Cecilia Muñoz
La masculinidad: ese conjunto de valores y costumbres que hace de los hombres lo que son; ese continuo de características que encierra la mística de su existencia… en un cuadrado tan pequeño, pero tan pequeño, que es ridículamente fácil salirse de él para someterse, precisamente, al ridículo.
Y en tanto, el ingenio humano es tan basto que siempre está ideando nuevas formas de hacer escarnio, al mismo tiempo que rectifica lo que es normal y lo anormal. Una fórmula que es prueba de ello y que tiene un par de años pululando de aquí a allá es “un hombre que (inserte aquí alguna actitud o actividad estereotípicamente –según– “femenina”), una amiga más”.
Algunos ejemplos, cortesía de Twitter, son: “Hombre que le gustan los yorkis, una amiga más”, “Hombre que se empeda antes que su vieja, una amiga más”, “Hombre que escribe 'holi', una amiga más”, “Hombre que se enferma por comer en la calle, una amiga más”, “Hombre que lee el horóscopo, una amiga más”, “Hombre que saluda a los meses de año, una amiga más”, “Hombre que solo comer 3 tacos, una amiga más”, “Hombre que se depila las cejas, una amiga más”; “Hombre que sabe de moda, una amiga más”, “Hombre que ve la luna, una amiga más”, “Hombre que sabe identificar tres tonos de azul, una amiga más”…
“¡Ah, pero si es un chiste!”, dirán. Vale, un chiste que asume que hay cosas que sólo las mujeres pueden hacer, desde las cuestionables como saludar a los meses del año o, incluso, leer el horóscopo, hasta gustar de un Yorkshire terrier, una raza de perros pequeños al parecer condenados a nunca tener dueños varones, no vaya a ser que pongan en entredicho su masculinidad. ¿¡Qué culpa tienen los perros!?
¡Y qué decir de los artistas de la moda, la pintura o la fotografía! Hay que ir a las casas de diseño y a las facultades de Arte a informarles que por favor, no vayan a conocer más de tres tonos de azul, que eso no es de hombres, por mucho que deseen ser el próximo Renoir. Y si son uniceja, bueno, acéptenla, ¡unas pinzas podrían romper su masculinidad!
Así, de chiste en chiste, se va configurando lo que es aceptable y lo que no para que un varón sea considerado como tal, puesto que no hay nada peor que pertenecer a un género y no “honrarlo”. Pero el mensaje no llega sólo a los hombres, sino también a las mujeres, a niños y niñas, quienes a su vez participarán en la vigilancia de la normalidad masculina (y de paso, de la femenina) a través de la crítica, el señalamiento, o la burla que desemboca en la marginación y discriminación.
“Hombre que (…) una amiga más” no sólo recurre a la infravaloración de lo “femenino” que resta masculinidad, sino también a la figura del “amigo gay” de la mujer que termina siendo como una más de sus amigas, no en tanto sea confiable o compañía agradable, sino como un sujeto que nunca será material para una relación. El chiste funciona porque pone en duda el mayor valor de la masculinidad: la heterosexualidad.
Sí: entre risa y risa, la homofobia se asoma. Pero como es un chiste, no hay de qué preocuparse. ¿Que qué pasa con el adolescente que se depila la ceja, con el que mira con romántico o científico interés la luna, con el que quiere hacer de la moda su carrera? Burlémonos de ellos, hagámosles saber que sus decisiones y preferencias los harán motivo de risa y, de tanto en tanto, de ataque. Después de todo, que México sea el segundo lugar mundial en crímenes por homofobia, o Xalapa, el primero a nivel regional, no son motivos para preocuparnos o cuestionarnos nuestro “humor”. ¿O sí?
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