Por Marco Aurelio González Gama
Con todo el respeto y la consideración que me merece el presbítero José Manuel Suazo Reyes, vocero de la Arquidiócesis de Xalapa, a quien considero un hombre sensato, prudente e inteligente, pero repruebo el activismo político beligerante que ha asumido la iglesia católica mexicana respecto a temas que requieren de mayor apertura –sobre todo mental–, como es el caso de los matrimonios entre iguales y ahora sí que, materialmente, está pecando de conservadora, en exceso clerical e intolerante.
Porque concedo que podríamos discutir y debatir sobre el tema del aborto, que ya lo he dicho antes aquí, nadie está a favor de él per se, pero yo soy un convencido que a esta práctica quirúrgica hay que verla desde la perspectiva de género, es decir, ni la iglesia con toda su carga de valores y principios morales y éticos, y ni mucho menos los hombres, tenemos el derecho de tomar una postura de aprobación o de censura –sancionatoria o condenatoria– respecto a esa práctica, por los motivos que fueran, que sólo compete a las mujeres. Podemos discutir o debatir en qué momento empieza la vida, inclusive desde el punto de vista científico, pero va a ser una discusión estéril sobre todo si se da en términos de la perspectiva de género masculino.
Pero en lo que sí definitivamente no puedo coincidir es en la oposición y condenación de los matrimonios civiles igualitarios, entre dos hombres o entre dos mujeres. Aquí sí me quedo con aquello de que hay que respetar. ¡Por el amor de Dios!, y para decirlo a tono con el de la iglesia católica, el derecho humano a decidir sobre su vida, sobre lo que se entiende como libre albedrío, que no es otra cosa que la potestad que tenemos los seres humanos para obrar según lo consideremos conveniente, en un contexto de libre elección. Las personas adultas y plenamente conscientes tenemos la libertad para tomar nuestras propias decisiones, sin estar sujetos a presiones, necesidades o limitaciones, inclusive las de origen divino.
Ergo, si dos hombres o mujeres se aman y deciden unir sus vidas por la vía civil que dicta el marco legal del país, en este caso de México según la iniciativa del presidente Peña Nieto, que ha sido tan rabiosamente atacada por la jerarquía católica, induciendo entre los grupos sociales más conservadores a que muestren su oposición a la misma, pues están en todo su derecho. Vivimos un mundo heterogéneo, vivimos una época en donde todos tenemos derecho a ser y pensar distinto. La homosexualidad es una condición de los humanos, connatural, que no depende de nuestra voluntad racional o de la conciencia rechazarla o aceptarla, se da y punto. Luego entonces, la heterosexualidad, la homosexualidad, la bisexualidad y el lesbianismo son una realidad que hay que aceptar, que se da aunque a algunos no guste, y no es una cuestión de una modernidad mal entendida.
Siempre consideré a Francisco Labastida un personaje pequeño, por no decirle que chiquito, pero aquellas declaraciones vertidas por él, en las que según él, el PRI perdió en las pasadas elecciones de junio por la iniciativa del presidente Peña Nieto, no hacen más que confirmarme lo pequeño que es este personaje. Con políticos como éste teniendo bajo su mando las riendas y las decisiones de un país, seguramente en el siglo pasado la mujer mexicana no hubiera obtenido nunca el derecho a votar, sin mencionar otras libertades y derechos que hoy tienen en un marco de una igualdad necesaria.
Lo reafirmo, podemos discutir y debatir otros temas álgidos, delicados si se quiere, pero el del matrimonio igualitario no, ahí si están fuera de lugar más cuando se atreven a proferir vulgaridades como aquella de que el “ano masculino no está hecho para recibir, está hecho para expeler”, escribo esto y no puedo evitar la pena ajena, más cuando pienso en quien se atrevió a pensarla siquiera. Hay que acostumbrarse a que en los tiempos actuales cada quien tiene derecho a hacer con su vida un cacahuate si así le place.