25 de Noviembre de 2024
Director Editorial Lic. Rafael Melendez | Director General - Dr. Rubén Pabello Rojas

Kairós/ Odiosos odios

 

Francisco Montfort Guillén

 

Para quienes son indiferentes frente a la lengua de trapo de nuestros políticos. Para quienes, peor aún, se complacen en aceptar como intrascendentes sus palabras, llenas de vacíos y vacías de contenidos sustentados en la realidad, hoy pueden constatar con la realidad norteamericana la trascendencia de los discursos emitidos por un líder político. Los comportamientos desatados entre las comunidades del país vecino, son directamente derivados de las maneras de expresión demagógica y ligera por Donald Trump.

Ciertamente, los sentimientos de frustración de los norteamericanos, que hoy encuentran salida a su expresión pública, fueron incubados desde hace mucho tiempo. Sus profundas raíces fueron incubadas desde la expansión de la primera era colonial europea y trajeron consigo, e implantaron en sus colonias a manera de prejuicios de superioridad, los colonos católicos, desde lo que ahora es México y hasta la Patagonia, y los colonos sajones, cristianos protestantes, en el actual territorio de los Estados Unidos.

Esta idea de la superioridad de ciertas razas, que supuestamente estaban predestinadas a conquistar el mundo, ha sido paliada vía la realidad de la convivencia entre distintos fenotipos de seres humanos. Sin embargo, el fin del capitalismo industrial, que fue la base de la segunda gran expansión colonial europea y norteamericana, y su reemplazo por el capitalismo digital, que ha permitido el equilibrio entre naciones, ha pegado en las condiciones de confort socioeconómico de las clases medias europeas y de Estados Unidos, que ven con preocupación como otros ciudadanos, de otros países, con otros fenotipos diferentes al anglosajón, les disputan los mercados e inclusive puestos de trabajo en sus mismos territorios.

Esta repercusión, este fenómeno recursivo entre colonizador-colonizado que vivieron desde los años setentas los países europeos,  hoy los viven los norteamericanos que no se acostumbran a vivir el credo que ellos expandieron por el mundo: la competencia. Muchos de ellos han dejado de ser “competitivos” y pierden mercados, pierden puestos de trabajo en todos los niveles jerárquicos y en todas las profesiones y oficios. Y las clases medias norteamericanas se asustan y creen que pueden regresar al momento estelar de su historia y su dominio incontestado: se equivocan.

Los perdedores norteamericanos con el fin del capitalismo industrial son los que votaron por Donald Trump. Según el consorcio Edison Research Election Pool, el perfil del votante “trumpista” es el siguiente; hombres, 53%; de piel blanca, 58%; mayor de 45 años, 53%;  sin grado universitario, 67%; población rural, 62%;  conservador, 81%;  protestante o cristiano, 58%; blanco evangélico, 81%;  casado, 53%; que asiste una vez a la semana a la iglesia, 56%; con servicio militar, 61%; interesado en temas de inmigración, 64% y terrorismo, 57%; que considera que hoy en día es peor su economía, 78%; que piensa que los extranjeros le roban sus trabajos, 65%; que quiere que deporten a los migrantes, 84%; que desaprueba el trabajo del presidente Obama, 90%; que está enojado con su gobierno actual, 77%; que cree que Trump dará un gran cambio, 83%; que cree que Trump tiene el temperamento para gobernar a Estados Unidos, 94%; y que decidió su voto con tres meses de anticipación, 70%.

Este es el grueso del electorado que votó por el cambio, en sentido conservador/republicano de los Estados Unidos. Constituyó la base electoral y laboral del Imperio Yanqui. Es una radiografía sociológica que explica lo que millones de votantes gringos y de espectadores políticos no vieron: las clases medias olvidadas, invisibles frente al cambio que ya se vive en el país que ha dado origen al capitalismo digital. El otro país, el de la cuna del capitalismo industrial, la Pérfida Albión, también está desconcertado y sus electores buscan refugiarse en su isla del cambio que mueve al mundo, y a su misma sociedad, porque el capitalismo digital preparó su arribo con la interconexión en la mundialización, en la globalización, en la planetarización.

