Cecilia Muñoz
“Vaya… por el momento ya he visto más hombres desnudos que todas mis amigas juntas”, pensé mientras me sentaba a esperar mi turno, agobiada tras haber dejado a mi pareja atrás y nerviosa al pensar que, tarde o temprano, me enfrentaría sola a todos esos cuerpos.
Tras una risa solitaria y casi muda debido a mi primer pensamiento, los nervios volvieron. Mientras más avanzaba hacia mi turno, la expectación crecía: ¿Sería capaz de desenvolverme entre todos aquellos extraños? ¿Qué haría en la completa oscuridad? ¿Me animaría a aventarme por los toboganes?
“Psico/Embutidos, carnicería escénica”, obra de la compañía de Teatro de la UV, prometía desde sus promocionales una experiencia única para cada asistente, el cual dejaría atrás el papel de espectador para volverse partícipe de la acción. Y en efecto, desde la primera parte, cuando el asistente se encuentra sentado alrededor del aparato digestivo, observando a los primeros participantes interactuar con los actores, la experiencia es totalmente individual: la lejanía entre sillas permite la ilusión de ser el testigo solitario del desarrollo de un mundo ajeno, donde cientos de relaciones humanas ocurren al mismo tiempo, independientes pero a la vez interconectadas por breves periodos de tiempo.
A punto de iniciar mi recorrido por el aparato digestivo, caí en la cuenta de lo que había ocurrido durante apenas unos minutos: el cuerpo humano, especialmente el masculino, había vuelto a mí en su forma diversa y natural, ya alejado de cualquier atisbo de amenaza que el aprendizaje de mis años como mujer (y aquellos exhibicionistas a los 14 y 22 años) había marcado en su presencia. El cuerpo humano había recuperado la inocencia de mis primeros años y aquello tenía algo de milagroso y pacífico.
A pesar de aquel primer descubrimiento, mi expectación continuaba. Frente a mí, quienes minutos habían sido meros asistentes a una obra de teatro ahora eran actores improvisados con múltiples reacciones: había el que se reía abiertamente, el que parecía tartamudear alguna respuesta nerviosa y hasta alguna que reía mientras en los ojos le brillaban lágrimas contenidas. Más tarde supe que aquello era absolutamente comprensible, después de todo, los actores de “Psico/Embutidos” logran transmitirte confianza y te animan a apropiarte de la obra y su historia por medio de revelarte a ti mismo. Y claro, ¿quién puede predecir lo que ocurrirá ante el conocimiento de uno mismo?
Tal ejercicio de reflexión, sin embargo, no descuida el aspecto lúdico que inicia desde el primer momento en que uno interactúa con Longaniza, a la que nos encontraremos más tarde en diferentes etapas de su vida, así como a su hijo Salchicha, su nuera Chistorra y a los diferentes personajes que le dan vida a la obra y nos animan a volver a la infancia, a las más hilarantes e improvisadas respuestas y a los juegos que suponían nuestras primeras aventuras.
Al cabo de unos minutos, la expectación había sido dejada atrás. Me topé con personajes que te envolvían con un discurso que dejaba a cualquiera mudo de asombro ante su belleza, así como aquellos con los que el juego era inmediato y dinámico. Ni qué decir de los toboganes que al final me resultaron de lo más divertidos…
Sin embargo, al finalizar, la experiencia ha sido única para cada asistente. Si para mí lo primordial había sido el aspecto lúdico de la obra, para mi pareja ―una vez reencontrados― fue la historia y la retroalimentación conseguida de ella. ¿Qué impresión habrá causado en las otras 38 personas que asistieron este sábado? Pero, más importante: ¿qué impresión causaría en usted? “Psico/Embutidos: Carnicería escénica” se estará presentado en la sala Dagoberto Guillaumín del Teatro del Estado hasta el 28 de febrero… así que aún tiene tiempo para averiguarlo.