25 de Noviembre de 2024
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Démosle una oportunidad a la prudencia

Por Marco Aurelio González Gama

Intolerancia, odio, racismo, xenofobia, homofobia, fanatismo, discriminación, segregación, violencia, exclusivismo, extremismo, son palabras que deberíamos ‘excluir’ del diccionario, lo mismo debería suceder con todos los ‘ismos’. Después de lo que ocurrió recién en la discoteca Pulse de Orlando, Florida, ese hecho trágico en el que, en un breve lapso, murieron 49 seres humanos y resultaron heridos otro tanto, no nos podemos reponer del horror, estupor y del profundo dolor que nos causó, y del individuo que cometió tal atrocidad, nos genera sentimientos encontrados, sólo quien está fuera de sus cabales es capaz de cometer tal barbarie. 

Yo no sé si este crimen, incalificable, fue inspirado por un sentimiento religioso (extremismo islámico), fue un momento de locura, ofuscación o fue un acto de carácter homofóbico (crimen de odio a la comunidad gay) del hombre que en vida llevó por nombre Omar Siddique Mateen, un estadounidense con ascendentes familiares en Afganistán, pero lo que sí sé es que es un hecho abominable y absolutamente repudiable por donde se le quiera ver, ¿en qué cabeza cabe la posibilidad de asesinar a 49 seres humanos indefensos que el único “pecado” que estaban cometiendo en el momento en que fueron masacrados fue estarse divirtiendo en una discoteca?.

Lo que pasó en Orlando, “la plácida Orlando”, no se puede explicar en plena era de las TICs, en una época en la que todo lo humanamente hablando es posible, en un momento de la historia del hombre en donde la humanidad ha alcanzado un grado de desarrollo como nunca antes se había visto, en donde a través de las redes sociales es posible estar en ninguna y en todas partes a la vez, y en todo esto está, irónicamente, el gran problema que tenemos los seres humanos para entendernos entre los que son –somos– diferentes, pensamos diferente, amamos diferente y concebimos el mundo de manera diferente.

No tengo claro aún si lo que sucedió en el Pulse fue un crimen de odio inspirado en un sentimiento homofóbico o en el fundamentalismo y fanatismo religioso, o inclusive si se debió a las dos cosas a la vez, pero lo que sucedió en Orlando no se puede permitir que se repita en otra parte del mundo, insisto, en este momento de la humanidad. En nuestro país creo que deberían por empezar a serenar los ánimos los jerarcas de la iglesia católica encabezados por Norberto Rivera Carrera que han hecho un llamado a la rebelión y el linchamiento de la comunidad LGBT, a partir de la sola posibilidad de los matrimonios entre iguales que ha impulsado el gobierno de la República.

A pesar de la idea de que la iglesia y el estado tienen en este país laico y liberal delimitados sus campos de acción (lo que es Dios a Dios y lo que es del César al César), yo creo que la iglesia, más allá de su labor pastoral y de predicar la palabra de Jesús en el mundo creyente, a pesar, repito, de las restricciones que señala el marco constitucional a todas las iglesias en cuanto a no inmiscuirse de los asuntos públicos, todas, pero en especial la católica por ser la de mayor culto en México, es un actor político a quien no se le puede negar la libertad para expresarse y manifestarse sobre absolutamente cualquier tema, ojo, a pesar de lo que señala la Constitución.

Pero de la expresión y manifestación con libertad a la actitud beligerante, casi casi guerrillera que ha adoptado la jerarquía de la iglesia católica en cuanto a la igualdad de los derechos jurídicos de quienes tienen una preferencia sexual diferente hay mucho trecho. Su actitud, hay que decirlo a tiempo, podría orillar a que algo como lo que nunca debió pasar en Orlando se repita aquí, lo que sería inadmisible y totalmente censurable.

Yo celebro que dentro de la iglesia católica de Veracruz haya un responsable de la comunicación social como lo es el presbítero José Manuel Suazo Reyes, en quien más allá de su labor de apostólica y como miembro destacado de la iglesia católica, es un hombre inteligente y sensato con el que se puede establecer un diálogo franco y maduro, más allá de las diferencias y de las posturas encontradas sobre temas álgidos como el que aquí hemos expuesto. Como decía mi madre: “…que en alguien quepa la prudencia”.