Por Sergio González Levet
No sé si es exactamente este lunes 24, pero en estos días el maestro Marco Antonio Ramírez Luzuriaga está cumpliendo 85 honrosos y generosos años de existencia: toda una vida dedicada a una de las tres mejores vocaciones del hombre: la de educar. Las otras dos, según mi parecer, son la de sanar y la de informar, y así se conforma el triunvirato del profesor, el médico y el comunicador.
Quienes tuvimos la suerte de ser sus alumnos, recibimos de él no sólo la información del conocimiento básico que nos permite conocer el mundo, sino la formación de su espíritu libre, de su inteligencia prístina, de su atrevimiento intelectual y social.
Porque el maestro Ramírez Luzuriaga no solo nos enseñó las historias del mundo, en amenas clases que subyugaban nuestra atención de adolescentes desmadrosos, si me permiten, sino que nos reveló el mundo maravilloso del conocimiento, enviados a volar con la imaginación en juego, gracias a su inacabable generosidad intelectual.
Tuve la fortuna de saludarlo apenas este sábado que pasó. Como no olvidamos nuestro origen, estaba atrás de unos tamales de dedo y un taco de chile de bola en el lugar de Xalapa en donde nos encontramos todos los cachichineros que queremos comer bien las viandas de la tierra, en La Misanteca, que conduce y prepara Lucía Aguilar Palmeros, toda una maestra en el Arte del Buen Comer.
De regreso a nuestro héroe (que eso es quien bien enseña y forma a los jóvenes), el maestro Ramírez Luzuriaga tiene un currículum impresionante en la historia de la educación veracruzana: fue docente, directivo, funcionario y un reconocido director de enseñanza media estatal.
Pero muchos de sus alumnos y paisanos nos quedamos con su paso inolvidable para él y para muchos por la Escuela Secundaria Alfonso Reyes, primero, y por la Escuela Secundaria y de Bachilleres Alfonso Reyes, después., ambas mis almas máteres ensoñadas.
De aquellos años adolescentes, recuerdo su imagen desesperada juntando las entradas y los ingresos del bar para pagar a la orquesta durante el baile de fin de cursos, cada año, con verdaderas organizaciones musicales como las que dirigían Pablo Beltrán Ruiz, Carlos Campos o Mariano Mercerón. Lo veo una hora después, bañado, de traje y triunfante llegar al salón de baile a disfrutar la fiesta que había organizado junto con sus alumnos, y para la que habían trabajado todo el año.
Hay un detalle que es mínimo pero que lo pinta de cuerpo entero: cierta vez que se presentó la oportunidad, cambió el incómodo uniforme de pantalón y camisa caqui semi-militarizada que teníamos que usar en los desfiles bajo el sol inclemente con una corbata negra que nos hacía padecer en los calorones de Misantla. No lo podíamos creer cuando nos reunió y nos dijo que en adelante iríamos a desfilar con guayabera blanca ¡y pantalón de mezclilla! Hay que recordar que esas épocas tempranas de los años 70, los jeans eran todo un símbolo de la rebeldía juvenil.
Yo y muchos le debemos al maestro Ramírez Luzuriaga la posibilidad que nos dio de abrir nuestra mente hacia el conocimiento. Le reconocemos también su ejemplo de intelectual siempre insatisfecho, su liderazgo de educador consciente y provocador, la fuerte inspiración social de sus enseñanzas.
Verlo tan lúcido, tan fuerte, tan él, me dio una enorme satisfacción, que comparto porque sé que lo mismo pensarán muchos de sus alumnos que lo recuerdan con satisfacción y agradecimiento.
Salud, maestro, y muchos años más, así.
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