por Gilberto Haaz Diez
*Del tal Albert Einstein: “Un poco de ciencia nos hace ateos, pero un conocimiento profundo de las cosas nos lleva a Dios”. Camelot
Con la trágica muerte de José Luis Lobato Campos (Orizaba, 5 de octubre 1938), la parca, mala y desalmada cobra una vida más de gente de aquel periodo de gobierno de la ‘Unidad y el Trabajo’, que encabezó el gobernador Rafael Hernández Ochoa. Durante su periodo sexenal fallecieron algunos colaboradores y con posterioridad siguen ese camino. A veces el tiempo cobra, otras veces las tragedias. El director de Comercio, de apellido Lizardi, fue atropellado por un automóvil cuando levantaban un ponche, la primera de las bajas de ese Gabinete. El avionazo del doctor Alfinio Flores Beltrán del Río. Muere pilotando su propia avioneta, por Martínez de la Torre, el hernandezochoismo enlutecía de nuevo. La trágica muerte de sus dos directores, de Agricultura y Ganadería; Ángel Vergara y Roberto Sanz Bienzobas. El exdirector de Tránsito, Octavio el Negro Ochoa, muerto en accidente automovilístico por Acayucan, cuando buscaba ser diputado local. Isaías Álvaro Rodríguez Vivas, director de Obras Públicas, otro orizabeño como José Luis, del barrio de La Brisa Jarocha, fue director de Obras Publicas y era de los pocos que convivían personalmente con el matrimonio Hernández-Peñafiel; él y su esposa Lupita convivían el 24 de diciembre en la mesa del gobernador y doña Teresita. Isaías muere de penosa enfermedad. Otro más: en abril de este año fue asesinado en su domicilio del DF Emilio Gómez Vives, quien había sido el último secretario de gobierno. El periodista Pepe Miranda, quien fue su jefe de Prensa y falleció en accidente casero en Veracruz. Algunos se accidentaron, otros evadieron la muerte, como Miguel Ángel Yunes Linares, quien no se subió al helicóptero del secretario de Seguridad Publica de Fox, Ramón Martín Huerta, que se estrelló en una ladera del cerro de San Miguel Mimiapan, Estado de México, llamada la Cumbre Las Penas, en 2005. La muerte del propio gobernador, Rafael Hernández Ochoa, quien gobernó de 1974 a 1980, en la autopista de México a Querétaro, un 18 de mayo de 1990, diez años después de haber dejado el poder. Fue aquel gobernador que, cuando el Carbonelazo, Echeverría bajó del caballo de su rancho en Santa Gertrudis, donde el secretario del Trabajo montaba un cuaco como el de Villa, que era el que más estimaba, el 7 leguas. Echeverría descartó a Carbonell, quien se perfilaba como favorito a la gubernatura, después que Jesús Reyes Heroles, cuando traía tres pegues adentro de Johny Walker, una mañana cruda de frio cierzo invernal, donde llegaron las quejas del Arrabal, como dice Agustín Lara, Reyes Heroles dio un manotazo en el escritorio y dijo no conocerlo ni votar por él. Proféticamente, como Isaías, señaló: “Yo, como veracruzano no he votado por él”. Y las aguas se abrieron, similar a cuando Moisés lo hizo en aquel Éxodo bíblico. Hernández Ochoa murió en accidente automovilístico en el tramo de Querétaro. Cuentan los sanedrines de la tribu que dos personajes de la política, alumnos de esa escuela, fueron los primeros que llegaron al lugar del accidente: Fidel Herrera Beltrán y Miguel Ángel Yunes Linares, a quienes el tiempo de la política los enfrentó como enemigos. Hernández Ochoa legó una camada de políticos brillantes, algunos llegaron a gobernador. Dante Alfonso Delgado Rannauro, del cuatrienio interino, y Fidel Herrera Beltrán, cuyo mote de Tío fue puesto por el gobernador en Nopaltepec, que es como Venecia, pero sin agua, durante su recorrido electoral de candidato a gobernador. A todos ellos les sobrevive Carlos Brito Gómez, el Matusalén de ese sexenio, y de otros, quien a sus más de 90 años, como don Fidel Velázquez en su tiempo: vive para contarlo, y asistir a sus entierros.
EL LIBRO DE REGALO
En mesa de contertulios en La Gavia xalapeña, en opípara comida, diría Kamalucas, y crónica que traigo pendiente para estos días, apareció de repente. Venía con un par de amigos, se acercó y saludó en la mesa. Era Carlos Gutiérrez de Velasco Hoyos, veracruzano, jarocho y trovador de veras (La palabrita de Veras, que Lara inmortalizó en aquel ‘he nacido rumbero y jarocho y trovador de veras’, significa ‘verdad en las cosas que se dicen o hacen. Eficacia, fervor con que se ejecutan o desean las cosas, con verdad, pues’), sobrino de aquella leyenda del panismo, Alfonso Gutiérrez de Velasco, e hijo de don Carlos Gutiérrez de Velasco Oliver. Le hizo al Vargas Llosa que todos llevamos dentro, y escribió y editó un libro de su cosecha: ¡Sin cuartel!, lucha de liberales contra conservadores en el Siglo XIX. Lo obsequió. Nos sirvió porque de repente, en mesa de picudos xalapeños, donde el power se inmortaliza y el huamachito florece, una duda nos carcomía sobre Iturbide y su Ejercito Trigarante, ese canijo que se hizo Emperador por la Gracia de él mismo, y que con Don Juan O’donojú (tatarabuelo de Kamalucas) firmaron los Tratados de Córdoba. Cuando desanudaron un nudo difícil de desanudar. Se agradece el obsequio. Los próceres de la patria, unos buenos, otros malosones, pero todos metidos en ese tiempo de la historia de México, porque la historia es una gata que siempre cae de pie, según Eliseo Alberto.
LA DICTADURA PERFECTA
Me metí al cine de los Ramírez, en Plaza Valle Orizaba, al medio tiempo me salí. No me gustó mucho la peli. Un amigo me reclamó: “Es que eres priista, por eso no te gustó”. ‘Para nada, soy Sagitario’, respondí en defensa. Tiene la cinta mexicana sus asegunes, pero la sentí cansada, o quizá andaba en la media flojera, cuando no hay ganas de nadita de nada. Iré otro día y haré una crítica más sincera. Lo que es un hecho es que es bien taquillera, y eso es importante porque con nuestra presencia ayudamos y fortalecemos al cine mexicano.
DE MANOLO FERNANDEZ
Hola Gilberto! Entre los conciertos inolvidables fue aquel en la playa de Veracruz puerto cuando llegó por primera vez a América el Rey de España. Parece que fue el año de 1975, siendo gobernador Don Rafael Hernández Ochoa. ¿Recuerdas? Te abrazo.
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