Manuel Zepeda Ramos
Goldwin. William es su nombre de pila.
Británico, nació en 1756 en el condado de Cambridge, en Wisbech. De clase media, sus padres fueron considerados calvinistas radicales. El padre, sacerdote de su religión, murió joven y durante su tiempo de vida nunca reflejó cariño por su hijo. Los afectos con su madre sí existieron, fuertes, hasta la muerte de la progenitora a edad muy avanzada.
Formado en el calvinismo, WG llegó a ser sacerdote en ejercicio. Fue en Stowmarquet donde conoció a un amigo republicano que lo llevo al pensamiento libertario francés de la revolución.
Siendo sacerdote se fue a Londres en donde, con su pluma y embargado de enciclopedismo galo, intentó “regenerar” a la sociedad británica a través de sus premisas: la abolición de todas las instituciones existentes: políticas, sociales y religiosas. WG se mostró, desde la escritura, como un político y filósofo reformista. Creía que solo un debate calmado se necesitaba para realizar todo cambio. Desde el principio hasta el final de su existencia, despreció todo recurso de violencia. Era pues, en su más estricto sentido, un filósofo radical. Su legado filosófico y político está en las mejores enciclopedias del mundo, ahora poco o nada consultadas. Justicia Política, por ejemplo, en su época se convirtió en un documento imprescindible para saber de él, de tal importancia que se cotizaba a la altura de Juan Jacobo Rosseau, Milton o Locke. A través de su obra, WG pedía “la adopción de cualquier principio de moral y verdad en la práctica de una comunidad”. Estaba convencido de que “la monarquía era una forma de gobierno inevitablemente corrupta” y que “el gobierno impide la mejora del pensamiento”.
William Golwin, filósofo del siglo XVIII, está considerado como el precursor del Anarquismo.
El término anarquismo es de origen griego. Significa “sin autoridad ni poder”.
Con el tiempo, la filosofía de WG llegó hasta los nuevos pensamientos del siglo XIX tanto que se convirtió, al lado del marxismo, en una corriente del socialismo. Anarquismo y marxismo coinciden en la crítica al capitalismo y en la necesidad de su eliminación; pero difieren radicalmente en la manera de conseguirlo. Durante todo el siglo XIX, anarquismo y marxismo se fueron separando hasta llegar a ser irreconciliablemente antagonistas.
Influido por Rosseau —el individuo es bueno pero la sociedad destruye su felicidad—, el anarquismo alcanzó influencia en el seno de sociedades escasamente industrializadas —España, Italia y Rusia—; en naciones más avanzadas, fue el marxismo el de mayor influencia. Algunos sectores del anarquismo se inclinaron por la acción radical y violenta, ejemplificado por actos terroristas que reputaron en su momento a esta corriente como agresiva y salvaje. Si el marxismo está hoy diezmado en el mundo, el anarquismo está en desuso por violento.
A nuestro país también llegaron las olas anarquistas del siglo XIX. Durante el porfiriato surgió un movimiento anarquista que pretendía reorganizar al Partido Liberal Mexicano según la tradición liberal juarista. Así empezó un proceso de radicalización que llevaría a los hermanos Flores Magón a plantear desde 1906 una revolución social en México, a través de grupos armados organizados por el PLM, antecedente inmediato de la Revolución mexicana de 1910.
Las huelgas obreras de Cananea y Río Blanco, la rebelión de Acayucan y el ataque a Ciudad Juárez, fueron algunas acciones promovidas por el Partido Liberal Mexicano durante el porfiriato. Estas acciones y otras más entre las que se encontraba el movimiento de Francisco I. Madero que contaba con recursos económicos, derrocó al régimen porfirista.
Anarquista destacado en México fue Antonio María Soto y Gama, miembro del primer equipo de Emiliano Zapata. Ricardo Mestre, anarquista pacifista catalán llegado a México en el exilio, fundó en 1940 la editorial Minerva; con Ramón Pía Armengol y Miguel Ángel Marín edití textos anarquistas hasta 1946.
Hago un recuento somerísimo de tres siglos sobre el anarquismo y su puesta en práctica en la que nunca concreta alianzas reales y tangibles porque, de algunos años a la fecha, hemos visto a través de la televisión nacional cómo grupos pequeños de jóvenes esbozados han destruido bienes que forman parte del patrimonio histórico y cultural nacional, junto a pérdidas considerables e incuantificables de la propiedad privada y pública, ante la molestia evidente de la ciudadanía que ha visto como se ha ofendido el patrimonio nacional que es de todos, se hacen llamar anarquistas y la prensa nacional así, irresponsablemente —tal vez por la vida intensa cotidiana de la información, que tampoco es argumento—, se refiere a ellos.
En los últimos días, abusando del dolor de 43 padres de familia que ha conmovido al mundo, siguen destruyendo el patrimonio nacional sin rubor ni impedimento.
Hace unas horas, lo que fue una marcha pacífica y ejemplar por su organización y participación popular y familiar, pudo convertirse en una tragedia que es, quizá, lo que buscan las fuerzas que evidentemente tripulan a estos muchachos. La televisión nacional, en vivo, nos enseñó el alto grado de agresividad y locura que ponen en juego. Oímos la reseña de los reporteros que nos decían cómo las familias y sus hijos participantes en la manifestación —algunos en brazos—, estaban en real peligro de sufrir un desenlace incalificable.
Afortunadamente hay verdaderos estudiantes que desprecian estos actos, como los de la Universidad Veracruzana que se deslindaron de hechos vandálicos que destruyeron obras de arte o de un estudiante de la BUAP, universidad pública de largo historial de lucha y calificación académica que, a través de una carta pública, valientemente, prefiere formarse profesionalmente para enfrentar las desigualdades nacionales y componerlas para un futuro que habrá de llegar bien, antes de destruir un siglo del desarrollo de una revolución que, en su momento, cobró un saldo de un millón de muertos y todo el horror que eso implica.
¿Quién de los mexicanos vivos quiere, un siglo después, empezar de cero?
Hemos construido una democracia representativa que debe consolidarse todos los días.
De ella depende el futuro nacional. Hoy, hay condiciones reales de lucha pacífica por el poder.
¡Cuidémoslas!