Manuel Zepeda Ramos
Agapita.
Horror. Los testimonios del padre acerca de cómo se enteró de lo infausto, nos conmueve.
Las noticias, que transmitieron a todo el mundo el asesinato a mansalva con alevosía y ventaja del joven mexicano comerciante de flores en un suburbio cercano a Washington -se llama Pasco-, llegaron también a México y circularon por todos los medios electrónicos. Como nosotros, así se enteró la familia: viendo el asesinato en las noticias como si fuera una serie de televisión norteamericana en horario de lujo. Doña Agapita, la madre, está destrozada y profundamente ofendida, como lo está toda su familia y sus amigos de la comunidad de la que era originario y como debería estar todo México y los muchos millones de paisanos que todos los días salen a trabajar con la angustia de que ese puede ser el día en que se termine el sueño americano porque ese día pueden ser atrapados por la migra para regresarlos, una vez más, a la patria que no les ha respondido como quisieran que les respondiera, como ellos lo hacen enviando remesas a su familias que se vuelven, con los granos de arena enviados por los millones de mexicanos al otro lado de la enigmática frontera, la segunda entrada de divisas más importante a nuestro país después -espero que todavía sea así-, del petróleo. Son familiares, amigos, mexicanos y connacionales del otro lado, todos, angustiosamente desolados e indefensos, con el ánimo de la derrota saliéndoseles por los poros.
Es un asesinato más, de muchos que faltan, de un connacional en el vecino país que está a punto de pasar al olvido, como tantos otros de igual procedimiento, que han tenido el beneficio a favor de los asesinos policías.
¿Alguien duda, los que vieron la tele, que es un asesinato alevoso?
¿Alguien cree que la vida de los policías estaba en peligro con las piedras que nuestro paisano muerto, Antonio Zambrano Montes, les tiró como respuesta valiente y llena de coraje de alguna ofensa como las que cometen a diario estos discriminadores impolutos con derecho a segar vidas de latinos apestosos como así los llaman?
Está claro que el odio racial, alimentado por largos años y de manera cotidiana, por los agresores eternos de las “nacionalidades inferiores” que todos los días pretenden realizar ese sueño diabólico en la nación más poderosa de la tierra, que juega con el azahar de lograrse o no, se ha vuelto a cumplir ahora en la persona de Antonio Zambrano Montes, natural de Aquila, Michoacán.
Este suceso, para los ojos del mundo, debería ser tan grave como esa carnicería cometida por extremistas leales al grupo yihaidista que decapitó a 21 cristianos coptos egipcios secuestrados en la ciudad de Sirte, en el norte de Libia y que desató un bombardeo de Egipto en contra de posiciones yihaidistas en la nación que gobernó Cadafi durante décadas.
Son actos eminente y profundamente raciales.
La relación con nuestros vecinos del norte ha estado llena de actos desiguales, un día sí y otro también, que han sido plasmados en sin fin de manifestaciones culturales que el teatro, el séptimo arte y los medios audiovisuales electrónicos han reflejado a lo largo de los años, conforme las manifestaciones culturales avanzaban en el desarrollo de las tecnologías al servicio de la cultura.
Cuántas películas habremos visto los que ya estamos en la segunda vuelta del medio siglo en torno a las migraciones mexicanas al vecino país poderoso en la época de oro del cine mexicano. Era planteada la problemática de manera equivocada -quizá por el espíritu nacionalista que embargaba en esa época-, a manera de “traición a la patria”, llamando despectivamente pochos a los migrantes debido a la eterna rivalidad humana a través del tiempo con respecto a los poderosos. El tema de la migración era llevado al ámbito del comedia ranchera o al melodramático arrabal citadino. Guadalajara pues, de Raúl de Anda; Pito Pérez se va de bracero de Alfonso Patiño Gómez; Yo también soy de Jalisco de Julián Soler; Primero soy mexicano de Joaquín Pardavé y Soy mexicano de acá de este lado de Miguel Contreras Torres, son representativas de esta época.
Fue después de ese momento y durante décadas, cuando se planteó la primera y única película que trató seriamente la problemática de los migrantes mexicanos indocumentados en los Estados Unidos: Espaldas Mojadas, de Alejandro Galindo. En esa gran película se desmitifica “el sueño americano” y se exhibe el racismo y el abuso en aquel país del norte para con los mexicanos.
Pero las cosas cambian y viene la crisis en la industria cinematográfica mexicana. Surge una figura cómica representada por el excelente actor y guionista de cine y de radio Eulalio González, “Piporro” que estelariza una comedia sobra la migración. Rafael Baledón la realiza. Es El bracero del año. Una visión hipócrita y acrítica de los migrantes. Un David que era el Piporro contra un Goliat rubio, que era el Sherif, marca una relación de inferioridad que lo lleva a retornar derrotado a su patria, no obstante que la cinta lo mostraba como un héroe.
El teatro de repertorio de la UV tiene en sus obras montadas, Odio a los putos mexicanos, de Ortiz Monasterio, Legóm, que plantea brillantemente la realidad actual racial.
Lo sucedido hace algunas horas en Washington, dibuja el horror del racismo llevado a su última expresión: El ajusticiamiento presencial, en tiempo real, de un mexicano que se atrevió a buscar el sueño americano. Por ello fue castigado con la pérdida de su vida, a manos de sus ejecutores que además aplican la ley de manera irregular siempre a costillas de quienes, si no estuvieran allí, los gringos no sabrían qué hacer con los sucesos de la vida diaria que nadie los puede realizar más que nuestros paisanos quienes, por ese solo hecho, los mancillan hasta llegar a quitarles la vida, como la evidencia a todo color y en horario triple A nos lo ofrece.
El dolor que hoy siente doña Agapita es un dolor que exige ser compartido, como una muestra de la desigualdad lacerante que es la realidad de todos nuestros connacionales. Ya basta.
Antonio Zambrano Montes nunca habrá de descansar en paz. Hasta que se haga justicia.