Rubén Pabello Rojas
Se celebra el Día de la Mujer. Nada más justo y de grata significación por lo que ello entraña después de siglos de haber sufrido ellas grandes sufrimientos, quebrantos y discriminaciones.
Hoy las mujeres han avanzado considerablemente. Así lo decidieron y lo han logrado paulatinamente a base de gran esfuerzo reconocido, palmo a palmo, sin regalos o concesiones sino con gran empeño y fundamentalmente con algo indiscutible: preparación, voluntad y determinación que mueven a respeto y simpatía.
Nada ha sido por obsequio ni menos por favoritismos inconfesables. Ha sido cuando el género femenino se dispuso a ocupar el lugar largamente acariciado y también largamente escamoteado. Grato es observar cómo cada vez alguna mujer accede a encomiendas de mayor responsabilidad y rango, en actividades profesionales y sociales en general. No ha sido gratuito, está respaldado el éxito por la estructura suficientemente construida para ejercer la responsabilidad conferida.
Que falta mucho por lograr lo que ellas pretenden, sí, pero es innegable que han alcanzado, en buena hora, espacios que hasta hace poco tiempo eran inimaginables. Obviamente el impacto social, familiar y laboral se ha modificado.
En el campo laboral, donde mayor incidencia de inserción se nota en este tema, lleva a considerar que si bien el aumento de mujeres en el mercado laboral es creciente es automáticamente en detrimento del otro género, del masculino.
Si se estima que el tamaño del esa oferta de trabajo en México es limitada, consecuentemente los hombres irán perdiendo espacios de trabajo que antes tenían casi en términos absolutos. Ello conlleva un análisis que cae en el estudio de la socioeconomía.
La ecuación es simple: Más mujeres en el mercado laboral, menos hombres empleados. Mientras el tamaño de la economía nacional no se incremente, cosa que no se advierte ni cierta ni pronta, los espacios de trabajo remunerado se repartirán entre los demandantes, ahora con la suma de un gran número de féminas, altamente calificadas, pretendientes, con todo derecho, a ocupar un lugar en el mercado de trabajo.
Las consecuencias en los cambios surgen de manera natural. Se modifica la agenda del núcleo familiar cuando la madre y el padre trabajan. Si solamente trabaja la madre, familia monoparental, el impacto consecuencial es aún mayor. Se acude al recurso de sustitución por los abuelos y se presenta incuestionablemente una modificación en los patrones tradicionales.
Afuera las conductas de hombres y mujeres en este nuevo enfoque, también sufren serias alteraciones que al ser novedosas, tendrán que irse asimilando paulatinamente. Mientras esto ocurra y se consolide, gran cantidad de miembros del género masculino quedarán sin ocupar algún puesto de trabajo.
¿Qué sucede con esa fuerza laboral parada ante una oferta de trabajo limitada y sin expectativas reales de crecimiento? ¿Dónde se ocupará esa capacidad laboral desempleada?
No puede prevalecer el pensamiento negativo ni menos pesimista, pero habrá que ir a la estadística de la economía. ¿Cuántos de esos hombres desempleados, ante un mercado laboral raquítico, ahora servido por el género femenino, optaran por dedicarse a una actividad delictiva como alternativa cómoda y de gran atractivo para obtener rendimientos cuantiosos?
Si México es una nación de 120 millones de habitantes, lo imperativo es aumentar la base de la economía; más puestos de trabajo, más empleo y mayor crecimiento en los campos de la educación y la cultura en general.
En otro enfoque se ha utilizado el significado de machismo para calificar el abuso del hombre contra la mujer. Es correcto. En ningún caso es justificada ni tolerable esta conducta que agravia a cualquier mujer víctima de tan incalificable trato. Conducta censurable que, obviamente, debe ser erradicada totalmente.
Sin embargo no todos los hombres proceden y deben ser encuadrados como “machos” despreciables que victimizan sin consideración a cualquier dama. También hay que admitirlo, hay hombres de bien, fuera de una calificación generalizada de indignos representantes del machismo deleznable.
También hay padres, hermanos, hijos que son personas honradas y justas, que no merecen pasar a la abominable y arrasante estadística de victimarios de mujeres. Hombres que valoran la lucha de la mujer por lograr un trato digno y merecido en el concierto social. Que apoyan y se suman de buena fe a la cruzada irreprochable de las mujeres.
Mujeres ejemplares a las que Silvia Sánchez Alcántara en su libro Retos Femeninos ubica como mujeres emprendedoras, no solo víctimas de un destino adverso, sino como personas con todas las capacidades para desarrollarse en lo individual y triunfar por el desempeño de sus propios méritos.
Vaya, entonces un gran reconocimiento y felicitación a esas valiosas, admirables, mujeres mexicanas que entendiendo que el talento no tiene sexo, dan la batalla cotidiana, sin perder la extraordinaria misión de ser la base fundamental de una sociedad donde gran parte del bien común se debe a su inconmensurable aportación.