Pedro Salazar Ugarte
Columnista invitado
Leamos las afirmaciones que cito a continuación sin prejuicios, con ánimo dispuesto. Propongo valorar su significado con objetividad, aceptando su potencial constructivo. Simplemente sugiero reconocer con sinceridad el alcance que podría tener su aterrizaje en la realidad de nuestro México lastimado, indignado, desorientado. Por lo menos, concedamos que no son dichos superfluos o desvinculados de nuestra realidad cotidiana. Más bien lo contrario. Cada una de estas frases es una respuesta a lo que nos agravia y una declaración de intenciones para remover los obstáculos que nos impiden dejar de ser una sociedad indecente; una sociedad en la que la violencia, la discriminación y las humillaciones entre las personas, pero sobre todo, desde los centros de poder —político, mediático, económico— hacia los más débiles son la constante cotidiana.
Esta es la baraja de dichos que propongo leer con estas anteojeras receptivas y atentas:
a) “México es una nación plenamente comprometida con la ley, los derechos humanos y la paz”.
b) “Hoy, mi país tiene una de las legislaciones más avanzadas en favor de los derechos humanos y trabajamos para asegurar su vigencia en toda la geografía nacional”.
c) “Más aún, estoy convencido, y así lo hemos acreditado en los hechos, de que la experiencia y aportaciones de la comunidad internacional permiten enriquecer los esfuerzos internos en esta materia”.
d) “Las sociedades deben estar alertas frente a quienes se aprovechan de sus miedos y preocupaciones, ante los que siembran odio y rencor, con el único fin de cumplir agendas políticas y satisfacer ambiciones personales”.
e) “Respeto para los migrantes, respeto para las mujeres, respeto para todas las razas y religiones; respeto a la diversidad y a la pluralidad política; pero, sobre todo, respeto a la dignidad humana. Eso es lo que merecen nuestras sociedades”.
f) “Tenemos que recuperar el valor de la confianza; confianza en el trabajo constructivo, confianza en los demás, confianza en las instituciones y, sobre todo, confianza en nosotros mismos y en nuestras naciones”.
g) “El desarrollo sostenido del mundo sólo podrá alcanzarse si las mujeres tienen las mismas oportunidades que los hombres para cuidar su salud, estudiar, trabajar, participar en la toma de decisiones y construir libremente su propio proyecto de vida”.
h) “La lucha por la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres será una causa para toda la humanidad”.
i) “Avancemos (...) convencidos de que el empoderamiento de las mujeres enriquece y da solidez a nuestro actuar en favor de las grandes causas de la humanidad”.
Todas son frases de los discursos que pronunció el presidente Peña Nieto ante la Asamblea General de la ONU. Dos piezas de oratoria breves, pero sustantivas, que lejos de desentonar con el contexto en el que fueron pronunciadas colocaron el nombre de México a la altura de las circunstancias. Bien por ello. El problema es que acá en el país, a los mexicanos, estas frases ni los convocan ni los convencen. Eso es lo que nos dicen las encuestas que registran una caída constante de la popularidad presidencial. La razón es casi evidente: la palabra presidencial adolece de credibilidad.
El reto que enfrenta el gobierno no está en el discurso, sino en los hechos. Lo que hace falta son acciones que doten de sentido práctico a las declaraciones presidenciales. Con ánimo constructivo propongo una acción —en realidad dos— que podría contribuir a salvar este abismo entre lo declarado y lo actuado y, por ende, podría inyectar credibilidad a un gobierno ayuno de apoyos ciudadanos. El presidente podría proponer dos ternas de candidatas independientes, sólidas y honorables para sustituir a los ministros que abandonan el pleno de la Suprema Corte de Justicia la Nación. Con ello honraría su palabra ejemplarmente y ganarían los derechos, la perspectiva de género y las instituciones democráticas. En realidad —si lo pensamos bien— también ganaría su gobierno. Nada mal.