Aparentemente somos conscientes del inminente peligro, pero sólo hablamos del tema y criticamos a las autoridades y poco o nada hacemos para enfrentar este apocalíptico jinete que cabalga hacia nosotros a vertiginosa velocidad para arrollarnos más pronto de lo imaginable.
Pareciera no importarnos esta aterradora situación o simplemente preferimos cerrar los ojos y negarnos a ver la siniestra realidad como si de esta forma se resolviera el problema que indefectiblemente puede conducirnos al exterminio de la raza humana.
Hace unos días, un angustiado padre de familia visitó a su vecina y le pidió permiso para utilizar su llave y llenar de agua una o dos cubetas. En su casa no había ni gota debido al tandeo por el estiaje. La dama titubeo unos instantes, temerosa de más tarde ella misma sufrir de escasez, pero accedió a la petición.
Escenas similares se viven a diario en colonias y diversas zonas de la ciudad.
Cuando el desabasto nos alcance, aquí y al otro lado del orbe, las peleas personales y las guerras entre naciones se originarán no por el oro, el petróleo o cualquier cosa por valiosa que parezca, sino por la posesión y control del agua.
Lo paradójico hoy, es que mientras en ciertas temporadas las lluvias causan estragos por las inundaciones y esta abundante agua se riega por doquier, en épocas de calor padecemos por la escasez, los animales mueren de sed y el campo no produce alimentos.
Preparémonos para las inundaciones por las lluvias que ya están aquí y para el desabasto por la galopante sequía en puerta, en un eterno círculo vicioso al no ser capaces de evitar el desperdicio del agua cuando cae en cantidades industriales y llorar cuando la necesitamos en tiempos de estiaje.
Aún estamos a tiempo de tomar el toro por los cuernos e invertir en obras para reciclar el agua de lluvia tantas veces sea posible.