Por Marco Aurelio González Gama
Ese viaje a México lo hacía el Lic. Pérez Utrera con más dudas que certezas. Si bien Dante Delgado en ese tiempo dentro del PRI gozaba de prestigio y de una reputación sólida –era una figura (muy) respetada dentro del priismo nacional–, lo que intentaba hacer en Veracruz era hasta cierto punto inédito en la organización partidista, si acaso estaba el antecedente del intento de democratizarlo de Carlos A. Madrazo en el 65, y que a la postre tuvo que renunciar al mismo por diferencias con el presidente Gustavo Díaz Ordaz.
Pérez Utrera sabía que Dante ya había cabildeado su proyecto con Luis Donaldo Colosio, con el propio secretario de Gobernación Fernando Gutiérrez Barrios y con buena parte de la cúpula priista que acompañaba a Colosio en el Comité Ejecutivo Nacional del PRI, pero la apuesta del gobernador veracruzano era arriesgada y así como había quienes estaban más que convencidos de su propósito, había otros que no estaban tan seguros, les generaba un escepticismo muy propio de quien rechaza o tiene temor a lo desconocido, otros priistas estaban en contra de Dante y se negaban a respaldarlo simplemente por su talante antidemocrático.
Y esto se explicaba perfectamente. El priismo más convencional venía de una vieja tradición vertical, de una disciplina partidista férrea, de esperar a que desde arriba les dieran línea y les marcaran la pauta para manifestarse y alzarle la mano al ungido, al favorecido por la gracia del “señor”, del de más arriba, del que manda, total, ¡para qué y por qué andar perdiendo el tiempo en estas cosas engorrosas de la democracia que nada más complican las cosas, dividen y enfrentan a la militancia! Tan convencido estaba Dante Delgado de su propósito, que en ese entonces ya se empezaba a manejar en los círculos del gobierno y del PRI una especie de conseja que sería el sello de aquel proceso y que Dante no se cansaba de repetir cada vez que podía para marcar la línea a seguir: “La línea es que no hay línea”.
Entonces ese día, en pleno vuelo a la ciudad de México, Adán iba muy pensativo, nervioso, pero convencido del proyecto de su jefe el gobernador de Veracruz. El de Soledad de Doblado llevaba muy metido en la mente de defenderlo ante quien fuese necesario, inclusive ante el propio Luis Donaldo Colosio Murrieta, el hombre del presidente Carlos Salinas de Gortari en el partido y también el hombre del futuro y favorito de todos los observadores para suceder al hijo de Raúl Salinas Lozano y de Margarita de Gortari en la presidencia de la República, ergo, la encomienda que habrían de cumplir Adán Pérez Utrera y Armando Méndez, secretario técnico del Consejo Político Estatal y presidente del CDE del PRI, respectivamente, no era nada fácil.
Al llegar a México ya los estaba esperando personal del Comité Ejecutivo Nacional priista en el aeropuerto de la ciudad de México, desde donde los condujeron a Armando y a Adán a la sede del partido en Insurgentes norte esquina con la calle de Magnolia. El personal subalterno los llevó directamente a la oficina del secretario particular de Luis Donaldo, Óscar Navarro Gárate, “Armando, Adán, ya los está esperando Donaldo, enseguida los recibe, tomen asiento, ¿les ofrezco un café?”. No pasaron más de 5 minutos cuando los introdujo al despacho del sonorense que, con su característica sonrisa y bonhomía propia de la gente del norte los recibió con un más que afable: ¡Armando, Adán, cómo están, bienvenidos, cómo dejaron a mi amigo el señor gobernador de Veracruz, mi querido Dante Delgado, de seguro trabajando como siempre!
Adán, me acuerdo, que describía a Luis Donaldo Colosio como un tipo dotado de una luz muy especial, de una personalidad carismática, amable y muy sencillo en el trato, que no interponía barreras de ninguna especie: “me hizo sentir como si me conociera de toda la vida”, pues claro, Luis Donaldo estaba en lo más alto del poder, era el hombre del momento y cualquier cosa que hiciera había que reconocérsela y hasta festejársela. Recuerdo muy bien al Lic. Pérez Utrera platicando estos pasajes con una emoción desbordada, y cómo no iba a ser así, pensaba para mis adentros, hablar con Luis Donaldo era, si se me permite el símil, como estar hablando con el mismo Dios.
“Ya conocen a Nacho Ovalle, el secretario de Gestión Social del Comité Ejecutivo Nacional, y a Chucho Salazar Toledano, que lo tenemos en Organización, y también nos va acompañar su amigo el diputado Federal y secretario de elecciones César Augusto Santiago, entre todos vamos a analizar la propuesta que nos manda Dante, vamos a ponernos de acuerdo y a trabajar todos juntos en ella, con el ánimo de apoyar a Veracruz, así es que les pido que pasemos a la sala de juntas, ahí los voy a dejar unos momentos, en mi lugar se va a estar Nacho presidiendo la reunión, Armando y Adán, se quedan entonces en buenas manos”.
Esta historia continuará mañana…