Rubén Pabello Rojas
Analizando resultados sustantivos, poco se ha conseguido en el desarrollo democrático de México, después del intenso proceso de reformas de fines del siglo XX.
Las respetables corrientes del pensamiento ideológico político contra todo lo que el PRI representaba en las postrimerías del siglo pasado y antes, que formaron una sólida postura en la oposición, ya fuera de derecha, sobre todo del PAN, que nació para combatir el programa que sustentaba aquel partido y fundamentalmente su gobierno; así como las fuerzas izquierdistas, siempre fragmentadas, no suman los méritos deseados en un balance hasta estos días.
En cierto momento dos priistas decidieron romper con su partido original, del cual habían sacado buen provecho, uno, Cuauhtémoc Cárdenas, cuyo padre, Lázaro, fue el creador de ese instituto junto con Plutarco Elías Calles, y el otro, Porfirio Muñoz Ledo, superconsentido del régimen al que tanto después combatió.
Ya ni se diga de la postura radical, excedida de otro inefable personaje, López Obrador, que hasta autor de un himno al PRI resultó, después de haber sido dirigente de ese partido en Tabasco. Posteriormente se agrandó la lista de expriistas que ahora son exponentes de una crítica y acción en contra de lo que antes enarbolaron con falsa pasión.
Es cierto, lo dijo con oportunidad, José Emilio Pacheco, en su poema Antiguos compañeros se reúnen, que en una parte dice: “ahora somos todo aquello que criticamos hace veinte años”.
Eso trajo la Democracia en México. Cuando los partidos, sus dirigentes y sus miembros, probaron el poder, todo se pervirtió. Díganlo el PAN, niéguelo el PRD. El poder que antes estuvo manipulado antidemocráticamente, a partir de las reformas electorales de 1977, y poco antes, devino en la gradual democratización de la lucha política. Cuando las instituciones, en ese ramo, si fueron acatadas y se cumplieron, paradójicamente, todo se deterioró.
Debe acreditarse que el panismo histórico es más honesto aun aceptando, como negativas, las rijosas conductas actuales de algunos miembros, Calderón y Madero, quienes no vivieron la lucha de los fundadores encabezada por Gómez Morín, cayendo en verdaderas acciones censurables. Sin embargo han sido más auténticos, no se mancharon de Priismo. Con excepción de algunos convenencieros como Juan Rodríguez Prats y Miguel Ángel Yunes Linares, antes encendidos miembros distinguidos del PRI.
Caso opuesto ha sido el PRD, partido nacido de tránsfugas del PRI para después caer en peores lances de lo que antes abominaron no obstante que, si se repasa bien, ellos, los tránsfugas, fueron artífices del desvío, cuando probaron el poder, sin caer en la cuenta de que ahora luchaban contra su propia trayectoria anterior, contra lo que ellos habían ayudado a construir. Vaya paradoja saturada de cinismo. Que lo digan Manuel Bartlett, Ricardo Monreal o Dante Delgado.
Contradíganlo los demás minipartidos que aprovechados de las enormes facilidades que brinda la legislación electoral, hasta esta fecha, medran en el horizonte político nacional. Permite la ley, la proliferación de partidos, dada la escasa y fácil acreditación de requisitos y la facilidad de mantenerse, con mínimas exigencias para hacerlo. Eso sí, bien nutridos por obesas prerrogativas y otros increíbles beneficios y sinecuras.
Empobrece a la democracia la actividad de un mermado López Obrador, quien aprovechando la barata y todas las facilidades que otorga la ley electoral lanza su partido, llamado Morena. Se calcula que será un ente distorsionador, al interior de las diversas corrientes, tribus, izquierdistas siguiendo, como es su estilo y marca de fábrica aporreando a las instituciones, que como él mismo ha dicho “hay que mandar al diablo”.
Y el PRI luce desdibujado, sin liderazgo, usufructuando migajas del poder presidencial hoy tan disminuido; cargando con un pesado fardo de reclamos de pasadas acciones que en estos días tiene que purgar en su regreso a esa presidencia. En esta nueva etapa, el PRI, que mantiene un voto duro inercial, no ha podido recuperar su antigua hegemonía política.
De la nulidad de los partidos pequeños ni hablar, pulverizan el voto, se suman a la pepena, ya sea con alianzas contra natura o apoyando candidaturas que por su turbiedad abortan como el caso del MC y Marcelo Ebrard. En este pobre escenario nada aportan a la democracia.
Este ha sido el transito a la Democracia en México en medio de corrupción, violencia e impunidad. Es una marcha difícil por la naturaleza, la esencia del ser nacional. Habrá que ver si funciona el sistema centralista del IEN o era mejor el federalista del IFE. La eterna, polémica discusión: qué quiere la sociedad mexicana que no acaba de encontrar. Mientras el tiempo transcurre inexorable.
Está en curso el periodo de aplicación de la Ley reformada, sus leyes secundarias y reglamentos, donde se verá su bondad o su deficiencia. Queda el recurso de poder cambiar la ley cuantas veces sea necesario. Lo que no puede cambiarse con esa facilidad, es la esencia del ser nacional, ese gran pueblo mexicano que eso produce, los manzanos no dan peras.
La gran pregunta subsiste: ¿La Democracia contaminó a la política? O fue al revés, ¿la política contaminó a la Democracia? Por lo inmediato habrá que afrontar los inquietantes acontecimientos violentos de Jalisco, ante la grave situación impuesta por el crimen. A un mes escaso de celebrar elecciones federales para diputados, es una señal preocupante.
Es inocultable la debilidad de las instituciones en todos los niveles, que no garantizan la marcha pacífica de algunas regiones del país donde el Estado Mexicano, obligado por el Pacto Social, tiene el deber fundamental de proteger bienes y personas de sus nacionales, quienes si cumplen su parte como contribuyentes. Habrá que esperar.