Por Sergio González Levet
Hasta hace unos seis meses, la otrora combatiente y poderosa Liga de Comunidades Agrarias y Sindicatos Campesinos del Estado de Veracruz (LCA) era un cadáver político, un zombi que se movía, pero no alentaba vida.
Peleaban por sus despojos algunos lidercillos de pacotilla, y trataban de mantener la dignidad del sector campesino los escasos dirigentes genuinos que aún existen en nuestras regiones rurales, como Fernando Hernández Flores, gente del campo con orígenes indígenas, peleador social nato y hombre sin ambiciones personales de riqueza.
Pero los demás se arrebataban a golpes, llenos de violencia y furia, el señero edificio de San José, así como las probables aportaciones oficiales para mantener el sector, y los negocios que se pueden hacer a costa de los trabajadores y productores agrícolas.
Bertha Hernández había sido una especie de cacica del campesinado que supuestamente se organizaba alrededor del sector agrario del PRI, pero le había llegado la edad o se le habían quitado las ganas, y debido a una u otra razón se estableció por años en su zona de confort, haciendo como que lideraba la Liga y dejando que las cosas transcurrieran tranquilamente hacia el despeñadero de la inutilidad.
Al abandonar la dirigencia, Bertha dejó sólo cenizas de lo que fue su amor –como en el inmortal bolero de Wello Rivas– y la LCA quedó rezagada, sometida, olvidada en un rincón. Dejó de ser un factor en el partido, cuando en el pasado se arremolinaban los candidatos del sector; cuando desde ahí se imponían alcaldes, diputados locales y federales, senadores.
Después del Tigre Mario Hernández Posadas, que llegó a ser dirigente nacional de la CNC y ocupó un escaño en el Senado de 1982 a 1988, los liderazgos estatales fueron mermando, perdieron fuerza política, se acallaron.
La Liga nacida en Veracruz, pieza fundamental del agrarismo mexicano, se empezó a perder en el olvido. Su larga historia de batallas sociales, de conquistas para el campesinado, de apoyos para la producción agrícola se fue difuminando, hasta convertirse en un elefante blanco.
Se perdió así la Liga que en los años 20 del siglo pasado había nacido poderosa por varias razones.Recurro al texto de Gerardo Peláez Ramos para explicarlas:
“Veracruz era una entidad con algunas condiciones que la hacían sobresalir en toda la República: un movimiento obrero relativamente fuerte y que abarcaba a petroleros, ferrocarrileros, textiles, portuarios y maestros; una importante tradición liberal, antimperialista y revolucionaria; experiencias pedagógicas avanzadas en la educación pública, y con representantes en el poder público del ala más avanzada de la Revolución mexicana. Tales condiciones permitieron la organización campesina de masas, antes que en otros estados. Así, del 18 al 23 de marzo de 1923 tuvo lugar el Congreso constituyente de la Liga de Comunidades Agrarias del Estado de Veracruz”.
Refulgieron en aquel nacimiento las voluntades de verdaderos líderes campesinos, de hombres del surco que dejaron su labor para apoyar a sus iguales.
Por eso perduran en la historia y en nuestras calles, escuelas y municipios, los nombres de Úrsulo Galván, José Cardel, Antonio Carlón, Isauro Acosta, que fueron los dirigentes de la Liga primigenia, y supieron de la lucha armada, combatiendo y arriesgando la vida por sus ideales y por una vida más justa para los jodidos, los olvidados, los marginados.
De aquella Liga llena de historia, hace seis meses no quedaban ni rescoldos…
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