León Krauze
El electorado mexicano tiene que aprender a no olvidar. Nuestro sistema político se ha nutrido de la compra de voluntades y de la amnesia de votantes
La capacidad del electorado de evaluar el desempeño de un funcionario público para luego recompensarlo o castigarlo según corresponda es, en muchos sentidos, la gran prueba de madurez para una sociedad que vive en democracia. No hay valor más fundamental que la rendición de cuentas. Si el votante rehúye juzgar de manera contundente a quien le gobierna, el incentivo para la clase política tenderá hacia la impunidad y el descaro: ¿para qué estar a la altura de las promesas hechas en campaña si el electorado no se anima a sancionar?
Por supuesto, la rendición de cuentas puede también reivindicar los mecanismos de la democracia. Pienso, por ejemplo, en la elección del 2009 en Sonora. Apenas sesenta días antes de la votación para gobernador, el priista Alfonso Elías Serrano superaba en las encuestas al panista Guillermo Padrés por al menos quince puntos porcentuales. El sondeo de Mitofsky de principios de mayo le daba 17 puntos de ventaja al candidato del PRI, partido hegemónico en tierra sonorense. El polémico gobernador priista Eduardo Bours dormía tranquilo.
Y entonces, la tragedia. El 5 de junio, exactamente un mes antes de la elección, Hermosillo vivió el horror de la Guardería ABC. La muerte de 49 niños en aquel infierno imposible de olvidar marcó un parteaguas en la historia de la sociedad sonorense. A la tragedia le siguieron treinta días de intenso duelo e indignación. La incapacidad, la desvergüenza y el cínico lavado de manos de las autoridades estatales —incluyendo a un Bours patético que aseguraba dormir “como un bebé”— abrieron aún más una herida de por sí profunda (claro: las autoridades federales no se salvaron de errores fatales y “deslindes” cínicos, pero esa es otra historia).
Tuve la oportunidad periodística de estar en Hermosillo el 5 de julio, día de la elección. En la víspera tuve el privilegio moral de acompañar a miles de hermosillenses que desfilaron por las calles junto a los padres de los niños fallecidos, llorando su dolor inenarrable. Después, en la jornada electoral, los vi verter en las urnas aquella rabia. A pesar de la enorme ventaja que tenía solo un mes antes, Elías Serrano perdió por 4%: una voltereta de veinte puntos. La razón es indiscutible. La tragedia de la Guardería ABC obligó a los sonorenses a exigirle al priismo una inmediata rendición de cuentas. El veredicto no pudo ser más claro: quien gobierna en tiempos de una tragedia evitable no merece volver a gobernar.
Aunque la explosión de Tultepec no es la Guardería ABC (casi nada es la Guardería ABC, francamente), ni la reacción del gobierno del Estado de México ha equivalido a la cátedra de pequeñez de conciencia de quien gobernaba Sonora hace siete años, no es imposible que la tragedia múltiple del mercado de pirotecnia mexiquense incida en la elección estatal del año que viene. Aunque el dictamen de lo que sucedió en Tultepec tardará en llegar, las autoridades del estado y del municipio no pueden escudarse, por ejemplo, en el pretexto de los usos y costumbres de la gente de la zona. La tradición laboral de los artesanos de la pirotecnia de Tultepec no justifica la tragedia, ni siquiera la explica. En cierto sentido la agrava. Es de Perogrullo: si el mercado de San Pablito ha sido un polvorín de inestabilidad y peligro histórico, las medidas de seguridad y la supervisión tendrían que haber estado a la altura. El tristemente célebre Instituto Mexiquense de la Pirotecnia —que es parte del gobierno estatal— tendría que haber prevenido cualquier contingencia, sobre todo una explosión de este calibre.
Por eso, aunque el gobierno del Estado de México haya puesto en marcha la operación de manejo de crisis (con golpeadores en redes sociales incluidos), resulta deseable que la indignación por Tultepec sea parte del debate rumbo a la elección del 2017. El electorado mexicano tiene que aprender a no olvidar. Nuestro sistema político se ha nutrido por años de la compra de voluntades y de la amnesia de los votantes. Ambos vicios merecen ser erradicados lo antes posible. Los jóvenes jerarcas del PRI tratarán de convencer a los electores de que el legado de corrupción del partido no existe. Lo mismo tratará de hacer Eruviel Ávila con sus propias omisiones. Muchos más intentarán un truco de magia parecido, no todos —ni de lejos— miembros del PRI. Sobra decirlo: el PAN tiene su larga cola que le pisen, lo mismo que varias voces de la fracturada izquierda mexicana. Corresponderá a los electores no caer en el engaño. La amnesia y la ignorancia erosionan la democracia; la implacable rendición de cuentas la fortalece.