Por Sergio González Levet
—Disculpe, maestro, pero el tráfico estaba muy pesado y por eso llegué tarde —sofocado por la carrera para llegar rápidamente a café, con media hora de retraso, apenas alcancé a decirle eso al Gurú.
Él se me quedó viendo con una mirada penetrante con la cual me decía sin palabras que no había creído mi excusa, por eso me recompuse y le confesé:
—En realidad se me hizo tarde porque me quedé un rato de más en la cama (tengo un colchón que me habla, y me dice todos los días: “Quédate, anda. No te levantes todavía. Un ratito más…), y cuando atiné a ver ya se me había hecho tarde. Le pido una disculpa por la tardanza y por la pequeña mentirijilla.
—Pues no te voy a disculpar ni la una ni la otra, Saltita, y como castigo tendrás que pagar el desayuno y escuchar atentamente mis reconvenciones al respecto.
Avergonzado, acepté ambas condiciones y me dispuse a recibir el regaño del maestro, que se tradujo en una serie de reflexiones.
—Mira, en lo que tiene que ver con la impuntualidad, la considero la mayor de las descortesías porque al llegar a destiempo le mandas a la víctima de tu lentitud el mensaje de que no te importa su tiempo y con ello que tampoco te importa ella. La puntualidad es un lujo que se pueden dar los poderosos (emperadores y reyes, gobernantes, jefes) y que cuando la ejercen los revela en su grandeza de espíritu.
El impuntual es un desconsiderado, y no tiene perdón.
Se me quedó viendo fijamente una vez más durante unos segundos que duraron una eternidad, y siguió con la segunda parte:
—Pero peor aún que llegar tarde es ser mentiroso. Es un pecado y es algo peor: es un error. El que miente cae en una trampa de la que no puede salir, porque siempre una mentira lleva a tener que decir otra para mantener lo inventado, y llega un momento en el que el mentiroso ya no se acuerda de lo que dijo en un principio y termina traicionándose a sí mismo. Es de lo que se valen los policías modernos para conseguir las confesiones de los criminales, y es mucho más efectivo y económico en esfuerzo que las torturas, porque el torturado termina diciendo no la verdad, sino lo que quieren escuchar los torturadores. Y finalmente terminan engañados o engañando o engañándose el uno y los otros.
Yo sé que el Gurú no es un hombre religioso en el sentido católico del término, pero a menudo echa mano de citas de la Biblia, porque insiste en que como libro es uno de los mejores, y tan sabio como sus homónimos del Medio Oriente: el Talmud y el Corán, y algunos otros de culturas antiguas de la India, de Mesoamérica, de China…
—Recuerda las palabras de Jesús: La verdad los hará libres. El que miente, entonces, está preso en la cárcel que él mismo se fabricó. Y además mentir es algo que refiere un gran esfuerzo y nunca da buenos frutos. Oye lo que te digo: a una persona inteligente nunca le puedes mentir, porque de inmediato se dará cuenta. Y por lo general los que mienten son los tontos.
—Así que mejor evítate problemas, llega a tiempo, di siempre la verdad, y por lo pronto ve pagando la cuenta de este sabroso desayuno.
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