Como de manera habitual no se ve, en la avenida Ejército Mexicano había un infante de Marina en cada esquina, cuidando los movimientos de todas las personas que caminaban o conducían por ahí.
En los alrededores del aeropuerto internacional Heriberto Jara Corona, además de embellecerlo pintando las señaléticas y podando el pasto, pusieron retenes de la Policía Federal que revisaban unidades sospechosas.
En gran parte de los alrededores del bulevar costero había constantes patrullajes de la Armada de México, de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado y del Ejército Mexicano.
Por aire, dos helicópteros navales daban vueltas por Boca del Río para cerciorarse de que todo estuviera en orden a minutos de la llegada del mandatario nacional.
Sin embargo, la zona más protegida era toda la manzana del World Trade Center (WTC) de Boca del Río, que se convirtió en un búnker por parte del Estado Mayor Presidencial.
Todo empezó desde el domingo por la noche cuando los militares llegaron en cinco autobuses y vestidos de civil empezaron a colocar las vallas en los alrededores, para contener las posibles manifestaciones que pudieran llegar.
Así, el lugar estuvo lleno de policías y militares que no se fueron hasta después de las 15:00 horas, cuando el Ejecutivo nacional ya se había retirado del recinto y entonces, todo volvió a la normalidad: la seguridad para el ciudadano común se desvaneció.