Cecilia Muñoz
“Qué vergüenza que todo les parezca actos de discriminación…”; “esto es ‘mobbing’ (acoso laboral) de partes de estas feministas”; “si te piden DECORO y te ofendes… ¿qué clase de persona eres?”; “¿qué tiene de malo pedir que se vistan decentemente? No tiene nada de malo”. Estos fueron solo algunos de los pensamientos que colmaron las redes sociales, tras el despido de Luis Antonio Ávalos Amaya de la Dirección de Servicios Generales de la SEV por haber girado un oficio en el que se le pedía a las empleadas de la Secretaría “vestir con decoro”.
Pero para empezar, definamos: ¿qué es “decoro”? De acuerdo con la tercera acepción de la RAE, “decoro” es “pureza, honestidad, recato”; y según el Diccionario del Español de México: “Respeto y consideración que se guarda a la dignidad de una persona o de alguna entidad”. Si nos vamos a la búsqueda de ejemplos más gráficos, Google Imágenes nos ofrece la opinión de los cristianos al respecto con citas bíblicas y fotografías de mujeres ataviadas con faldas o vestidos largos, con nada ceñido al cuerpo… “Sin andar provocando”, dicen.
De acuerdo con esto, observamos que el “decoro” tiene fuertes implicaciones morales y según la búsqueda en Google, que se le adjudica más que nada a las mujeres, cuyos cuerpos deben ser cubiertos con modestia y recato para no provocar pensamientos impuros en, por supuesto, los hombres. De entrada, podemos además asumir que la dichosa palabra tiene raíces o connotaciones religiosas, lo que vendría a darle al traste a la supuesta laicidad del Estado. Como pilón, podemos empezar a hablar de la “cultura de la violación”: todo el engranaje cultural que normaliza las agresiones sexuales contra las mujeres y en cuya base se encuentra la sempiterna pregunta: “¿Y qué llevaba puesto cuando ocurrió?”, o: “¿y vestida así cómo no quiere que le falten al respeto?”.
Así que, ¿por qué las mujeres y especialmente las empleadas de la SEV se molestaron con el mencionado exhorto? Porque tal es un recordatorio de que sus cuerpos no son solo vehículos de sus pensamientos ni depositarios de sus “yo”, sino sospechosos de provocación y, por lo tanto, peligrosos para ellas… porque lo son para ellos.
Y no, no se trata de la ropa ajustada o corta, sino del cuerpo en sí. Porque en cuanto se insinúa una curva o un poco de piel perteneciente a los miembros del cuerpo considerados socialmente atractivos o sexuales, el mundo se acaba. Tan solo hay que pensar en los debates que ha suscitado la lactancia en espacios públicos. O en las escuelas que han reglamentado que las estudiantes no pueden llevar ciertas prendas para no “distraer a sus compañeros… y profesores”.
Desconozco la situación al interior de la SEV. No dudo que, como ocurre en muchas oficinas, en horario de trabajo se realice ventas por catálogo o que haya alguna empleada que llegue a maquillarse a su cubículo, así como seguro hay empleados que están más pendientes de su Facebook o que andan fijándose cuál compañera llegó sin vestir con “decoro”.
Sé, además, que hay oficinas donde hay un código de vestimenta y que parte del performance “Godínez” tiene que ver con la ropa. Y en ese sentido, estoy segura de que las mujeres, como los seres humanos funcionales que somos, tenemos la capacidad de discernir entre lo que es formal e informal, apropiado e inapropiado para el trabajo. ¡Si tan solo Luis Antonio Ávalos se hubiera limitado a establecer “formalidad” en el vestir para todos sus empleados! Así éstos se hubieran limitado a pensar “ok, tenis no, saco sí”, ¡pero tenía que meter la cuchara de la moralidad…!
Por cierto, la única noticia que encontré acerca de Luis Antonio Ávalos que no tuviera que ver con la misoginia de su oficio fue una de 2011 acerca de la entrega de escrituras a personas que regularizaron sus terrenos. En ésta, se le señala como arquitecto jefe de la Unidad de Vivienda… ¡Qué currículum tan curioso! ¡De la Unidad de Vivienda a la SEV! Habrá que estar pendientes… ¡quién sabe dónde acabe cuando se olvide esta polémica!
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