Rubén Pabello Rojas
Entre los años 60 y 70 del siglo pasado, cuando México era mayormente rural y no había asomos de tratados de libre comercio internacional, la prioridad era tener un campo fuerte, productivo, que proporcionara los insumos alimenticios para una población de aproximadamente 60 millones de habitantes.
Se cuidaba en aumentar el rendimiento por hectárea de cada ramo de la producción agrícola sin dejar de atender la pecuaria en sus modalidades de cría, engorda y leche. Todo discurría como era debido, el país era autosuficiente y en algunos casos hasta exportador.
Luego en los 80 las cosas cambiaron, el país se tornaba más urbano y las presiones desproporcionadas de las organizaciones campesinas distorsionaron las políticas agropecuarias; en los 90 el Tratado de Libre Comercio con los países del norte del continente y otros fenómenos que trajo la globalización hicieron que México fuera perdiendo su vocación agropecuaria al no poder competir con precios de bienes, producidos en el exterior a menor costo.
En las etapas de mayor atención los gobiernos de esos tiempos, por medio de la prensa impresa, que era la que más penetración tenía en la sociedad, anunciaban con reiteración los avances en los altos índices de producción cada vez más altos y con mejores rendimientos, aunque en realidad se tratara de exageraciones demagógicas para acreditar bondades de programas que no correspondían a la verdad histórica, como hoy está de moda decir.
Los lectores de entonces, que no se tragaban del todo las informaciones exageradas y mentirosas, se burlaban diciendo que era en las columnas de los periódicos donde se sembraban y cosechaban toneladas y toneladas de alimentos y no en el campo, resultando todas las elevadas cifras engaños que las autoridades encargadas del ramo campesino acomodaban para justificar su ineficiencia.
Algo parecido pero con su propia peculiaridad sucede hoy cuando se anuncian grandes inversiones en obras públicas. Los tiempos y las tecnologías han cambiado la comunicación social. Ahora ya no es solamente en las columnas de los periódicos sino en todos los medios actuales de comunicación, donde las autoridades correspondientes anuncian con timbres de exaltación las inversiones públicas que se realizarán en beneficio de la sociedad civil.
En donde sí varía la metodología es que mientras en el siglo pasado sí había cosecha real de alimentos, en la actualidad las grandes obras materiales anunciadas no se palpan por ninguna parte. Carreteras, autopistas, aeropuertos, puentes y demás obras de alta tecnología pregonadas en los medios son publicadas con “bombo y platillo” y pasados los meses se descubre lo que ya se sabía, no aparecen, no están por ningún lado.
Hace unos meses se dio a conocer un enésimo programa de obras públicas para el estado por 10 mil millones de pesos. Para muestra de que solo fue otra más de los hipotéticos trabajos en beneficio del pueblo, se incluyeron en un rubro la inversión de cien millones de pesos para la ampliación del aeropuerto de Xalapa. Ha sido hasta ahora una más de las tomaduras de pelo que regularmente se recetan a las poblaciones que lo requieren. Dentro de ese paquete de obras se incluían otras muchas enunciadas con anterioridad, de cuyo avance o culminación no se sabe nada como la multi anunciada autopista Xalapa-Córdoba.
Viene todo esto al caso porque hace unas semanas se anunció otro magno paquete federal de obras de construcción para el estado. Pemex, Odebrecht, Mexichen y Celanese, Evonik-Idesa. Reuniones formales donde predomina la danza de las cifras y foto para el boletín de prensa, constituyen el escenario. Ya nadie lo cree. Nadie duda de que sea la misma gata, más revolcada aún que la anterior.
El 19 de marzo de 2015, en Tuxpan se anuncia por parte del titular de la SIOP una inversión de 3288 millones de pesos. A la fecha nada se sabe de avances y menos conclusiones de ninguna obra en casi el tercer trimestre del año del anuncio. No se sabe si dentro del nunca evaluado Plan Estatal de Desarrollo, del que nada se sabe o de dónde proviene este anuncio venturero.
Si se hace un recuento a “ojo de buen cubero”, no hay obra de infraestructura considerable en la entidad desde hace algunos años. No se ha pegado ni un ladrillo, todo se ha ido en pavimentaciones de concreto en calles y avenidas. Ni hablar del inefable Túnel Sumergido. Sumergido en la podredumbre corrupta, donde no hay, nunca hay, responsables.
Entonces, si la economía no lo permite por las causas que sean, que no se quiera engatusar al pueblo con proclamas engañosas de programas de imaginarias obras públicas, que al final solamente serán construidas en las columnas de los periódicos, como en el siglo XX, y en la difusión de largos alcances de los medios masivos de comunicación, nunca cristalizados en la realidad.
En la Capital del Estado, que siempre fue espejo de trabajo político del Gobierno, donde se esmeraban los gobernantes en hacer obra pública que ameritara su gestión, hoy no se puede contar prácticamente con nada. La edificación de una magna sala de conciertos por la Universidad Veracruzana, Tlaqná, que, elefante blanco, solo se utiliza cada año para los informes de los rectores en turno y nada más.
La construcción de una espectacular pista de ciclismo para los Juegos Deportivos Centroamericanos, que inútil no beneficia en nada a los capitalinos y cuyo costo-beneficio no se refleja en la actividad ni deportiva ni social ni menos económica de la ciudad, resulta ser un elefantote rosado con pintas grises, sin mayor aprovechamiento.
Así se diluyó la esperanza de una sociedad que, aparentemente ingenua, creyó que ahora sí las cosas cambiarían. Cambio pregonado siempre en planes, proyectos y promesas que al final siguen siendo deudas no pagadas a los siempre ¿aguantadores? ciudadanos, que en estos días de crisis económica, conmemoran los actos heroicos de Chapultepec y el inicio de la Independencia Nacional, sin cenas oficiales en los palacios de Gobierno.