Brisa Gómez
Con la aparición de Mario Bross, anunciando los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, se cerró la justa deportiva de este 2016, misma que dejó mucho que decir y mucho de qué hablar.
No sólo por la escasa presencia de México en el medallero olímpico, sino por las discusiones en temas de género y la diversidad sexogenérica que hubo a lo largo de las competencias y alrededor de ellas.
México quedó con sólo cinco medallas, una actuación destacada de atletas pese a los resultados, que según cuentan quienes saben de esto, no se veía desde las olimpiadas realizadas en Atlanta.
Pero ese no es el tema de discusión ahora, no, más bien es lo que hubo más allá en materia de diversidad y género.
No fue novedoso que ahora en estos juegos hubiera una mayor apertura al tema de la homosexualidad, en comparación con olimpiadas anteriores, y esto es por la fotografía que le dio la vuelta al mundo, una de las voluntarias, Marjorie Enya, que apoyaba en la realización de las competencias le pidió matrimonio a su pareja, Isadora Cerullo, quien de inmediato dijo que sí.
Con esto se mostró apertura de parte del mundo acerca de las uniones homosexuales, pues no sólo fue motivo de algarabía al momento en que se daba la declaración y la respuesta afirmativa, sino incluso en el mundo, aún en países como el nuestro en el que en este momento existe un fuerte movimiento religioso en contra de la aprobación de reformas que permitan las uniones legales entre personas del mismo sexo.
Eso ha dado una nueva bocanada de aire al tema, pues ha demostrado que la gente con apertura es más que aquella que pretende condenar el amor entre dos personas, sin importar su sexo.
Nuevamente el tema fueron los cuerpos de las mujeres, especialmente los que por motivos religiosos no estuvieron expuestos y esto no se entendió, se criticó incluso que la mujer saliera cubierta hasta la cabeza a jugar y no que hasta hace cuatro años era prohibido para las jugadoras salir con otra prenda que no fuera el traje de baño de dos piezas que no deja nada a la imaginación.
Esto vino de la mano nuevamente con la forma en la que los medios de comunicación se refirieron a las mujeres durante los juegos olímpicos, cientos de publicaciones las llamaron desde “muñecas suecas” hasta “buenorras”, así, publicando esas palabras en las cabezas de sus publicaciones, pasando por encima de su dedicación.
Incluso uno de los post que se convirtieron en tendencia en redes sociales fue el de una de las integrantes del equipo de Ucrania, Anna Voloshyna, quien bailó al quitarse la bata antes de entrar al agua para la competencia, lo que de inmediato fue calificado como un “streaptease”, aunque los movimientos duraron menos de cuatro segundos. Es decir, de inmediato se sexualizó el baile de la joven, quien de acuerdo con las declaraciones que hicieran sus compañeras, fue parte de la diversión que ellas tienen antes de las competencias.
Alexa Moreno, la gimnasta mexicana, es un ejemplo de lo que hemos hecho con las mujeres en los Juegos Olímpicos: no se rescató que desde hace años ella ha sido una de las pocas representantes de México en su disciplina, tampoco se atendió que dentro de su disciplina quedó en el sitio 12, sin embargo se le criticó, no por no alcanzar el podio, sino por su apariencia, desde el color de su piel hasta la forma de su cuerpo, sin tomar en cuenta su capacidad como gimnasta.
La descripción de las atletas en los medios era penosa, al grado de que a la gimnasta Simone Biles trataron de compararla con atletas masculinos de otras disciplinas, totalmente diferentes a la suya, preguntándole si se convertiría en la nueva Usain Bolt o la nueva Michael Phelps, a lo que ella respondió atinadamente “soy la nueva Simone Biles”, dándose el valor que tenía su esfuerzo.
Otras publicaciones incluso atribuyeron los éxitos de las atletas a hombres cercanos a ellas, como sus entrenadores, sus parejas e incluso sus padres, a quienes los pintaron como los responsables del logro y merecedores de la presea, cuando las que estuvieron en el campo fueron ellas.
Pero una de las situaciones más tristes para el deporte femenino fue el caso de la atleta Caster Semenya, considerada una atleta intersexual, cuyo oro en los 800 metros planos fue incluso cuestionado por sus contrincantes, quienes pusieron en duda su sexo.
La atleta ha pasado su carrera sufriendo este tipo de ataques, no es una novedad que incluso ha sido sometida a exámenes infamantes para comprobar que es mujer, olvidando que los sexos no son solo blanco y negro, y hombre y mujer, sino que existen por cuestiones biológicas una amplia gama que simplemente no deben ser considerados como anormalidades, sino como parte de la diversidad.
En fin, que estos juegos se terminaron y en cuatro años veremos cambios y nuevas situaciones relacionadas con el deportivismo e incluso la diversidad y la perspectiva de género.
Por hoy aquí termino la columna y les dejo el correo: [email protected] y el Twitter: @brisaencontacto