Agustín Contreras Stein
LA LLEGADA a la dirigencia nacional del PRI de Enrique Ochoa Reza es una buena oportunidad de renovar completamente a esta organización que ya cayó, sin duda, en el ostracismo político.
Requiere, desde cuando, de una buena limpia en todos los sectores que la integran, aunque tenga que pasar, por lo pronto, por una especie de crisis política al revolucionar a su militancia.
Es duro aceptar esta condición para todos aquellos políticos que ya se han convertido, efectivamente, en los dinosaurios del tricolor, donde han encontrado, desde décadas, la forma más oportuna y viable para hacerse ricos.
No hay político encumbrado en las filas del PRI, que no tenga, en este momento, la tranquilidad económica, pues todos, de alguna manera, han acumulado, aunque en algunos casos sea de manera honesta, grandes cantidades económicas que los mantienen dentro del ámbito de la tranquilidad personal y de toda su familia.
Quién de todos ellos podría lanzar la primera piedra, negando las grandes oportunidades que su partido, el tricolor, le ha dado durante muchos años y que a base de estrategias se han cubierto unos a otros.
Mientras, el resto de la población está prácticamente viviendo de milagro.
Esa es la oportunidad que ahora tiene el nuevo líder de esta organización política, al renovar completamente los cuadros que se encuentran integrados con personajes de toda la calaña.
Darle este nuevo giro al PRI en todo el país sería comenzar a cumplir con los compromisos que ha contraído con la población, porque siempre se ha dicho que el tricolor es defensor de la clase popular, cuando en realidad es propiamente protector de la clase política que se ha enquistado en sus filas y que no permite que la cola avance.
Así de fácil sería un nuevo PRI, con nuevos retos, con nuevas caras, con nuevos personajes que quieran a su país, sin dejar que todos estos nuevos rostros se contaminen con la corrupción política y económica.
Son tiempos para todos, pero de manera principal para el PRI, que necesita volverse en realidad un partido revolucionario, cuyos ideales plasmados en sus principios políticos se hagan realidad, pero ya no con los mismos de siempre, sino con nuevos actores políticos que tengan ganas de trabajar por su partido y por la gente del pueblo, aquella que por décadas también ha sostenido a esta organización política para el servicio personal de unos cuantos.
Es tiempo pues, de que Enrique Ochoa Reza decida marcar el alto a los viejos intereses políticos y darle nueva vida al tricolor. Así, se cerraría un ciclo de vida política de un partido que ha sido usado, solamente, para saciar la sed de poder de unos cuantos políticos y la oportunidad de enriquecerse desmedidamente, al grado de que ya no existen recursos para poder resolver los graves problemas sociales a los que se enfrenta actualmente la misma sociedad.
La intranquilidad con la que vive el país y los Estados, permanentemente convulsionados por la violencia, tiene su origen, normalmente, en las pocas oportunidades que se le han dado a los mexicanos para vivir bien.
Y eso es culpa, de alguna manera, de la misma organización política que no ha cumplido con sus propios postulados y que se ha desvirtuado por la acción de quienes se han aprovechado de estas condiciones para acaparar el poder económico y político.
Si el nuevo dirigente nacional del PRI quiere trascender, sería con el firme propósito de cambiar al PRI, comenzar por darle un nuevo sentido a su presencia en el ámbito político nacional, aunque esto implique romper con los grandes intereses económicos que se esconden detrás de esta misma organización.
La tarea es difícil, a veces impensable y no viable, pero no deja de ser la primera oportunidad seria y precisa para que se genere, de verdad, el nuevo PRI que la mayoría política en este país requiere.
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