Isael Petronio Cantú Nájera
Confundidos, alienados, exacerbados en su ego, los individuos raramente se entienden como el resultado del “ser social”. Yo, soy yo… y a partir de ahí, que cada quien se rasque con su propio ego.
Pero y la “consciencia social”, ese estado sicológico, de sentirse parte del pueblo, de una clase social, de un partido, de un equipo, de una marca, de una nación, de un mundo… ¿dónde queda? ¿Es una entelequia? ¿Por qué entonces llegamos a consumir masivamente el mismo refresco y nos ponemos la misma marca de calzones?
Porque somos masas que reproducimos pautas de conducta que refuerzan al grupo con un pequeño toque de individualidad. Coexiste en nosotros lo gregario y la individual; esto de lo individual es lo que presenta mayores conflictos ante la formalidad del todo, y es lo que se escinde entre el querer y el deber; entre lo racional y lo irracional; entre lo socialmente aceptado y lo rechazado, es el nudo de la tragedia entre el heroísmo y el adocenamiento general.
Nuestro país (¿nuestro?) ha quedado ayuno de héroes individuales y los antihéroes han brincado al “lado oscuro” y crecen en el detritus de una sociedad marcada por la corrupción, la demagogia, la sevicia y la glotonería por sucedáneos narcóticos ante la frustrada felicidad. No hay orgasmos, hay cocaína, la cual sustituye la acción fisicoquímica de la dopamina en los mismos centros del placer del cerebro.
En medio del desastre, de esos individualismos perversos y contrarios a todo bien común, las masas se mueven agitando el todo, una suma de voluntades que puede ser un juego “suma cero” al contrario de los juegos “cooperativos” o de ganancia-ganancia.
Nuestros líderes de izquierda, dentro de su individualismo y su alienación, hoy es eso lo que juegan: lo que uno gana el otro lo pierde y no suman como en los juegos cooperativos. Aquellos, al repartirse una tajada más grande del pastel, le dejan una más chica al otro. En los juegos cooperativos, se hacen dos pasteles y se reparte más. (Teoría de Juegos)
No importa que se les demuestre con “cerillitos” que si se gana el gobierno del Estado mexicano, todos pueden ganar más, no. Lo que les interesa es satisfacer su ego, su egoísmo; y por eso, está resultando arto difícil conjuntar una propuesta unitaria o de alianza o de coalición entre las izquierdas con el fin de derrotar al PRI.
Argumentos para denostarse por su conducta individual existen hasta en exceso, desde los obvios de corrupción hasta los de preferencias sexuales y por supuesto de los de género; también, y curiosamente en menor medida: los ideológicos o más bien los programáticos.
De estos últimos a decir verdad, y dada la relevante experiencia del triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos, las precisas identidades, entre la demagogia y un programa social y democrático que incremente los niveles de bienestar de la mayor parte de la gente: ha perdido su línea divisoria. Un relativismo axiológico execrable ha crecido y tiene nombre: los tiempos de la postverdad.
Mientras la nata política se cuaja en su propio queso, abajo fermenta una revolución informe que ya tiene números de víctimas y sus territorios de poder en manos de narco-guerrillas.
¿Qué gana el candidato cuando es el candidato de los narcos? ¿Qué gana un partido cuando su alianza contrahecha entre estrategias contradictorias (PRD/PAN) sólo le agencias cargos a los líderes como individuos y no como representantes de la institucionalidad partidaria? Nada. Suma Cero. El ejemplo de este forma perversa de hacer política son los doce años de alternancia del PAN en la presidencia de la república. Ahí está la numeralia: más corrupción, más pobres, mas izquierda dividida… eso sí, nuevos ricos, y los viejos ricos empobrecidos, bueno no todos, el factor de acumulación del capital sabrá premiar a los menos.
¿Quién le dijo a los líderes de las izquierdas que solos valen más que el todo o que aliándose con la derecha se ganaría más para el bienestar del pueblo? La poderosa derecha del sistema, los mecanismos conservadores del viejo régimen. Los poderes fácticos del sistema que machaconamente dividen, echan bravatas, amarran navajas y tumban a caballazo limpio toda idea de “unidad dentro de la diversidad” a las fuerzas de izquierda o simplemente progresistas… pero también esos liderazgos que revisados uno a uno, tienen las fortunas suficientes como para “negociar” en la política, para que cambie, pero sin cambiar nada, porque sus intereses ya no están con los intereses de las “mayorías” sino consigo mismo, con su riqueza personal.
O mejor, como lo diría Sabina, en su Muro de Berlín.
Ese que "al capitán goma dos"
Con spray pintaba en la pared,
Sufre de exceso de colesterol
Si fluctúan los tipo de interés.
Y tiene un adoquín
En su despacho
Del muro de Berlín.
Esos, los conversos, los que desde su ego decidieron volverse capitalistas de a de veras ante el miedo, la cobardía, o la frustración de no ver la revolución socialista triunfante, pero militan en la izquierda, son los que más daño hacen a la solución de la actual crisis política, económica y social del país. Ya no les conviene seguir luchando, mejor medran del sistema de la corrupción.
Todo es dialéctico para bien del propio desarrollo natural de las sociedades y dentro de la escoria, otros ciudadanos menos egotizados, más socializados, impulsarán la basta unidad de las izquierdas para enfrentar la otra bastedad: la de un sistema capitalista que se niega a morir y se reproduce por etapas a costas de millones de víctimas propiciatorias.
No dudo que dentro de las izquierdas partidarias y sociales esté floreciendo la idea, vieja y nueva a la vez, de que la unión hace la fuerza y de que por encima de liderazgos egocéntricos, está la racional toma de decisiones de mayorías informadas y participativas… hacia allá vamos y vamos bien.
Vamos hacia la recuperación del “yo” social; de la construcción de un nuevo Estado cuyo eje central sea el hombre mismo y no la pura ganancia del capital; vamos hacia la construcción de una nuevo gobierno ajeno del autoritarismo y pleno de una ciudadanía participativa que en su acción conjunta se viva una gobernanza democrática; donde la rendición de cuentas sea lo habitual y no lo excepcional; donde el Estado de Derecho sea garante de la libertad de todos y cada uno; donde el papel social del Estado, garantice plenamente los derechos humanos del pueblo y no solo como reacción ante la arbitrariedad. Vamos destruir el mundo de instituciones carcomidas por la corrupción para construir otras sin verticalismos, sin autoritarismos, sino con plena participación de todos los diversos, bajo el respeto intrínseco de su individualidad que florece en el imperio de las leyes buenas y consensadas por ese yo colectivo de la sociedad.