Manuel Zepeda Ramos
Chivas. El rebaño sagrado. El equipo nacionalista que solo trabaja con jugadores mexicanos. El equipo del futbol mexicano que tiene más seguidores en todo el país y en los Estados Unidos —más que en Guadalajara—, más que cualquier otro equipo mexicano desde que el futbol profesional mexicano está organizado en estas tierras.
Todo eso, y más, es el gran equipo del futbol mexicano: las Chivas del Guadalajara.
Yo no soy chiva. Soy puma desde que el equipo universitario llegó a la primera división. Ya en la facultad, el Jefe Cabalceta, Hernán, era orgullosamente estudiante de ingeniería y compañero de generación. Soy puma y a mucha honra, a pesar de que me hacen pasar muchos corajes.
Pero también reconozco la eternidad emblemática del Guadalajara.
Quién de mi generación no recuerda la troica defensiva representada por Chaires, Sepúlveda y Villegas; el Cura, el Tigre y el Jamaicón, respectivamente; este último inmortalizado con su mal, aquel que le da a los nostálgicos de México cuando están en el extranjero. Esa defensa, impenetrable, la dio a otro inmortal, al gran portero el Tubo Gómez, la seguridad en su portería.
O Alberto Onofre, el gran volante mexicano que habría podido revolucionar al futbol mexicano y sus resultados mundialistas, pero no lo logró porque lo que hubiera sido su gran aportación se frustró al ser lesionado por Juan Manuel Alejándrez, también integrante de la selección mexicana en un juego de preparación días antes del mundial del México 70. La fractura de tibia y peroné que le propinó su compañero de selección le produjo tal lesión que ya no pudo ser el mismo. El libro de Agustín del Moral, querido y respetado compañero de mi Casa, la Universidad Veracruzana, escrito por un gran aficionado veracruzano a este deporte como lo es Agustín, libro taquillero y solicitado, es un homenaje al gran futbolista chiva en su paso por el balompié mexicano.
¿Y Chava Reyes y Héctor Hernández e Isidoro Díaz? Otros Monstruos del Guadalajara a quienes el futbol nacional les debe tributo eterno.
Los clásicos Guadalajara-América de los finales de los 60 en el Estadio Azteca no me los perdía, a pesar de que teníamos que regresar a pie —por la saturación del transporte público en esos partidos— y algunas veces de madrugada cuando los partidos eran nocturnos desde Santa Úrsula hasta la colonia Roma, la sede por excelencia del estudiantado chiapaneco. Era imposible dejar de ver al gran portero chiva de la época, el cuate Calderón y a su hermano, el otro cuate, en la delantera extrema corriendo como gamo.
Es pues, pura nostalgia de la tercera edad.
Pero ya ha pasado mucha agua debajo del puente rayado, rojiblanco.
Hoy, el Guadalajara está en manos del señor Vergara, su nuevo dueño quien, además de ser un hombre emprendedor en los negocios que le han dado buena retribución —tanta que pudo comprar al equipo chiva y no por poco dinero—, se mandó construir un estadio nuevo que, en la perla de Occidente, se yergue como el símbolo moderno del gran equipo mexicano.
Pero resulta que el Guadalajara no está pasando por su mejor momento. Es más, está pasando por su peor momento de toda su historia en la Primera División, no obstante la modernidad que enseña y presume.
No gana partidos. Los jugadores están desmotivados. Los entrenadores ahora son extranjeros que no le han funcionado.
La desesperación en el conjunto se palpa en la cancha al ver a los jugadores sin esperanza; descorazonados y fallando en sus intentos de anotar y defender. La crítica de la prensa especializada está a la orden del día. Todos, sin excepción, le apuestan a la “caída vertical” del Rebaño Sagrado. Es cuestión de tiempo dicen todos los periodistas de radio, televisión y prensa escrita, sin excepción. Diría que hasta con enjundia y dolo.
¿A qué se debe esta realidad del club más popular del futbol mexicano?
Todo apunta hacia Vergara y a su esposa, mujer de carácter fuerte. Los dos ya son especialistas consumados del deporte de las patadas y deciden todo de manera vertical, como la caída inevitable de las chivas.
Pero parece que ya llegó el remedio, todavía en tiempo. El Chepo de la Torre.
Surgido de la cantera rojiblanca, De la Torre se ha distinguido por ser un hombre de carácter, adentro de la cancha como jugador y afuera de ella como director técnico exitoso. Su paso por la selección nacional, si bien tuvo descalabros que obligaron su salida para no poner en más peligro la calificación para el mundial, demostró carácter suficiente en su desempeño.
Hoy, el Guadalajara necesita al Chepo de la Torre, si no quiere el Guadalajara tener que debutar en la segunda división en un futuro cercano.
Para eso, Vergara debe darle libertad de actuación y decisión, que es lo que necesita un motivador en la crisis como podría ser José Manuel de la Torre Menchaca en estos momentos.
Sería lamentable que el rebaño sagrado se fuera a la segunda división.
No lo perdonarían los millones de seguidores que tiene.
El Chepo es la solución.