Así que si Estados Unidos, su élite gobernante, pretende también separarse del mundo que él creó, entonces el reemplazo de la hegemonía acelerará la irrupción asiática con China, India, los Cuatro Tigres, Australia, Nueva Zelanda. Y para México esta puede ser su gran oportunidad de construir un camino de más interconectividad mundial y menos dependencia respecto a Estados Unidos. Esta es la oportunidad que la crisis nos entrega envuelta en graves problemas, pero todos con soluciones.

Desde luego, no debemos de dejar de mirar la evolución norteamericana que nos traerá problemas múltiples. Uno de ellos, grave, pues pega en los sentimientos nacionales. José Emilio Pacheco, gran conocedor de la cultura norteamericana, explicaba que ningún pueblo en el mundo moderno ha recibido tantas injurias y menosprecios como México por parte de su vecino del norte. Ahora es tiempo de reconstruir el nacionalismo y dejar atrás el de carácter panfletario que sucumbió junto con el fin del sistema priista.

Un agudo artículo de Umberto Eco expone las diferencias entre el amor y el odio. El primero, dice el lúcido filósofo italiano, “nos aísla. Si amo con locura a una mujer, pretendo que ella me ame a mí y no a otros (por lo menos no en el mismo sentido)…Así pues, el amor es a su manera egoísta, posesivo, selectivo.”… En cambio, el odio puede ser colectivo, y debe serlo para los regímenes totalitarios…eso es lo que quieren las dictaduras y los populismos, y a menudo también las religiones en su versión fundamentalista, porque el odio por el enemigo une a los pueblos y los hace arder a todos en un idéntico fuego.”

Continúa el magnífico ensayista: “El amor calienta mi corazón en lo tocante a pocas personas; mientras el odio calienta mi corazón, y el corazón del que es de mi bando, en lo tocante amillones de personas, a una nación, a una etnia, agente de color y de lengua distintas…Por lo tanto, el odio no es individualista sino generoso, filantrópico, y abraza en un mismo arrebato a inmensas multitudes…Por eso la historia de especie siempre ha estado más marcada por el odio, por las guerras y por las matanzas que por los actos de amor (menos cómodos y a menudo agotadores, cuando quieren extenderse más allá del ámbito de nuestro egoísmo). 

Nuestra propensión hacia las delicias del odio es tan natural que a los caudillos [Ojo: ese es el peligro con López Obrador, que divide a los mexicanos en su lucha supuesta en contra de “la mafia”] de pueblos les resulta fácil cultivarlo, mientras que al amor nos invitan solo seres adustos que tienen la nauseabunda costumbre de besar a los leprosos” (“Del odio y el amor”, en De la estupidez  la locura. Crónicas para el futuro que nos espera. México. Lumen.  Penguin Random House. Grupo Editorial. 2016)

Así que el sustento sociológico del triunfo de Donald Trump está en las clases medias blancas de su país, siempre temerosas y ahora en pánico por las condiciones del desarrollo del capitalismo digital que nació en California. El sustento antropológico es la cultura de ese grupo social del cual el nuevo presidente constituye una figura acabada, pues además es el prototipo del self-made-man que es millonario, exitoso, vulgar y extravagante, el típico personaje  que creíamos de caricatura, erradicado gracias al mestizaje, que en su país ya dio un presidente de la república y que es presentado en las series de televisión como vida cotidiana. Ahora sabemos que esa tipología sigue viva, que sufre los embates del cambio local e internacional, que transforma sus temores y prejuicios en comportamientos ominosos, reprobables y que pueden hacer explotar estallidos sociales que harán difícil la convivencia civilizada en ese país, por otras cosas tan ejemplar.

Nuestra obligación es entender los cambios del mundo, no descalificarlos ni paralizarse ante ellos. También nosotros tenemos en ciernes un caudillo en formación, que puede arrastrarnos a nuestra peor versión de la mexicanidad. Estemos atentos para no dejarnos llevar por las pasiones que desencadenan el odio, sentimiento odioso, perjudicial y que terminaría por hundir los esfuerzos nacionales por salir del subdesarrollo. Luchemos en contra del estereotipo formado sobre “los mexicanos” que fabricó Trump. No votemos por su versión mexicana. Mal haríamos. Mejor volquemos nuestros esfuerzos para resolver con buenas ideas, y en la práctica, no ideológicamente, nuestros problemas, que son muchos y graves.