Leticia Bonifaz
Columnista invitado
La próxima semana entrarán en vigor las reformas a la Ley para la Celebración de Espectáculos Públicos del Distrito Federal, publicadas el 15 de julio de 2014, mediante las cuales se prohibió el uso de animales en los circos. Las mismas tuvieron una vacatio legis de 365 días; pero aunque ese era el tiempo que el legislador local dio a los poseedores de los animales para que les encontraran otro destino, el legislador federal, en enero de 2015, emitió una reforma a la Ley General de Vida Silvestre prohibiendo el uso de ejemplares de vida silvestre en circos. En el transitorio, se previó lo que la ley del DF no hizo, dos posibles destinos específicos para los animales: los zoológicos del país o los Centros para la Conservación e Investigación de la Vida Silvestre. El plazo de la Ley General fue de 180 días por lo que ésta acaba de entrar en vigor.
Ya anunciaron los empresarios circenses que buscarán la vía del amparo para proteger sus intereses y con ello intentar prolongar la tenencia de sus animales. Las posibilidades de éxito dependen de cómo se planteen los argumentos. Se trata de un caso en que una actividad que era lícita, se convirtió en ilícita por voluntad del legislador y podría haber una afectación a derechos adquiridos.
Los legítimos poseedores invirtieron recursos en su importación, traslado y mantenimiento y aún antes de la entrada en vigor de ambas leyes comenzaron a sufrir perjuicios.
La ley local es más vulnerable porque el Distrito Federal tiene competencia sólo respecto de los animales domésticos, sumada a la que la Ley General le otorga para “ejecutar dentro de su territorio acciones relativas al cumplimiento de los lineamientos de la política nacional en materia de vida silvestre”. Tal vez por ello, la regulación se hizo a través de la ley de espectáculos adicionando el circense y no con adiciones a la ley de protección de los animales en el Distrito Federal.
El circo con animales tendía a desaparecer. Los empresarios del circo lo sabían, pero el destino los alcanzó. En contraste, los empresarios taurinos hasta ahora fueron más poderosos y la ley local no se modificó en la parte correspondiente, pero tarde o temprano ese otro espectáculo también llegará a su fin. No cabe duda que en las últimas décadas ha cambiado la relación ética entre los seres humanos y los animales, y jurídicamente está regulada la crueldad y el maltrato, considerado como el dolor, deterioro físico o sufrimiento que pudiera infligírseles.
Tanto en el circo como en los toros se busca provocar admiración ante el arrojo y valentía que implica el control y dominio del hombre sobre la bestia. El torero se enfrenta al toro en una aparente desproporción de fuerza. El domador coloca confiado su cabeza entre las fauces del felino con su instinto contenido.
Los animales se consideran más graciosos en la medida en que imitan comportamientos humanos, desde perritos amaestrados hasta el gran elefante sobre el cono truncado.
Domar, amaestrar y someter han sido parte de la tarea de domesticación que llegará a su fin, al menos, respecto de los animales salvajes. La gente del circo, en tanto, espera en carpas semivacías. Están viendo mermadas sus ganancias y desintegradas sus familias, porque el circo, ante todo, se ha mantenido como tradición eminentemente de familias que se van heredando el oficio.
El circo con animales pareciera ser historia, como entró a la historia el león que acompañó al gran Chaplin en 1928.
Al circo le llegó el momento de renovarse o morir. Trapecistas, magos, equilibristas y payasos, como el gran Richard Bell que hizo reír a don Porfirio, tienen que buscar nuevas maneras de cautivar a un público mucho más exigente en su asombro: los niños de hoy que sienten y piensan diferente.