José Valencia Sánchez.- Sucede en Xalapa y cualquier población grande, mediana o pequeña del estado y de la república. Pululan hombres y mujeres sin empleo, sin dinero para la manutención de sus seres queridos.
Hace días, en Ávila Camacho, saludé a un amigo que me confesó: “No tengo trabajo, no he comido nada y no quiero ni llegar a mi casa, porque no he conseguido ni un peso para llevar alimentos a la familia”.
En mi oficina me visitan diariamente infinidad de personas para solicitar trabajo, “de lo que sea”, aunque hayan estudiado carrera universitaria. Aceptan cualquier salario, por raquítico que éste sea.
Conozco familias en Xalapa que apenas medio comen una vez al día si bien les va. Y pobre de quien tenga la mala suerte de enfermarse, porque le será imposible consultar al médico y comprar medicamentos por falta de liquidez.
Dramáticas escenas antes vistas sólo en películas, leídas en novelas de ficción de siglos pasados o países remotos, hoy están frente a nuestros ojos, con gente de carne y hueso.
Desempleados desesperados, con disimulada hambre y sin un centavo en el bolsillo, deambulan por calles, oficinas gubernamentales y privadas, domicilios particulares y espacios públicos, con la ilusión de recibir apoyo de alguien.
Mujeres y hombres que en tiempos idos desempeñaron trabajos dignos y decorosos o se dedicaban a negocios lucrativos y vivían con ciertas comodidades y hasta lujos, hoy sufren los efectos de la severa y galopante crisis económica.
Personas amigas, sin ruborizarse unas, soportando su vergüenza otras, piden prestados 50, 20 pesos o menos por necesitarlos con urgencia para adquirir tortillas o cualquier mendrugo para sí o para sus seres amados.
No son flojos ni mendigos, sino desempleados que no encuentran trabajo en empresas privadas, ni en dependencias oficiales. Menos en domicilios particulares, donde otrora había suficiente demanda de mano de obra para diversos oficios domésticos.
Cada noche, padres y madres de familia concilian con dificultad el sueño, por la angustia de no saber si al día siguiente habrá comida para sus hijos.
La única esperanza vislumbrada en lontananza o muy en el fondo de la caja de pandora, es que esta agobiante penuria sea transitoria y no haya venido para quedarse per secula seculorum.