José Carreño Carlón
Columnista invitado
¿Bullying? Un narrador de ficción ha aportado una aproximación mayor a la realidad que buena parte de los medios, a la hora de procesar el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) designado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), con la encomienda de revisar el veredicto de la PGR sobre los crímenes de Iguala.
En general, los medios redujeron este reporte a una boleta reprobatoria, suscrita por un sínodo internacional infalible, al desempeño de un alumno incorregible: el Estado mexicano; casi un dictamen de expulsión del mundo civilizado, no por sus fallas en la investigación de un crimen ciertamente abominable, sino por sus mentiras, como alevosamente gritó en su portada la revista alemana de derecha Der Spiegel.
Incluso no faltó el artículo del activista que equiparara en el diario español El País la responsabilidad presidencial en estos hechos y en la matanza de Tlatelolco, como si hubiera punto de comparación posible entre el comportamiento de Díaz Ordaz y la conducta del presidente Peña, antes, durante y después de las atrocidades contra los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Una especie de bullying antimexicano ocupó la agenda de estos días, no obstante que el Estado mexicano mismo accedió al escrutinio exterior, ordenó la revisión de los resultados de las instituciones de aquí a la luz de los hallazgos de los expertos internacionales y el Presidente decidió la ampliación del mandato de los forenses a fin de que concluyan sus trabajos.
No es necesario forzar así la realidad para subrayar la gravedad de los hechos y la precariedad de nuestras instituciones. Pero hay que decir también que casi todos los medios, empezando por El Universal, destacaron con profesionalismo una serie de correcciones del GIEI al veredicto de la PGR. Entre las más atendibles destaca que la represión contra los normalistas no se pudo haber ordenado para evitar que éstos perturbaran un acto preelectoral de la familia gobernante en Iguala —sustentada en una feroz banda criminal— porque ese acto ya había concluido.
El cártel. Aquí hay una aportación que los mismos expertos internacionales consideraron la hipótesis “más consistente” en este punto crucial: que, sin percatarse, los estudiantes se llevaron un cargamento de heroína escondido en uno de los camiones que habían secuestrado y que enseguida los narcos emprendieron un ataque feroz a los cinco autobuses en manos de los normalistas —no cuatro, como dijo la PGR— para recuperar la ‘mercancía’. Esto “explicaría la reacción extremadamente violenta y el carácter masivo del ataque”, sostienen los especialistas.
“Según las informaciones recogidas”, contextualizan, “Iguala es un lugar de tráfico de heroína muy importante y una parte de ese tráfico se haría mediante el uso de autobuses que esconden la droga camuflada”. Chicago es el destino de estas cargas.
Y mientras una parte de la prensa internacional ensayaba su encarnizamiento contra las miserables realidades mexicanas —y la nacional se aprestaba a exigir castigos para los réprobos de la localidad— tres días antes del reporte del GIEI, al recibir en Barcelona el premio más importante de novela negra publicada en español, un gran narrador de ficción, Don Winslow, el autor de El cártel, la novela sobre El Chapo Guzmán, ponía ese informe y sus coberturas mediáticas en perspectiva global: “Los estadounidenses leemos titulares como ‘43 personas asesinadas’ y pensamos ‘Oh, qué espantoso’(…) seamos honestos… es un problema estadounidense y europeo que se paga con la sangre del pueblo mexicano”.
Arrasamiento. Quebrar este eje Iguala-Chicago con un golpe capaz de empezar a desarticular el poder de los señores de la heroína en Guerrero, atacaría una de las fuentes del arrasamiento criminal de la zona —y de la imagen internacional del país— además de que le permitiría a la narrativa del Estado mexicano romper los estrechos márgenes de respuesta que le ha dejado el escalamiento del bullying en México y en el mundo.