Agustín Basave
Columnista invitado
Los partidos políticos viven en una selva semántica. De Weber a Sartori hay tantas definiciones como sociólogos, politólogos y juristas que se han ocupado del tema, y sus perspectivas varían sustancialmente (la mayoría de ellos, por cierto, incluidos Duverger y Bobbio, han puesto más atención a la taxonomía que a la naturaleza partidaria).
Sin embargo, en términos simples e ideales, un partido moderno se puede definir como una organización de personas que buscan el poder por la vía democrática para hacer realidad una ideología, una cosmovisión o un conjunto de causas que comparten entre sí.
En un mismo sistema político dos o más partidos pueden coincidir en ciertos principios e incluso en algunos aspectos de sus proyectos de nación (las coincidencias se han multiplicado en estos tiempos de desideologización), pero en buena tesis debe haber rasgos identitarios que los distingan. Con todo, si bien en teoría las coaliciones partidistas consuetudinarias deslegitiman la existencia de los partidos coaligados como entidades separadas, la praxis apunta a otro lado. En los regímenes parlamentarios europeos las asociaciones partidarias son comunes, y no sólo aquellas entre organizaciones afines sino también las que se dan entre las que son opuestas según la geometría política tradicional.
Ese es el contexto teórico e internacional. Ahora voy a dar mi opinión sobre mi país y mi partido, porque se ha difundido en medios y redes sociales algo que expresé en una de esas entrevistas improvisadas (banqueteras, les llaman), que fue primero “cabeceado” erróneamente y luego manipulado por alfiles del gobierno priista, que sabe que yo impulsaría una oposición frontal y que actúa por fuera y por dentro para descarrilar mi aspiración de presidir el PRD (entre esa gente la mala fe es de oficio). Va mi postura:
1) No me pronuncio sobre la contienda presidencial. Jamás declaré “PRD debe ir con PAN en 2018”, ni especularé sobre las estrategias electorales o los candidatos que podrían presentarse dentro una eternidad de tres años. Por lo demás, si yo llegara a ser presidente del partido mi periodo terminaría en 2017 y no me tocaría lidiar ese toro.
2) No creo que el PRD deba aliarse con el PAN de manera sistemática, aunque algo equivalente ocurra en Europa. Mi meta es tener la fuerza suficiente para ir solos, pero suscribo lo acordado en el documento de nueve puntos aprobado hace cinco semanas por el Consejo Nacional perredista: las alianzas del partido deben procurarse prioritariamente con las izquierdas, no deben darse en ningún caso con el PRI y pueden considerarse en circunstancias extraordinarias con “otros partidos”.
3) De cara a las elecciones estatales del año próximo, particularmente en las doce gubernaturas en juego, me parece que hay que decidir candidaturas con base en ese documento y en un análisis casuístico. Las alianzas PRD-PAN en Puebla, Sinaloa y Oaxaca han dejado insatisfechos a no pocos perredistas y panistas porque privilegiaron lo electoral y supeditaron lo programático. En el PRD no debemos aliarnos con nadie si no pactamos antes un programa de gobierno que incluya nuestra agenda y si no prevemos beneficios legítimos para nuestro partido y simétricos para ambas partes.
Pero el meollo del asunto está en otro punto, que algunos antialiancistas evaden. ¿Vive o no México momentos extraordinarios, de plena restauración autoritaria, aumento de la pobreza y corrupción rampante? ¿Queremos combatir o facilitar este grave retroceso en una docena de estados? ¿Avalamos o no a los personeros del gobierno priista, súbitos guardianes de una pureza ideológica que siempre les ha valido un cacahuate, quienes quieren complacerlo manteniendo a la oposición fragmentada? La campaña del PRI para sabotear las alianzas en su contra es del tamaño de su miedo a ellas. Esto es lo que los perredistas debemos debatir. Y en ese debate, que se volverá a dar en el Congreso Nacional, habremos de fijar nuestra posición, que no será la mía ni la de alguien más sino la de la mayoría del perredismo.
@abasave