Rebecca Arenas
Democracia sin ciudadanos, un enfermo en estado terminal.
En los días turbulentos que vivimos, en donde propios y extraños admitimos que las cosas en México continúan empeorando, reconozco una vez más, el talento visionario de José Elías Romero Apis, el eminente abogado, autor del ensayo, Sobre la Evolución del Crimen y sus Etapas, elaborado hace casi dos décadas, en donde nos describe la última de las etapas, la novena, a un crimen organizado decidido a asumir el poder. Ya no más negociar con él, sino sentar a un miembro de su grey, en las alcaldías, las gubernaturas, y hasta en la silla presidencial.
Lo importante de este ensayo, es que cada una de las etapas descritas ha venido ocurriendo con asombrosa precisión, y dado los aterradores escenarios que se repiten a diario en todas partes del país, podríamos estar cerca de la última. De ser el caso, los ciudadanos tendríamos que hacer algo, porque éste es el único país que tenemos, y no podemos quedarnos cruzados de brazos, viendo cómo se derrumba.
Una alternativa es actuar organizadamente, diseñando estrategias que nos permitan tener espacios legales garantizados, para llevar el seguimiento de los quehaceres ejecutivos y legislativos; para hacer contrapeso al poder omnímodo que hoy tienen partidos y gobiernos.
La otra opción es callar y obedecer cual vasallos, si no se tiene el valor de oponerse a importantes decisiones tomadas por intereses ajenos, que afectan negativamente nuestra vida diaria. El caso de la aprobación del cabildo xalapeño, de la construcción de un gasoducto que atravesaría la capital veracruzana, para el exclusivo beneficio de una trasnacional avecindada en nuestra tierra, sin consultar en ningún momento a la ciudadanía, es un ejemplo de irresponsabilidad, engaño y abuso del poder. Allá quienes aún confíen en el alcalde instigador de tales trapacerías, porque las repetirá. La condición humana no cambia.
Vivimos el símil de aquel juego de niños llamado Juan Pirulero, en donde cada partido político atiende a su juego. Juego en el que sólo participan las cúpulas, excluyendo a la base militante y por supuesto, a la ciudadanía que no milita pero sí vota. A las bases se les convoca al final, como mera comparsa, para que aprueben lo que las cúpulas partidarias en acuerdo con otras cúpulas, decidieron previamente. Para cumplir con la ley, pero sólo de forma.
¿Qué quieren los grupos facticos infiltrados en los partidos políticos? Terminar de adueñarse del país, desde el más pequeño pueblo hasta las más sofisticadas y prósperas poblaciones de los Estados; negociar la mermada riqueza que aún conserva México; desde la venta del agua, hasta la concesión, de lugares estratégicos como el Itsmo de Tehuantepec, o la Península de Baja California, cada vez más habitada por población extranjera. Los riesgos son muchos, pero baste recordar que hoy día, en cada pequeña comunidad a lo largo y ancho de nuestra geografía, la respuesta de la gente es la misma: “Un día llegaron los malos y se adueñaron del pueblo, ahora quitan y ponen a los que dizque gobiernan” Alarmante respuesta que supera toda ficción.
Llevamos muchos años inmersos en una sucesión de escándalos que ha puesto por los suelos la confianza de la ciudadanía en sus instituciones gubernamentales y en los funcionarios que las detentan. La moral pública está deshecha, y la clase política no ha mostrado tener altura de miras para anteponer a sus intereses personales o de grupo, los intereses que importan al país.
México requiere de una ciudadanía informada, que respete y practique los valores democráticos que hacen posible la vida armónica en sociedad; que decida con libre albedrío sin dejarse manipular; que privilegie el compromiso colectivo sobre el individual; que sepa organizarse y actuar desde la civilidad. Pero una ciudadanía así necesita construirse, es una tarea de gran calado, que no contará, ya lo hemos visto, con el apoyo del poder público.
Pero necesitamos construirla a como dé lugar, si queremos empezar a resolver los problemas de poder, dinero, corrupción, impunidad y mentira que mantienen a México igual que a un enfermo en fase terminal.
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