Miguel Molina
Cuando llego al Palacio Wilson, Lydia Cacho espera —junto con abogados de la organización Artículo 19— en la salita del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Ginebra. Conversamos sobre amigos comunes, y vamos de nombre en nombre hasta llegar a Veracruz.
Apenas hemos comenzado a hablar de lo que pasa en el estado cuando se abre una puerta y aparece el comisionado Zeid Ra´ad Al Hussein y la invita a pasar. Cuarenta y tres minutos después, la puerta se abre y salen los que entraron.
Sé que hablaron sobre lo que le hicieron a Lydia Cacho hace tres mil doscientos veinticinco días, cuando la detuvieron de manera arbitraria, la torturaron y la amenazaron por su investigación sobre una red de pedofilia y trata de personas. Sé que el Comité de Derechos Humanos de la ONU dio entrada a la queja de la periodista, y la evaluará para los efectos que procedan.
Desde 2005, la periodista ha recibido reconocimientos de Amnistía Internacional (2007), de la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios, de Human Rights Watch por la defensa de los derechos humanos (2008), de Oxfam por Valor en defensa de los derechos de las mujeres (2008), del PEN Club (premio Harold Pinter 2010), y fue nombrada embajadora de la ONU contra el tráfico de mujeres y niñas en 2010. En 2011, Newsweek y The Daily Beast la nominaron como una de las mujeres más influyentes del mundo.
Después de la reunión con el Alto Comisionado, conversamos en la cafetería del palacio Wilson sobre lo que hablan dos mexicanos cuando se encuentran: lo que está pasando en el país. Y no es poco lo que pasa.
"Me parece que México está cambiando, y justamente todo esto que está saliendo a relucir — los movimientos sociales, la rebelión de la gente joven—, e incluso que se evidencien las masacres más recientes, tiene que ver", dice Lydia Cacho. "Estamos descubriendo el verdadero México que se construyó a lo largo de tantos años de gobiernos corruptos".
Pero la periodista también piensa que hay transformaciones "en el mejor de los sentidos, es decir: tal vez estamos en el momento más álgido, pero con mayores oportunidades para poder cambiar las cosas".
Aparece la sombra de Hesse. ¿Habrá que destruir el México que conocemos para construir el país que queremos? El optimismo de la periodista tiene límites.
"Yo espero que el nacimiento de un nuevo México no sea sangriento", dice Cacho ante un café que se enfría. "Ya somos un México sangriento con más de un millón de desplazados al interior del país (y no estoy hablando de migrantes), con más de ciento veinte mil personas asesinadas sin que sepamos quién las mató ni en qué condiciones fueron asesinadas...".
La periodista espera que la transición "sea verdaderamente a través del activismo de los derechos humanos. También hay que forzar a las instituciones del Estado a que erradiquen la impunidad, y esto tiene que ver con cierto tipo de individuos que están operando el sistema de justicia en México. Pienso que eso es posible".
Sin embargo, el cambio no será inmediato. Ni siquiera a mediano plazo: "No es solamente que el actual gobierno priista tenga una dinámica de corrupción profunda, sino que además su estructura ha sobrevivido gracias a la corrupción", explica.
"Para comenzar tendríamos que cambiar este tipo de gobierno. Y ni el PAN ni el PRD son mejores", señala Cacho. "Me parece que tiene que haber una transformación del sistema completo, y eso va a tomar mucho más que décadas".
Coincidimos en que los grupos que gobiernan sólo han conocido una forma de hacer las cosas, la forma del PRI. Pero no todo está perdido. "Hay ciertos grupos de gente más joven que trae capacitación y especialización en derechos humanos, por ejemplo, además de ciencias políticas o cualquier otro tipo de disciplina", explica la periodista.
Estos nuevos políticos, nuevos funcionarios, "han entendido que la política necesita dinámicas diferentes, actitudes y posturas distintas. Por desgracia, las transformaciones de los países no se dan masivamente sino a través de individuos, y yo creo que eso puede suceder en México".
Inevitablemente llegamos a las redes sociales. En la mesa, los abogados conversan sobre asuntos legales y cuentan historias de otros tiempos. Lydia Cacho tiene las cosas claras:
"Me parece que las redes sociales en realidad son simplemente un megáfono de la propia sociedad", declara convencida. "Somos una sociedad muy plural en la que la gente dice muchas tonterías todo el tiempo pero también dice cosas interesantes. Pero tengo clarísimo el tema de Twitter: tienes que seguir las mismas reglas del periodismo, y cuando opinas como individuo tienes que dejar claro que se trata de tu opinión personal".
Sin embargo, la libertad de las redes sociales implica responsabilidades que pocos parecen haber asumido plenamente. La periodista advierte que en las redes sociales "encuentras gente que recomienda que lo mejor que puedes hacer para cambiar la política es asesinar a un gobernador o a un político, y eso es lo que piensa la gente en las calles de México".
Esa manera de pensar obedece al miedo, a la desesperación, a la impotencia, al odio, al desprecio, a la desconfianza, a lo que uno quiere dejar atrás porque se ha perdido la confianza en las instituciones. Pero no ofrece una visión de lo que uno quiere para el futuro.
"Cuando hablas de recuperar la confianza en las instituciones hablas de un tema muy complicado, porque se lo estás planteando a alguien que ha pasado por las instituciones de justicia durante casi diez años y una y otra vez ha sido rebotada con toda la fuerza de la corrupción de la ley", explica la periodista. "Creo que la sociedad civil tiene que volver a construir un discurso mucho más inteligente pero mucho más integrado para poder presionar a las autoridades y lograr lo que se pretende".
Por ejemplo, Guerrero. El caso de la agresión a los normalistas, la desaparición de decenas de ellos, el descubrimiento de tumbas clandestinas, la confirmación de que las propias autoridades eran parte de grupos criminales...
"Hay un contingente que se está fortaleciendo para exigir la salida del gobernador", señala Cacho. "Se exigió la salida del gobernador de Michoacán, y el gobernador de Michoacán salió. El problema es que la sociedad civil puede decir ‘queremos a éste fuera’, pero no tiene ni las herramientas ni la comprensión necesarias para decir a quién queremos en su lugar".
En México "todavía no hemos desarrollado esos mecanismos pero necesitamos hacerlo como sociedad civil, porque tú no puedes llegar y decir que lo saquen y ya", explica. "Esa es una forma de venganza. Pero si quieres justicia necesitas un movimiento transformador: que saquen a este tipo y que en su lugar pongan a alguien que verdaderamente pueda y quiera hacer su trabajo y se la juegue".
En una parte de su viaje por Europa, Lydia Cacho se reunió en Italia con jueces encargados de casos que involucran a la mafia. Muchos de ellos le dijeron que sabían que podían perder la vida en eso, "y están dispuestos a hacerlo".
La periodista toma un sorbo de café casi frío y mira a su interlocutor:
"Tal vez suene muy dramático lo que voy a decir, pero me parece que para tener buenos gobernadores en México en este momento necesitamos gente que esté dispuesta incluso a dejar la vida, porque esas son las condiciones del país. Eso nos pasa a los periodistas: hubo un momento en que dije que esto me podía costar la vida y me pregunté si estaba dispuesta a seguir adelante, y decidí que sí".
Y en eso anda.