Por Sergio González Levet
Me considero muy afortunado porque tengo mucho que agradecer. Y ahora se me han acumulado más las obligaciones, en el entorno de la impresión y la presentación de mi libro Pueblo Viejo:
Primero, al maestro Guillermo Zúñiga Martínez, Rector de la UPAV, porque propició la bella edición de esta obra. Y con él a mi doble colega Armando Ortiz, quien está haciendo un trabajo formidable al frente de la editorial de la Universidad Popular.
Y a mi hija, Mariana, por las hermosas ilustraciones, que le dan otro valor al libro.
Y a Roberto Peredo, por su prólogo.
Y a los doctores Guadalupe Flores Grajales y Efrén Ortiz Domínguez por todo lo bueno que dijeron de Pueblo Viejo.
Y a todos los amigos y colegas periodistas que acudieron en tan importante número y calidad a la presentación del viernes pasado.
Sólo me queda darles una muestra más de mi obra:
“Se presentó en Aguascalientes un grupo de primas ballerinas del Ballet Bolshoi, y toda la sociedad acudió en tropel a ver en vivo y en directo el arte único de esas grandes artistas. En la tercera fila, en medio de la gente y como un ciudadano más, como era su costumbre, se sentó don Cuco, quien iba acompañado de su esposa, doña Jesusita Reyes de Esparza, una dama sumamente querida y discreta (o sumamente discreta y por eso muy querida). Los aguascalentenses disfrutaron del espectáculo y al final hubo una larga ovación para artistas de tan alta calidad, que mereció un encore de la compañía, y a la vista de tanto entusiasmo popular el propio Gobernador subió al estrado, y pidió la palabra (así como el consecuente micrófono para que la oyeran todos).
“—Señoras y señores, artistas y autoridades del sempiterno Ballet Bolshoi de Rusia, que sobrevivió a una revolución y a muchas vicisitudes de la historia patria de aquellos lares. Reciban por mi conducto un efusivo saludo y la admiración del querido pueblo de Aguascalientes —aquí hizo una pausa, para dejar que el público entusiasmado diera rienda suelta a una salva de aplausos, y continuó:
“—La sapiente técnica con la que desarrollan en el escenario sus cabriolas y movimientos inexplicables nos ha maravillado, porque acá, aunque tenemos lo nuestro, apenas estamos terminando de aprender los bailes folklóricos que han impuesto nuestros mentores en las escuelas primarias, copiándolos del grupo de doña Amalia Hernández, que también es un ballet, aunque mexicano —la gente asintió complacida ante la comparación, y ofreció un nuevo aplauso.
“—Pero además —prosiguió el maestro— quiero agradecerles un detalle que habla de la delicadeza que tienen ustedes, grandes genios de la danza; que muestra su sensibilidad no sólo artística, sino humana, y es que al ver que mi compañera del alma, mi querida esposa Chuchita, se había quedado dormida…
“—De inmediato ordenaron a las bailarinas que ¡se pusieran a bailar de puntitas, para no despertarla!”
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