Rubén Pabello Rojas.- En el siglo pasado, a mediados de los años cincuenta, el discurso político se producía a nivel presidencial solamente en los grandes acontecimientos del calendario cívico de la nación. En los informes de gobierno, que eran el momento estelar, el presidente aprovechaba para enterar al pueblo a través del Congreso de la Unión del estado de la administración y del mismo modo, enviar su llamado mensaje político. Este canon era riguroso y se extendía a los gobernadores de los estados y de los, entonces, dos territorios y el Distrito Federal. Si el presidente se salía del formato, la critica comentaba con extrañeza: “el presidente está hablando demasiado”.
La formula era casi sacramental y nadie osaba romperla. Cuando el presidente deseaba que algo se conociera de su gobierno, mandaba al secretario del ramo o al secretario de Gobernación a externar el pensamiento oficial. En la segunda mitad de ese siglo, con el advenimiento de la televisión, poco a poco fue cambiando la estructura comunicativa del mandatario para dar paso a una nueva forma de trasmitir el discurso oficial a la ciudadanía. Casi automáticamente se incorporó la radio hasta entonces restringida a toda expresión de orden político. El discurso religioso estaba proscrito.
Cada vez era más necesario que el presidente hablara y se escuchara su pensamiento y la forma de afrontar los problemas del país y solucionarlos. Así el presidente primero y los mandatarios locales, cuando en las entidades se establecieron sistemas de televisión abierta, tuvieron a la mano la posibilidad de comunicarse con sus gobernados y éstos de contar con una vía para estar al tanto de la actividad de los gobernantes.
De este modo se volvió cotidiano el ver aparecer en imágenes y oír por medio de la radio en los proliferantes noticieros los discursos políticos de los mandatarios. Durante la larga estancia del PRI en el poder, el discurso político de la nación era el discurso de la Revolución, hasta que los desvíos ideológicos y las prácticas contrarias a esos principios, desgastaron paulatinamente esta forma de comunicación oficial. Como consecuencia natural motivada por una urgencia de democratizar al país, sobrevino la alternancia del poder político.
Con el cambio, doce años padeció México otro discurso político en el más alto nivel. Soportó los primeros seis en la boca de un presidente de la República, Vicente Fox, que engañó a muchos inocentes, que creyeron que era la solución del país. Si se recuerda retroactivamente su discurso sobre “tepocatas, víboras negras, tarántulas, alacranes” y otras linduras, se comprenderá por qué ahora defiende tan apasionadamente el uso legal de la mariguana. Ese fue el presidente del cambio. A ver quién no siente ahora vergüenza interna por confirmar la vaciedad de quien ocupó seis años de la vida pública del país, en el máximo grado de poder.
El siguiente sexenio, el de Calderón, fue monotemático, olvidándose de que el país requería de un gobierno enfocado a múltiples ámbitos para su desarrollo, de forma casi patológica, su discurso y la acción política solamente estuvieron dirigidas al combate del crimen organizado en su diferentes manifestaciones. Tema ineludible pero no único, minimizó otros de magnitud toral. Con Fox, barbaridades, ocurrencias, metidas de pata e ignorancia, fueron la constante. Al final, decepción. Con Calderón un solo asunto, inútil repetirlo. Al final, también decepción. De ahí el déficit en materia de reformas a la estructura jurídica del país.
La alternancia del poder nacional y el avance innegable de la fuerza del PAN y el PRD, en aparente detrimento del PRI, como un producto de una democracia balbuceante pero en vías de acotado ascenso, propició que el discurso de la nación se fuera politizando superlativamente, dejando de lado importantísimos capítulos del desarrollo socio-económico que perdió ritmo, interés y atención del gobierno federal, con desviaciones lamentables.
No se volvió a oír la voz de los secretarios de Estado. Sola las palabras unísonas del mandatario sin abordar tópicos de la trascendencia que los mexicanos requerían. Los partidos se apoderaron de la escena en aras del regalo ofrecido por el ejercicio de un voto que por las reformas legales, al respetarse, marcaba un momento inicial, en vías de consolidarse hacia una verdadera práctica democrática. Así los partidos se adueñaron de la escena política, de la agenda y del discurso y todo empezó a girar alrededor, incluyendo al gobierno.
Al recuperar el PRI la presidencia en 2012, un priismo que en realidad nunca desapareció del todo ha dejado ver algunas de las antiguas formas; se comienzan a observar tendencias a las anteriores prácticas del ejercicio del poder. Sin embargo, el presidente Peña Nieto impulsa un programa muy ambicioso e impostergable de reformas constitucionales para todo el país.
Frente a una nueva etapa del país, el ciudadano espera que ese discurso renovador y su correspondencia con la realidad, no se frivolice, que el presidente no aproveche los actos oficiales de alto rango para decir graciosamente que: “no fue penal”, saliéndose del contexto exigente de un tono serio y ubicado a que obliga el dirigirse a la cúpula empresarial de México, reunida.
Igualmente parece un mero chiste coloquial, no un discurso, el aludir a la danza para comparar la acción de gobernar con un baile y sobre todo con la más fea. La hipersensible naturaleza femenina podría acudir al expediente de que se trata de una forma de misoginia. Cómo utilizar esta figura si una dama fuera la titular del Poder Ejecutivo: ¿Bailar con el más feo?
Otro caso que amerita comentario es el del ex gobernador Fidel Herrera, que al participar en una ceremonia religiosa en que ofició como padrino, no como testigo pues no se trató de un acto del registro civil, no quiso hablar. Fidel, como verbo motor natural que es, tuvo siempre un discurso prestidigitador. Su discurso fue, de acuerdo con su personalidad, superlativamente ególatra. Esta vez vino a Veracruz y, raro, no quiso hablar. Si alguien tiene mucho que decir es él, que en el hipotético baile aludido, le toco bailar con las más bonitas.
La verdad es que quien en todo caso baila con la más o con el más feo, es el sufrido pueblo de Veracruz. En fin, se considera que el discurso político debe ser de contenidos, sin tocar linderos ni de trivialidad ni de frivolidad.