Por Sergio González Levet
Él no lo sabe, pero yo conocí a Abraham Oceransky en 1969, cuando ponía una obra sobre de Friedrich Dürrenmatt, Hércules y el establo de Augías, en la que participaban mi hermano René y mi casi hermano Carlos Rubio (un judío güero como el sol y más mexicano que el mole).
En ese entonces, Abraham era uno de los jóvenes directores que trabajaban con la UNAM –que producía teatro con estudiantes universitarios– y se podía dar el lujo presupuestal de experimentar temas, de impulsar innovaciones, de desarrollar la escena mexicana. Junto con él participaban en el proyecto Martha Zavaleta (antes de que la cooptara Televisa para hacer bodrios), Miguel Sabido y algunos otros jóvenes directores que se dejaban o no influir por los santones de ese entonces: Juan Ibáñez, Juan José Gurrola, Héctor Azar, Héctor Mendoza, y hasta Alejandro Jodorowsky, que era una especie de enfant terrible, y lo sigue siendo a sus 88 años.
Los ensayos y las presentaciones de esa obra de Oceransky fueron en un teatro que regenteaba la UNAM, el Arcos Caracol, que estaba sobre sobre la Avenida Chapultepec del ahora ex DF. No recuerdo si el Hércules tuvo éxito o no, pero sí fue famosa su siguiente puesta en escena, Conejo blanco, una original versión dramática de Alicia en el país de las maravillas del reverendo Charles Dogson, conocido más por su seudónimo de Lewis Carroll, que ganó todos los premios concebibles e inconcebibles para el teatro mexicano.
Hombre inquieto, batallador y productivo, Oceransky emprendió muchos proyectos exitosos, y es de destacar su teatro El Galeón, que hizo casi artesanalmente a partir de una bodega atrás del Auditorio Nacional… todo un hito del teatro mexicano.
Hay un pasaje poco conocido de la vida de Abraham –y es desconocido prácticamente porque no obtuvo el resultado apetecido–, pero alguna vez allá a fines de los años 60 y principios de los 70 intentó hacer una película, basada ni más ni menos en Cien años de soledad de García Márquez (su arrojo nunca ha tenido límites), y para tal fin pensó en filmarla en Veracruz.
Incluso, se llegó a entrevistar con el presidente municipal de Misantla, que en ese entonces era don David Arroyo Castellanos, en busca de patrocinio y platicó con un importante empresario maderero, Eloy Vázquez Salas, quien se comprometió a hacer gratuitamente y de puro cedro el galeón abandonado que encuentra José Arcadio Buendía al inicio de la novela, cuando anda buscando el lugar ideal para fundar Macondo (si la memoria literaria no me falla).
El proyecto nunca se realizó, pero Abraham conoció estas tierras y se dejó conquistar por Veracruz. En Xalapa ha vivido la mayor parte de su existencia y en Xalapa ha desarrollado magnánimamente la mayor parte de su obra, que es decir su vida.
Decir que Abraham Oceransky revolucionó el teatro xalapeño es decir poco. No se entendería la dramaturgia local sin atender a la impronta que deja en ella su talento y su vocación de maestro de muchas generaciones.
Pero hoy, la Libertad de Oceransky se ve amenazada…
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