Gilberto Haaz Diez
*La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida. Miguel de Cervantes (1547-1616) Escritor español. Camelot
RUMBO A MCALLEN
Mañana de viernes. Muy de madrugada tomo la deteriorada autopista de Capufe. Enfilo hacia el aeropuerto de Veracruz, voy a McAllen de pisa y corre. Llego a las nuevas salas veracruzanas que nos hacen ver un aeropuerto diferente, nuevos mostradores y nuevos espacios de abordar. Nos lo merecíamos. Beto Carrillo, fotógrafo y paparazzi de Notiver, el diario consentido de los veracruzanos, imprime una placa familiar mañanera, mía y de los míos. Apenas termino de hacerlo se me acerca una señora, dice leerme en Veracruz (Notiver), me comenta que es de Tamaulipas, y que me asiste la razón cuando escribí no hace mucho de lo apacible que era ese sitio por carretera, de la tranquilidad en que tomábamos la ruta de los mil y pico de kilómetros desde Veracruz a Reynosa, y llegábamos con nuestras ilusiones y nuestras cosas y el retorno por igual. Ella vivió un incidente penoso. Esos asaltos de la maluria y todas esas cosas. A veces los refranes nos llevan a los tiempos, aquí no opera aquello de que estábamos peor cuando estábamos mejor. Seguimos estando muy mal. Esa zona está marcada por la violencia. Reynosa y mi Matamoros querido han sido ciudades victimas del crimen organizado, que al parecer llegó para quedarse, con todo y los esfuerzos que hacen el Ejército y la Gloriosa Marina Armada de México, que no solo tienen que lidiar contra los malos, sino contra esas comisiones de Derechos Humanos, que mucho les persiguen. Lo dijo Dante Alighieri en La Divina Comedia: “No hay mayor dolor que recordar con tristeza una época en que fuimos felices”. Aquella época lo fue, como platicaba con esta mujer atribulada que despedía a una hermana rumbo a Reynosa, en el mismo vuelo totolotero de Viva Autobús, el de los tiquetes baratos que en una hora nos tiene en el aeropuerto de Reynosa, donde el miedo se mide por la cantidad de soldados que hay en la vigilancia. Alguna vez me tocó llegar casi al mismo tiempo que el presidente Calderón, aquello parecía Irak por tanta seguridad. Paréntesis: Fue el Día del Ejército, México les debe mucho, el trabajo que hacen y la vida que arriesgan, lo dijo el General Secretario, y lo dijo con claridad ante su jefe, el Comandante de las Fuerzas Armadas, el presidente Peña Nieto, que el Ejército es garante de la estabilidad, aunque los acusen irremediablemente, cuando combaten contra los malos arriesgan sus vidas, los otros, los de enfrente, no tienen compasión y si pueden los liquidan, como me lo dijo un soldado con el que platiqué cuando nos revisaban en el retén del restaurante La Bendición, del Amate en Tierra Blanca, son los Derechos Humanos los que nos traen atosigados, decía quejándose.
Terminé despidiéndome de esta buena mujer, en el recordatorio y añoranza de que aquellos tiempos que vivimos con tranquilidad, seguro no vuelven, entonces me trepé al Viva Autobús, que en hora y quince nos pondría en Reynosa para cruzar pecho a tierra la Aduana en el paso del Puente Kika de la Garza, un nombre de un congresista que nació en esta zona. Allí fuimos un poco en la incomodidad de esos asientos del Viva Autobús, que ya les quitaron el poder recargarse un poco, pero a su favor tienen que se sufre una horita y se llega rápido, en menos que canta un gallo, para ver en el aeropuerto de Reynosa que los perros que huelen droga y frutas no permitidas, perros con el chaleco de Sagarpa, olfatean todo. Silvia, nuestra conductora designada, nos espera para atravesar la frontera, al sur de la frontera como dirían ellos mismos. Sé que muchos veracruzanos vienen a estos lares cuando necesitan taxi. Silvia es excelente, de buen confiar, llega de McAllen en una Suburban de siete pasajeros, te recoge (sin albur, como diría Peña Nieto) y te pone en el otro lado, o al hotel o a alquilar un auto en el aeropuerto de McAllen, adonde quieras te lleva; y el regreso igual, a las 7 de la mañana está por uno de vuelta. Estos son sus teléfonos por si la quieren contratar: (956) 862-8400.
UN GAZAPO MÍO
Pequeño, pero fue un gazapo. Irremediable, pero es que los apellidos siempre los confundo, más los míos. Mencioné hace días al hablar de la Casa de la Abuela en Villa Azueta que la abuela era Genoveva Diez Fernández, no, era Genoveva Fernández de Diez, los otros apellidos son los de mi madre. Aclarado cuento un poco la historia de esa casa. Allí llegó a Villa Azueta mi abuelo Jesús, traído de España en el tiempo que, le entrabas a la milicia o te convertías en Cura, y a mi abuelo no le gustaban ninguno de esos dos oficios. Vino y formó familia, y allí andamos todavía algunos. En España, bendita tierra, dejó a un hermano que ese sí era Cura de pueblo. Lo fue por 40 años y me dicen quienes le conocieron, una vez que anduve y andé por Ara de Radas, en San Pantaleón, cerca de la zona de la Cantabria, que el Cura era muy querido como los personajes de Marcelino, pan y vino. Que a mula y con una sombrilla negra cubriéndose del sol y la lluvia recorría los pueblos aledaños, domingo por domingo, día con día, año con año llevando la palabra de Dios. Por eso les dije una vez al Obispo Marcelino y al Padre Marcos Palacios, su vocero de la Diócesis, que me respetaran porque mi pedigrí era de la iglesia. Tuvo dos hermanas mi abuelo, solteronas, así murieron, por eso ya queda casi nada de familia allá. Conocí su sepulcro, de los tres, del padre Darío y de las tías Edelmira y Encarnación, fueron sepultados al pie de la iglesia de San Pantaleón. Alguna vez allí les llevé unas flores y recé un algo por ellos. No les conocí, pero llegué a la vieja casa española de dos pisos y teja y casi toda en madera, pobre, como eran todos los españoles de aquellos años, donde había nacido el abuelo. Le hice un poco al José López Portillo que todos llevamos dentro, cuando llegó a Caparroso en busca de sus antepasados que no encontró, pero a ese pueblo le fue de película, porque el presidente mexicano les cambió el pueblo. Ya ven ustedes cómo eran nuestros presidentes, aquellos del PRI imperial. Poderosos en el paroxismo de conmigo todo, sin mí, nada.
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