Gilberto Haaz Diez
*La paz comienza con una sonrisa. Camelot
Algunos le llaman los juegos de la unidad. Yo le llamo de la Paz, porque llegan en momentos que el país se nos deshace entre las manos, y siempre que había juegos en la antigua Grecia existía una tregua donde las guerras se paralizaban y los guerreros guardaban sus armas, para conocer quién era el más alto, el más rápido y el más fuerte. Mañana de viernes. 14 de noviembre. Se nos había citado en el Camino Real Veracruz, hotel de los orizabeños hermanos Schettino, a lidiar con valor y capotear los pases de las entradas. Aquello parecía un miércoles de oferta de Chedraui. Una hora después, los organizadores cabeceaban como Borguetti en sus buenos tiempos. El sistema se les había caído (como a Bartlett) y no se podían imprimir los boletos. Lo solucionaron pronto. En los camiones repartidores, como si fuéramos Coca Cola, iríamos todos, los que tuvieran o no pase. Yo eché mano de lo que pude, y gracias a la eficiente Betty del Toro, fiel secretaria privada del gobernador Duarte, Juan Manuel el Castillo, el otro poderoso; Fallo Cuenca, que es jerarca del deporte en Veracruz, la gente de Beto Silva Ramos, coordinador de Comunicación Social, con sus alfiles, Carlos Rodríguez y Polo Pascacio, tomamos la ruta hacia el estadio Pirata. Todos trabajando.
EN LA CEREMONIA
Dos horas antes la gente se arremolinaba, comenzaba el ritual de la entrada. La seguridad en su esplendor. La Fuerza Civil Veracruzana a las vivas, lo mismo los de Protección Civil. El mundo nos veía y debíamos entregar buenas cuentas. Nada de que algo falló. Nada, se tendría que hacer perfecto. Andamos muy vapuleados por el mundo para una cuenta mala más. Poco a poco tomamos nuestros sitios, no había asientos numerados, como se llegara se sentaría, había zonas VIP de invitados, en el estadio se veían muchos deportistas y dirigentes, los olímpicos y los de nuestra Latinoamérica. A las 6 de la tarde, entramos. Para las 7 de la noche, comenzaba a poblarse. Compartí fila con una madre de un puertorriqueño, jugador que desfilaría, y a dos asientos otra madre de una deportista mexicana que llevaría la antorcha. La pequeña pirámide de tres pisos del Tajín lucía vacía en el centro de la cancha, más noche se llenaría de luz y color, y amor de los niños totonacos y de los gigantes Voladores de Papantla, que asombran al mundo. En el centro, el pasto del estadio cubierto por linóleo, donde pisarían los atletas. En cada esquina de los corners había una pantalla gigante, mientras el momento lo entretenía un disck jockey y un par de conductores a quienes nadie pelábamos. Estábamos hambrientos de la ceremonia. Los aviones que se enrutan al aeropuerto sobrevolaban, al igual que los helicópteros de Seguridad. Me late que hasta el FBI, CIA, KGB y los de Ampudia allí merodeaban. No hubo un incidente, ni siquiera de golpes. Tan iba eso en paz, que nos aburríamos en la espera. La cervecera orizabeña Heineken, antes de los indios y ahora de los holandeses, regalaban las chelas. Una propina, pedían los repartidores.
A LAS 7 DE LA NOCHE
A las 7 de la noche, como tiempo de García Lorca, los totonacas comenzaron el ritual. Allí mismo, donde entre 1519 y 1521, en esas aguas del Golfo, en La Antigua, Hernán Cortés y sus conquistadores llegaron a fusionar una raza, una raza de bronce, a conquistarnos trepados a caballo, que nuestros aztecas pensaban eran centauros, aún sin saber que existían los centauros. A crear la América hispana con el Primer Ayuntamiento de América. Allí estaba el olimpismo directivo, la Odepa, la Odecabe, la Conade, seis mil atletas de 31 países que desfilarían en unos momentos, portando su bandera comenzaron a aparecer, el escenario lucía. Aquello, escuché por ahí, lo organizaron los mismos que organizaron los Juegos de Londres, y eso era ceremonia para recordarse. Una a una desfilaron las delegaciones. La cubana fue la más aplaudida, después de la de México, cuando la perrada (todos nosotros) vimos a la portadora de la bandera mexicana, ardió Roma. De pie el grito de ¡México! ¡México! Se oía como en estadio futbolero, retumbaba en sus centros la tierra. La patria rendida a los pies, en la piel, donde duele. Una a una aparecieron y tomaron su lugar luego que Yuri cantó el Himno Nacional Mexicano y no se le olvidó (a nuestros cantantes suele olvidárseles el Himno). Guatemala era delegación numerosa, se vinieron todos de ese pueblo, y hubo dos o tres delegaciones, como Islas Vírgenes, que solo traían dos deportistas. El fondo musical era muy adecuado, música latinoamericana, la de todos nuestros cantantes. Cuando México desfiló, aquel México de Timbiriche, donde Paulina Rubio cantaba, fue el fondo a su presentación. La gente lo vitoreaba. La Bamba y los jaraneros, los niños totonacas pidiendo paz, en un país donde hace mucho no la encontramos. Ceremonia única. De excelencia. Llegaron los discursos, el gobernador Duarte, cuando trastabilló en una línea, escuchó rechifla, nada del otro mundo. Osorio sí le llevó al presidente Peña un abucheo superior. El presidente pagando la tragedia de los 43 normalistas. El México de los reclamos. Pero la fiesta opacó todo lo que pudiera ser negativo. El espíritu de los juegos se metió en la piel, en la conciencia, en el espíritu. Hace tiempo había gente que apostaba que ni a la inauguración llegaríamos, los agoreros del desastre. Hoy relamen sus heridas. Fue para bien de todos, Veracruz lució como estado campeón en cordialidad.
PRIMERA MEDALLA DE ORO
Ganamos nuestra Primera Medalla de Oro. Faltaba el papucho de papuchos, el gran Ricky Martín, salió debajo de la pirámide, como sale nuestro oro del petróleo. Muy al estilo Michael Jackson en sus tiempos. Cuando eso ocurrió, la gente deliró. El griterío se oía hasta Puerto Rico, su tierra natal, las delegaciones y los deportistas y todos aquellos voluntarios, que esos días de los juegos se vuelven héroes por el trabajo, se acercaron a la pirámide y, como si fuera una Olimpiada o un Súper Bowl, muy hollywoodense cantaron y bailaron al lado del gran Ricky Martín, que, como le decía su madre: “Bailando todo se arregla”. Con Ricky, el centroamericanismo se impulsaba, hablaba de la paz y cantaba por la paz: “Que vengan ríos de bondad a todos los pueblos de la tierra”. Deseaba a todas las delegaciones éxito. Algunas la tendrán, unas saldrán airosas, otras modestamente competirán. La solidaridad será nuestra en estos días. Veracruz estuvo en esa inauguración en millones de ojos, calcularon 150 millones de televidentes. Y la madre de ese deportista, que estaba a mi lado, me comentó:
“Es la mejor ceremonia que he visto, y con esta he visto tres”.
Bien por Veracruz. 23 mil vimos en vivo aquello. Algo que guardaremos en nuestra memoria. Cinco mil 700 atletas harán de Veracruz, el pedacito de patria que sabe competir, reír y cantar.
Y que los dioses del Olimpo les cuiden, como en la antigua Grecia.
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