Sin embargo, al asumir el cargo de alcalde, gobernador o presidente, encuentra presupuesto insuficiente para resolver el cúmulo de problemas existentes o siquiera la mitad de éstos y los que van surgiendo.
Entonces recurre a créditos, ejecuta acciones y obras prioritarias y posterga las no urgentes aunque se haya comprometido a llevarlas a cabo.
De lo que considera conveniente, hace lo posible, que siempre es menos de las expectativas y ofrecimientos de campaña.
Ciertos candidatos carismáticos terminan como repudiados gobernantes. Y de vez en cuando, un impopular candidato se convierte en extraordinario estadista.
Obvio, muchos políticos ansían el poder para enriquecerse a ultranza. Otros realmente desean servir, pero son incompetentes. Son escasos los que ingresan a la historia por la puerta grande.
Creo que Enrique Peña Nieto, Javier Duarte de Ochoa y Américo Zúñiga Martínez, por ejemplo, conquistaron el poder para servir y no para servirse. El tiempo, las circunstancias y, sobre todo, el pueblo ubicarán a cada uno en su exacta dimensión histórica.
Hoy no podemos aún calificar su gestión, ni siquiera decir que pudieron pero no quisieron, gobernar bien a sus paisanos.
La percepción ciudadana va en el sentido de que los políticos son mentirosos, incompetentes… y corruptos. Acaso se salvan unos cuantos.
Dentro de unos años, cuando ya no estén en los puestos que hoy desempeñan, sabremos si Peña, Duarte y Zúñiga cumplieron o decepcionaron a sus electores.
En fin, la felicidad del noviazgo no siempre se parece a la realidad del matrimonio.