Rubén Pabello Rojas
Aunque la figura del máximo representante de la Iglesia católica, a través de los siglos, el Papa, siempre tuvo gran consideración no solamente entre su grey, sino en la comunidad internacional en general, el actual Papa, Francisco, ha cautivado a la mayoría de las personas, aun a quienes no profesan esa religión.
Se trata incuestionablemente de un líder carismático que ha venido a modificar la imagen tradicional del llamado Vicario de Cristo. Francisco, nombre que adoptó cuando fue ungido por los cardenales de su religión en el sínodo concerniente, ha resultado toda una revelación ante el mundo entero por la forma tan auténtica, tan original con que se conduce, haciendo a un lado la rigidez en que se han desenvuelto sus antecesores, cada quien con su propio estilo, sin perder la grave encomienda que pesa sobre su alta investidura.
Con su actuar sencillo y profundo a la vez, ha tocado temas trascendentes, eludidos por sus antecesores, en foros de gran significación, como el discurso pronunciado en el Capitolio de Estados Unidos, ante senadores y representantes del Congreso de ese país, demócratas y republicanos a quienes expresó pensamientos y críticas nunca antes imaginados.
Tocar temas como lo hizo, en relación a la migración, la pena de muerte, el narcotráfico, la producción de armas que matan inocentes, equivalen a “mentar la soga en la casa del ahorcado”. Lo hizo en el idioma del país, con sencilla elegancia, sin estridencias, lo que enalteció mayormente su intervención, llena de verdades insoslayables.
En el idioma del país, el inglés, sustentó sus palabras en ideas tan claras como inatacables. Echó mano de la filosofía, pero no solamente la que documentó en la Summa Teológica San Agustín, Doctor de la Iglesia, sino que utilizó el pensamiento de Emmanuel Kant, quien sustentó en su Imperativo Categórico: “No desees para otro lo que no quieras para ti”.
Sin descuidar los aspectos litúrgicos de su religión e investidura, supo dar a cada cosa su lugar. De este modo cumplió con los ritos religiosos en los templos, sin descuidar su fase pastoral y evangelizadora pero sin perder la oportunidad para revelarse como un singular líder social de pensamiento evolucionado al mundo actual, al siglo XXI.
Las reacciones han sido diversas. Ninguna de censura. Entiende Francisco de otra manera a la comunidad mundial. Proviene de una región de la tierra forjada de otra forma, con otro sentimiento y otro pensamiento, un pensamiento latinoamericano; siendo un dignatario en el más alto cargo de una iglesia de la magnitud de la católica, sus ideas tienen un peso específico mayor, inclusive dentro de la propia Curia Romana, tan introvertida y reacia a cambios.
Francisco ha sacudido las formas, no los aspectos fundamentales, que extremados suelen caer en fundamentalismo nefasto, como sucede en otras religiones en otras latitudes del planeta.
Venía Francisco de visitar una región insular, protagonista de una riña de más de medio siglo, Cuba, enfrentada con el gigante imperial visitado, Estados Unidos. De La Habana a Washington el mismo día. Ya antes había mediado el Papa, Jefe del Estado Vaticano, en arduas negociaciones diplomáticas para conseguir un primer avenimiento entre estas dos disímbolas naciones.
Ya en Nueva York, sede del más representativo sistema capitalista, dijo en diversos foros, como la ONU, palabras que en otros lideres mundiales hubieran sido inaceptables. En el Central Park, en el Madison Square Garden, en la llamada Zona Cero, en el corazón de la Gran Manzana, habló de los que “tienen que esconder el rostro” por carecer de derechos, ciudadanos de segunda categoría en tierra de inmigrantes.
Criticó la ambición a costa de la pobreza por parte de grandes organismos financieros. En su última etapa de su visita a Estados Unidos, en Filadelfia, cuna de la Constitución de ese país, refrendó su pensamiento en defensa de principios en favor de la humanidad y el derecho. Atendió, sin descuidar su misión litúrgica, celebrando misas multitudinarias. Basta ver las fotografías y videos para observar la gran cantidad de personas que la alba figura del pontífice atrae.
El Papa Francisco ha cambiado la imagen del pontífice, su postura lo ubica como un líder religioso que, abrumado por los desequilibrios sociales, lo impele a ser un postulante de los derechos de los pobres, un señalador de injusticias derivadas de inequidades intolerables. Con su palabra, el Papa ha revolucionado la histórica posición anquilosada del Vaticano. Con un claro temperamento latino, en español, ha puntualizado con argumentación irrebatible los males de una época en gran parte de las sociedades del planeta.
Al cargo que se le imputa de ser un Papa socialista, ha contestado públicamente que su fe es cristiana y que la afirma rezando, con ferviente devoción, la oración que lo prueba: El Credo.