23 de Noviembre de 2024
Director Editorial Lic. Rafael Melendez | Director General - Dr. Rubén Pabello Rojas

ACERTIJOS: ENCONTRÉ A HECTOR YUNES  

 

Gilberto Haaz Diez

 

*De Carlos Fuentes: “Hay cosas que sentimos en la piel, otras que vemos con los ojos, otras que nomás nos laten en el corazón”. Camelot.

 

La misma mañana que la gente revoloteaba el nido destruido, como un gorrioncillo pecho amarillo, cerca del Camino Real de Veracruz, donde se concentraban todos los pedigüeños de boletos para la inauguración de los Juegos Centroamericanos y del Caribe (JCC), que los mismos conductores de Televisa catalogaron la inauguración como un evento de Olimpiada o de final de Súper Tazón (Súper Bowl), con una temperatura agradable de 22 grados, y un viento fresco como el del Guadarrama de Madrid, cuando los camiones repartidores tipo Coca Cola comenzaban a transportar invitados al viejo estadio Pirata Fuente, allí donde Luis de la Fuente, cuentan los sanedrines de la tribu, 20 años antes paseó su gloria. Contaban que iban por él a las cantinas, al medio día y medio happy llegaba a anotar goles de antología. Fue el mejor jugador, hasta antes de Hugo Sánchez, que llevó su arte a diversos países de Europa y Sudamérica. Hacía hambre a las 3 de la tarde y de un tentempié de pisa y corre, entramos al Memus, el llamado rey de los cocteles, en el boulevard Ávila Camacho, en Costa de Oro, Boca del Rio, por un Vuelve a la vida, de camarones y pulpos y jaiba, para matar el hambre. Allí, al pie, en la entrada hacía lo mismo el senador Héctor Yunes Landa, con dos amigos. Nos saludamos, al parecer iba al aeropuerto por el secretario Osorio Chong, que le llevó al presidente un abucheo de primera, panamericano y olímpico. Nos saludamos y por espacio de minutos algo platicamos, nos despedimos. Él a lo suyo, yo a lo mío. El tiempo se acortaba para la inauguración. Bella y que quedó en la imaginaria como un hecho histórico para Veracruz.

 

EL PADRE MARCOS PALACIOS

 

El Beto Silva de la Diócesis (eso porque es el Vocero, y Beto Silva lo es del gobierno de Veracruz), el padre Marcos Palacios es un fiel activo de las redes sociales. El Papa lo dijo alguna vez, si hay que meterse al Facebook y Twiter y a las redes, hay que hacerlo para llevar la palabra de Dios. Solo que el Padre Marcos no respeta amaneceres. Es probable que uno de sus mensajes o una de sus homilías, te llegue a las 5 de la madrugada, hora que ya ni los lecheros se levantan a echarle agua a los peroles, y uno pela el ojo a ver qué pasa del otro lado de la Blackberry. Es el padre madrugador, que como buen Cura aprovecha los espacios como lo hace Messi en el Barcelona, o lo hacía, ahora lo hace Cristiano Ronaldo en el Real Madrid, para llevar sus homilías o consejos. El domingo muy de mañana mandó un mensaje que leí con acuciosidad, diría un clásico. Agradecía los mensajes que le llegaban a Catolicel, el nombre de su portal. No les puede responder a todos porque, asegura. “son muchísimos, gracias a Dios”. Habla del Domingo. Dice: “Desde que las empresas y las necesidades nos llevaron a trabajar también los domingos, se perdió el día de descanso que, además, es dedicado a Dios”. Rememora que antes se asistía a la Eucaristía, después visitar a algún familiar y gorrearles la comida, practicar algún deporte y ver por las tardes noches Siempre en domingo de Raúl Velasco, y a dormir. Terminaba la faena dominical. Pide el padre Marcos y reza a los dioses de todos los estadios y a su único y gran Dios, que no dejen de ir a misa, que las iglesias los esperan todos los domingos, y lleven su limosna, pónganse a mano porque ya comenzó el Diezmo. Vale, padre, un abrazo. Cierra el mensaje: “Un rato del Domingo es de Dios. No se lo quites”.

 

EL NOVIEMBRE DEL PRESIDENTE

 

Este 20 de noviembre tenía listos mis boletos de Aeroméxico para volar a Washington. El mal tiempo, habrá de 6 a 9 grados a la intemperie, hizo que pospusiera esa visita que ya he hecho con anterioridad al Cementerio Nacional de Arlington, allí donde al pie de la Colina de la Mansión de Robert Lee está la tumba del Presidente Kennedy. Lugar que he visitado unas tres veces, pero que ahora quería ir el 22 de noviembre, cuando llega la familia a depositarles flores a John y a su hermano Robert y a la viuda Jacqueline. No se pudo esta vez, lo haré en mayo si Dios y los rezos del Padre Marcos me prestan vida. He escrito que soy un Kennediano, he leído tanto del presidente y de su familia, de Bobby, de los hijos, de todos ellos y de sus crímenes, que la teoría de la conspiración me la sé de memoria. Una vez, yendo a Dallas (sin albur), un negro en la calle se me acercó a que, por unos 5 dólares, me platicaría cómo había sido el crimen al presidente, el fuego cruzado cuando recorría la caravana presidencial las calles Elms y Houston, cuando un pobre impostor allí apostado (Lee Harvey Oswald), se asombró de que hubiera disparado tantos tiros, cuando ni con charpes disparaba el pobre hombre. De las tres veces que he estado, y ahora lo haré, he visto la Flama que arde perenne de la Tumba de JFK, a la entrada de ese Cementerio Nacional, también están las tumbas de los siete astronautas que murieron en el aire. De aquella explosión brutal en el transbordador Challenger. Se puede ver el cambio de guardia de la Tumba del Soldado Desconocido, cada hora. La Casa Arlington, o la Casa Lee, fue propiedad por 30 años del gran general del campo contrario. La historia relata que al primero que el presidente Lincoln ofreció las fuerzas de la Union, fue a Robert E. Lee. Eran los tiempos de la Guerra de Secesión, el Norte y el Sur reñían por la patria. Se dividían en dos, los abolicionistas y los otros. Lee, el laureado general egresado de West Point, le apostó al Ejercito Confederado de las Américas. Perdió la guerra y perdió la presidencia de Estados Unidos, como la ganó Ulysses Grant, el borrachín que, libando, agarrando por su cuenta las parrandas, como la Paloma negra, ganó esa guerra. Vencido, después de ser encarcelado y liberado, Lee aceptó ser rector de un humilde colegio. Y en 1975 el Congreso de Estados Unidos restauró a título póstumo la ciudadanía estadounidense al general Lee. No está sepultado allí, en la Mansión Lee, desde donde en tantos amaneceres vio el rio Potomac, sepultado está en la Capilla Lee en Lexington, Virginia.

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