Si Colosio no hubiera muerto…
No se trata de manchar la memoria de quien ha partido hacia ignotas y remotas dimensiones. ¡Ni lo quiera Dios!, dirían las abuelas ancestrales. Sin embargo, a 20 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio, justo es reconocer que no tuvo la oportunidad histórica de demostrar si habría sido o no un gran patriota, demócrata o reformador.
Acaso por estas fechas en vez de recordarlo como héroe o mártir, estarían odiándolo como a Salinas o Echeverría por mencionar a los más vilipendiados. Nunca sabremos a ciencia cierta cómo habría ejercido el poder presidencial.
Lo conocí como candidato, como muchos veracruzanos, durante su visita a Xalapa. Me pareció un buen hombre, honesto –hasta donde un político encumbrado puede ser honesto, pero también lo percibí distante, distraído e incluso preocupado.
Había algo intangible e inefable que no le permitía concentrarse en su campaña. Como si presintiera su trágico final.
Aquella tarde del 23 de marzo del 94, Jacobo Zabludovsky dio la ominosa noticia: ¡Luis Donaldo Colosio había sido herido de bala! Horas después, Liébano Sáenz, confirmó el deceso del candidato presidencial priista.
Al día siguiente volé a París y allá me enteré que el candidato sustituto y futuro presidente de México sería Ernesto Zedillo Ponce de León.
En Europa la mayoría de la prensa publicó de manera destacada la información sobre la dramática muerte de Colosio.
Hoy le atribuyen mil y una virtudes y méritos de los que tal vez carecía. Con la muerte de Donaldo nació el mito o la leyenda. Quedan muchas preguntas sin respuestas: ¿Quién o quiénes ordenaron su ejecución? ¿Fue Carlos Salinas de Gortari el autor intelectual? ¿O su hermano Raúl? ¿Sería José María Córdova Montoya? ¿O el crimen organizado? ¿Por qué lo mataron? ¿El magnicidio fue obra de un asesino solitario? ¿Mario Aburto realmente le disparó? Quizás la verdad jamás se sepa.