo régimen ha replicado, con sorprendente fidelidad, sus estructuras de control hegemónico. Morena no solo gobierna, sino que domina. Con la presidencia, ambas cámaras del Congreso, 24 gubernaturas y, desde 2025, un poder judicial sujeto a elección popular, el partido ha consolidado un sistema de partido hegemónico que parecía impensable en la era democrática. Este autoritarismo competitivo, vestido de legitimidad popular y retórica transformadora, plantea una contradicción inquietante.

Sin embargo, los actores políticos de este movimiento carecen del aparato crítico e intelectual necesario para sustentar su proyecto, más allá de consignas vacías. Esta carencia es frustrante: al no articular ideas sólidas ni consolidar un idealismo hegemónico, la narrativa gubernamental queda plagada de vacíos. Faltan ideólogos; la mera apologética no basta, especialmente cuando la pobreza persiste a la sombra de quienes acumulan riqueza.

La reforma judicial, por su parte, representa el golpe maestro de esta estrategia. Al someter a jueces y magistrados al voto popular, el gobierno no solo desmanteló el último bastión de contrapesos institucionales, sino que politizó irreversiblemente la administración de justicia. Con proporción, debemos reconocer que la división de poderes se ha convertido en una ficción constitucional, mientras el presidencialismo regresa triunfante bajo la bandera del populismo. Más allá del amarillismo estéril, interesa el diagnóstico: ¿hacia dónde va México? Con datos en mano, afirmo sin temor que el futuro del país dependerá de una nueva generación de técnicos [o como queramos llamarlos] capaces de impulsar una transformación armónica con las dinámicas económicas globales.

No somos China, por favor no compremos esa nueva idea que ronda por la cabeza de algunos opinadores de izquierda que desean el control absoluto de la gente.

Por otra parte, la concentración política es el triunfo silencioso de Morena, pero la economía sigue siendo su talón de Aquiles más evidente. En 2025, México enfrenta la paradoja de un gobierno popular que preside la peor contracción económica en cinco años. Con un PIB estancado y proyecciones de crecimiento anémico hasta 2026, la desaceleración expone las contradicciones del modelo gobernante. La narrativa oficial proclama “humanizar” la economía, pero los datos cuentan otra historia: el estancamiento deshumaniza el bienestar económico. Mientras el gobierno celebra no haber aumentado impuestos ni los precios de la gasolina, la realidad fiscal revela el mayor déficit presupuestario en casi un cuarto de siglo. Es como vivir a crédito mientras se predica la austeridad. Sin embargo, ya no es momento de señalar a otros, pues esos “otros” son memoria desde hace casi siete años, y los verdaderos desafíos residen en las fallas del modelo actual.

Asimismo, la contradicción más profunda del modelo morenista radica en su economía “humanista”. Ha logrado expandir masivamente los programas sociales y reducir la desigualdad nominal, pero sin generar las condiciones productivas que hagan sostenible esta redistribución. Más del 70% de los hogares mexicanos recibe algún apoyo estatal, un dato que refleja tanto la eficacia redistributiva del gobierno como la persistente profundidad de la pobreza estructural. Los incrementos históricos al salario mínimo son innegables, pero la pobreza laboral afecta al 33.9% de la población, y la informalidad alcanza al 54.3% de la fuerza laboral. México redistribuye más, pero produce menos. Esta ecuación es insostenible a largo plazo: se puede ser generoso con recursos escasos, pero solo por un tiempo limitado. Nos encaminamos hacia una encrucijada económica.