Francisco Cabral Bravo
Dicen por ahí que cada crisis representa una oportunidad. Quizá así sea, aunque también cabe la posibilidad de que solo sea una fase prefabricada que funciona como herramienta de relaciones públicas o de discursos optimistas pero huecos. Hoy México vive sus propios problemas y el embate de una tormenta que viene de fuera. Hoy lloramos porque el tablero comercial cambió derivado del nuevo gobierno en Estados Unidos. De poco servirá el argumento de que Norteamérica está integrada en cadenas de valor irrompibles, si lo que Donald Trump quiere es garantizar que los empleos manufactureros regresen forzosamente a su país. Trump podrá estar mal con las premisas con las que aborda el caso, pero quiere las medallas, y ya vimos que está dispuesto a cumplir al pie de la letra sus promesas. Incluso en el sexenio de Felipe Calderón se barajó la idea de un acuerdo de libre comercio con Brasil, y surgieron fuertes críticas del empresariado, que afirmaban que ya era demasiado.
Hoy cruzan los dedos y prenden veladoras para que la renegociación sea exitosa. Que le recen a San Luis V, un famosos y destacado promártir. Vemos a Trump y su desprecio por todo lo distinto a él como lo ajeno, como una amenaza. Sin duda lo es, pero quizá no es tan ajeno como nos gustará creer que es. Pocas empresas mexicanas se hicieron verdaderamente globales en los últimos 23 años. Vivimos un cambio de época. Muchos lo han señalado. Parece cada vez más claro; dejamos atrás un momento histórico y nos encontramos al inicio de otro distinto. Pero ¿qué significa exactamente eso de “cambio de época”, en qué consiste, por qué importa y qué implica?
Un cambio de época supone una transformación en la estructura real del mundo, pero también y sobre todo, una experiencia compartida de que la partitura básica que, hasta antes del quiebre, nos permitía organizar significados y sentidos inteligibles, resulta cada vez más inútil para entender el mundo e intentan predecirlo. Una situación análoga a como sí, de pronto, las notas musicales asociadas a las teclas de un piano dejaran de emitir los sonidos previsibles desde la pauta vivida como cierta. Fa cuando pulsamos la tecla Do y Sol cuando pulsamos la negrita del Fa menor. Y eso, a veces a ratos, y a ratos con otra cosa; todo desordenado, todo patas para arriba.
Así es este cambio de época que estamos viviendo, A eso sabe, así se siente. Patrones, asumidos como inmutables, evaporándose. Dificultad in crescendo para construir narrativas, explicaciones, mediciones y predicciones que nos permitan entendernos y sentir que entendemos y controlamos el mundo que nos rodea. Reitero, partitura básica rota; el sentido y significado, asumido como cierto y natural, de los actos, los gestos y los eventos volando por los aires.
Dos ejemplos, adicionales y especialmente elocuentes y concretos, de este cambio de época, entendido como quiebre de la partitura básica de regularidades y significados son: la creciente inutilidad de las encuestas y la transformación de las líneas divisorias en el electorado de Estados Unidos y otros tantos países.
Durante muchas décadas, las encuestas proveyeron a los gobiernos, políticos, empresas y ciudadanos instrumentos de medición centrales para conocer las preferencias de las personas y para estimar las decisiones probables de votantes y consumidores en el futuro. Ese poder de las encuestas ha venido a la baja y está haciendo agua, fudamentalmente, porque los supuestos (la partitura básica) en los que se fincaban se corresponden cada vez menos con la realidad. Los ejemplos de ello abunda, entre otros: Brexit, Colombia, elecciones presidenciales en Estados Unidos. Las empresas grandes hace tiempo tomaron nota y han venido desarrollando nuevas formas (fundamentalmente, cualitativas) para conocer los hábitos de sus consumidores. Gobiernos, políticos y público en general estamos rezagados y crecientemente desnudos de guías y referencias.
Ha venido ocurriendo algo similar en relación a los perfiles de los votantes y los clivajes electorales. Hasta hace poco en Estados Unidos, por ejemplo, la probabilidad de que una persona con altos ingresos votara republicano tendría a ser alta.
En la elección presidencial de 2016, sin embargo, un número creciente de ricos votaron demócrata. En sentido similar y siguiendo con Estados Unidos, solía ocurrir en particular, desde Reagan y hasta antes de Trump que una persona contraria al aborto tendiese a estar a favor del libre comercio y a votar republicano.
En la última elección presidencial de ese país, sin embargo, una proporción muy importante del voto por el candidato presidencial republicano provino de votantes que estaban, al mismo tiempo, en contra del aborto y en contra del libre comercio.
Otra vez: la vieja partitura que nos hacía comprensible el mundo, rota. En un momento histórico marcado por la inoperancia de las viejas certezas y por el aumento exponencial de la imprevisibilidad y la incertidumbre, encuentro que tenemos como individuos y como país tres sopas posibles. Primero, aferrarnos a la partitura rota y seguir haciendo encuestas y/o construyendo escenarios “probables” a partir de ella. Segundo, dejarnos avasallar por la incertidumbre y el miedo, y quedarnos pasmados. Tercero, asumir de lleno, que, frente al quiebre de las regularidades, significados y certezas conocidas, como dijera Abraham Lincoln (en su propio cambio de época), “La mejor manera de predecir el futuro es creándolo”. Es decir y a pesar de sus muy incómodos riesgos, jugárnosla y construirnos futuro. ¿Por cuál votan?
Los tiempos modernos exigen caminos diplomáticos diversos, habilidades negociadoras, ópticas integrales que agrupan temas y rubros que coloquen en la balanza el comercio, junto a la seguridad fronteriza, la migración en un marco normativo, regulado, acordado y negociado, la lucha y el combate conjunto al narcotráfico, la cooperación ambiental. Me inclino preferentemente por el pragmatismo frío, mesurado, calculado, donde la evaluación de daños y perjuicios, frente a ventajas y beneficios se haga de forma quirúrgica. Son tiempos de unidad nacional, de cerrar filas.
Es momento de apostar por la globalización en todo sentido, y no permitir que los ignorantes impongan un discurso de exclusión y supremacía que solo conduciría a la destrucción.