Rubén Pabello Rojas
Por su ubicación geográfica, histórica, cultural, siempre ha sido un continente que influye en la política mundial en todos los aspectos. Sin dejar de considerar que los europeos, que integran un mosaico multiétnico y multicultural, han tenido a lo largo de su secular desarrollo altas y bajas; guerras múltiples donde se acrisolaron las diferentes sociedades que en un espacio relativamente pequeño, vieron el florecimiento de muchas culturas que formaron naciones independientes, sin hipérbole, a sangre y fuego.
Baste recordar los lances bélicos entre sus pueblos en el medioevo y ser teatro de las dos grandes guerras mundiales del siglo XX. Antes cruzadas contra infieles y luchas internas de carácter feudal. Además todo el prolijo desarrollo de sus relaciones dentro de su territorio como con el resto del mundo. Europa, que recogió el pensamiento e influencia de las antiguas sociedades mediterráneas y nórdicas, a su vez importó las suyas principalmente al Nuevo Mundo que descubrieron y colonizaron Portugal y España y luego se agregaron Francia, Inglaterra y Holanda, quienes al transmitir en suelos americanos sus idiomas, creencias, pensamientos, ciencia y técnica formaron, en esa simbiosis, las diversas culturas del continente descubierto en 1492.
Como la cristalización de un postergado anhelo y para superar de una vez por todas las grandes diferencias que secularmente ha sufrido el llamado viejo continente, después de la segunda guerra mundial la decisión se volvió impostergable. Había que intentar solucionar las grandes diferencias que por siglos habían flagelado a Europa.
Así tomó cuerpo la antigua idea de formar una entidad que amalgamara a todos los países englobados dentro de ese continente incluyendo la porción insular. La propuesta existía desde mucho tiempo atrás y antes de la segunda gran conflagración; estadistas de la talla de Winston Churchill, Konrad Adenauer y Charles de Gaulle en algún momento no fueron ajenos a la idea de conformar una Europa que intentara integrar una entidad unida, donde se dejaran atrás procesos bélicos entre países, que desde siempre han convivido cercanamente en medio de egoísmos nacionalistas y en la tercera década del siglo pasado con la amenaza de una inaceptable ambición totalitaria de corte fascista.
De este modo las ideas federalistas e integradoras de Jean Monet y Roberth Schuman desembocan en la creación el 18 de abril de 1950 del Tratado Institutivo de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero. (CECA), piedra angular de la cual parte todo el desarrollo que a través de más de 60 años ha marcado la evolución de lo que hoy se conoce como Unión Europea, después de transitar por enormes vicisitudes que en el decurso has puesto a prueba su esencia y su existencia.
Es citable entre otras la resistencia histórica de el Reino Unido, Inglaterra, que habiendo aceptado ser miembro, solo lo hizo cuando se aceptaron sus unilaterales condiciones, siendo hasta la fecha reacio a aceptar algunas decisiones del resto de los miembros de la UE.
Hoy Europa, sus naciones unas más otras menos sufren de nuevos retos y calamidades. Una economía que pone a prueba el sistema económico sustentado en el Euro, amaga a las grandes operaciones de los bancos centrales que ven como amenaza real, el debilitamiento del orden financiero y monetario por el incumplimiento de algunas de sus naciones componentes como es el caso de Grecia, cuya solución es endeble y tiene una gran dosis de ingrediente político, donde vuelve a surgir como fenómeno indeseado, que se creyó superado, el temido europesimismo.
Alemania, motor y sostén del sistema económico europeo ve que naciones como Francia enfrentan graves problemas de bloqueos viales de alta utilización, efectuados por productores de leche vacuna, que declaran insostenible el precio del lácteo y paralizan gran parte de la actividad nacional y devienen en problemas políticos híper sensibles.
Pero si estas dificultades locales son dañinas, lo que representa el mayor reto de toda Europa es la inmigración imparable de grandes corrientes de desplazados y menesterosos que por conflictos bélicos y pobreza de sus pueblos, buscan el refugio y la salvación en tierras del viejo continente. El paisaje humano de las grandes ciudades europeas ha cambiado; por sus calles discurre una gran cantidad de euroafricanos, asiáticos, árabes, que con sus vestimentas de origen, pincelan la realidad que viven los países que tienen que admitir en su sociedad etnias y costumbres ajenas que en aras de los Derechos Humanos, tienen que tolerar sin aceptar totalmente.
España mejora pero insignificantemente. Esto da pie a que la oposición al régimen actual de Mariano Rajoy le someta a críticas públicas despiadadas, de las que se defiende como puede, en la Cámara de los Diputados, en su calidad de presidente del gobierno español. Los demás países no están mejor y la economía global europea se mantiene débil.
Mexico, como país, no tiene gran significación. Las pocas noticias que llegan son siempre negativas, los medios de comunicación trasmiten notas de narcotráfico y crimen dándole bastante importancia a la fuga del “chapo” Guzmán o a la muerte de 26 mexicanos y 48 heridos en Zacatecas. Nada más. En Francia se difunde sin mayor importancia la visita de Estado de Enrique Peña Nieto. Dentro de todo este comentario es ineludible dejar de comentar el calor infernal de este verano europeo de 2015 que, por lo menos, de Berlín a Lisboa ha alcanzado hasta los 45° centígrados, en algunos lugares.