Cecilia Muñoz
El miércoles pasado, a 50 adolescentes varones les negaron la entrada a clases en la Secundaria General Número 6. La prensa veracruzana publicó que esto se debió a que la directora del plantel consideró que los cortes de cabello de los alumnos eran “de moda”, una característica que a menudo se equipara con la trasgresión de las reglas, entendidas éstas como “principios ejemplares”
Miro las fotos que reportan la noticia esperando ver peinados estrafalarios, quizás algún cabello pintado de un color poco natural, pero nada. El cabello de los muchachos es corto, modelado con lo que imagino que es gel; lo más “trasgresor” que veo es que alguno en los laterales se ha rapado, dejando la mayor cantidad de cabello en la parte central de la cabeza, un corte que Cristiano Ronaldo puso de moda. Pero de acuerdo con los estudiantes, la única especificación que la escuela les dio acerca de sus peinados fue la de llevar el cabello corto. Y lo cumplieron.
Como es natural, la Comisión Estatal de Derechos Humanos ya abrió una queja en contra de esta medida y por su parte, el director general de Secundarias del Estado, Reyes Martínez Romero, admitió que ya se le llamó la atención a la directora de la secundaria, a la vez que aceptó que no se le puede negar el acceso a la educación a los niños bajo ningún pretexto, mucho menos que lleven “cortes de moda”.
También afirmó que este es “el primer caso de esta naturaleza que se presenta” e imagino que habla del estado, o quizás del periodo que lleva en el cargo, aunque algo se le escapa: si bien no se ha reportado en fechas recientes discriminación escolar por la apariencia física de los alumnos, las escuelas en efecto suelen llevar un control de ésta.
Seguro recuerda las normas que tenía seguir como estudiante. Quizás en algún momento le tocó ser víctima del peine -¡o la tijera!- de la autoridad escolar que consideraba demasiado infractor su peinado. Si es mujer, tal vez le quitaron los accesorios de su cabeza por algo tan superfluo como que no eran del color establecido en el reglamento…
Aún recuerdo, por ejemplo, el asombro de mis compañeras de secundaria cuando un día tuve el “atrevimiento” de ponerme un pasador azul marino, puesto que el reglamento prohibía el uso de accesorios para el cabello que no fueran de otro color que el blanco, bajo la pena de retirarlos.
¿O qué tal aquella mañana fría, ya siendo bachiller, en la que descubrí que la sudadera del uniforme no se había secado? ¡Pues me llevo un suéter que no quiero enfermarme! ¡Pues me lo quitan a la entrada por no ser parte del uniforme y a temblar se ha dicho!
Pregunto y he aquí dos ejemplos más: “No te dejaban ir a los eventos (de la banda de música) si llevabas el cabello largo (siendo varón)… te decían: ‘¡No te subes al camión así!’. Nos los cortábamos antes de subir”. Y: “Una vez me regresaron (en la entrada de la secundaria)… ¿Qué hice? Me metí por el otro lado”.
Algunos estarán de acuerdo con que lo ocurrido con los alumnos de la General Número 6 fue una violación a sus derechos humanos, pero quizás también disculpen el acto argumentando que la etapa escolar es un periodo de formación en el que es necesario enseñar a acatar reglas. Concedamos ese punto, pero preguntemos: ¿preferimos educar a los jóvenes para que obedezcan reglas sin chistar, o para que las analicen y las critiquen cuando hace falta? O bien, ¿seguiremos defendiendo una formación escolar que homogeneiza al estudiantado y le sanciona cuando de una u otra forma expresa su desarrollo como individuo?
No se trata de entrar en anarquía y quemar todos los reglamentos escolares, sino de analizarlos y argumentar con razones que vayan más allá del “porque así es” cada regla que resulte problemática, así como de escuchar a los estudiantes que, como las personas que son, también tienen algo que decir. A veces con palabras, otras, con sus peinados.
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