Rubén Pabello Rojas
En 1950, Octavio Paz escribió “El Laberinto de la Soledad”; en 1970, ”Posdata” que era su continuación y en 1978, firmó “El Ogro filantrópico”. Escritor, ensayista y poeta, Paz, premio Nobel de Literatura, en estas tres obras extraordinarias condensó el Alma Mexicana, su origen, naturaleza e idiosincrasia; su esencia nacional.
En la última de esta celebrada trilogía, se describe al Estado Mexicano como un ente que a la vez, desde ser autoritario, poderoso, capaz de someter a sus nacionales utilizando la más implacable fuerza, como sucedió en 1968, puede llegar a ser el más considerado y protector de las clases más necesitadas a las cuales atiende con subsidios, pequeñas concesiones y en el mas lastimero paternalismo, allegador de despensas, láminas y cobijas en tiempos de desastres, o como simulador de programas asistenciales permanentes contra la imbatible pobreza.
Si el verdadero fin del Estado fuera una realidad en Mexico, no cabría por parte del gobierno una gestión de esta naturaleza. Es la desviación de los objetivos, de la potestad y misión del poder que lleva a estas prácticas indeseadas, siendo la más palmaria negación de la democracia y constituyen la negación del desiderátum cuya finalidad, sin subterfugios, tiene el Estado republicano: el bienestar común y la paz pública.
Hoy Veracruz padece ese ogro pero ni siquiera filantrópico, su depauperada economía no lo permite. La administración pública castiga a todos los veracruzanos, por igual, puesto que a algunos les debe menos que a otros pero, en la proporción, se puede considerar que es una autoritaria y colectiva sanción general impuesta por las circunstancias, mayor aún a los más necesitados y pobres.
Los veracruzanos han cumplido con la ley, han pagado sus impuestos, han trabajado todo el año y todos estos años y sin embargo su nivel de vida ha decrecido. Hay poco circulante en el mercado cotidiano, mas despedidos, más desempleados. Los indicadores de bienestar, a la baja. Los análisis de especialistas en economía elaboran los mas crudos, inocultables resultados de como funciona la deteriorada renta de la sociedad y de cada uno de sus individuos.
Nadie escapa al fenómeno, los profesores, los constructores, los pensionados y……. una larga cadena, que aumenta cada día, de demandantes de pago que han quedado la sin posibilidad de recibir lo que justamente tienen derecho. Mejor será no tocar el tema de la inseguridad que aumenta, de la mano, con la corrupción y su hermana gemela la impunidad.
Nadie sabe hasta cuando podrá durar este desorden de cosas. Están encima los procesos electorales y la irritación popular se extiende. No se advierte que en unas pocas semanas pueda superarse el problema y los resultados se prevén inciertos y cargados de presagios. No se asegura el triunfo de los candidatos del partido en el poder, sin embargo nada esta escrito.
Lo que si puede afirmarse sin caer en adivinanzas, es que los resultados serán distintos a otras jornadas políticas. La sociedad veracruzana ya no cree en las palabras de los candidatos, de cualquiera de los muchos que hay ahora, ya no cree en promesas y menos en soluciones fuera de lo posible. Ya las oyó hace tres, seis y más años atrás, y sufre el actual infortunio; ya no existe, se agotó la capacidad de tolerancia, ya consumió su dosis de esperanza, ya exige hechos concretos que resuelvan su situación.
Tampoco quieren iluminados que prometen un cambio imposible, no creen lo que demagógicamente una persona ofrece en anuncios de radio y televisión: cambiar al país auto llamándose arrogantemente “la esperanza de México”. No es por ahí, ¡por supuesto que no!
Entonces, Veracruz frente a un cambio de gobierno, por las lamentables condiciones en que se da el relevo, no quiere un próximo gobierno filantrópico, no quiere oír las mismas mentiras que ya oyó reiteradamente, no quiere oír que en dos años habrá formulas mágicas para corregir todo el tremendo desbarajuste que existe. No quieren los veracruzanos campañas de engaños, de artificios irrealizables. Nadie, ni el más ingenuo, cree que la pesada deuda que se arrastra pueda ser ni siquiera controlada en ese lapso.
Lo que espera el ciudadano votante es escuchar y confiar en una postura honesta, congruente, para intentar medio corregir el daño causado. Campañas con programas alcanzables, de esperanza, de convocatoria al trabajo creador de riqueza, de confianza en si mismos; por la lucha de un gran pueblo, por su grandeza. No ofrecimientos ilusorios, recetas imposibles; no campañas de odio y venganza.
El ciudadano veracruzano, el que depositará su sufragio el próximo 5 de junio, quiere compromiso y honestidad; cansado de agravios y falsedades, clama únicamente por la sincera y limpia convocatoria de un auténtico guía, del tan añorado, tan ausente y tan esperado líder histórico. Y así votará; después no valdrán lamentaciones.