Ruben Pabello Rojas
Termina el mes de septiembre de 2014. Mes de la Independencia de la Patria, época de conmemoraciones y celebraciones de las grandes fiestas cívicas nacionales. En 1810, Miguel Hidalgo, el cura de Dolores, lanzaba el Grito de Emancipación y en 1821el 27 de septiembre, se consolidaba el movimiento insurgente. Ahí nace la Nueva Patria: el Imperio Mexicano con Agustín de Iturbide. Antes el Virreinato de la Nueva España.
Prácticamente han pasado 200 años y la bicentenaria nación ha discurrido por etapas diversas, no siempre bonancibles, que han determinado su desarrollo como entidad libre e independiente. México tuvo a partir de entonces la vía expedita para ser una gran nación, un país fuerte y respetado por las demás naciones por medio de su fortaleza interior, sustentada por sus leyes y por una población trabajadora y con clara idea de su destino superior.
Es la Patria con que soñaron Hidalgo y todos los héroes que murieron por esa noble causa: Allende, Aldama, Ortiz de Domínguez, Morelos, Guerrero, Galeana, Bravo, Victoria y toda una pléyade de iluminados que luchaban por fundar una nación que nunca llegaron a conocer. Once años de cruenta lucha, el Abrazo de Acatempan, el Plan de Iguala, los Tratados de Córdoba, el Ejército Trigarante, el Acta de Independencia.
Hoy la gran incógnita por despejar es si estos personajes que con justicia la historia encumbra, estarían satisfechos al ver el rumbo que ha tomado aquella Patria que idealizaron, y por la que ofrendaron lo más preciado que tiene el ser humano: la vida.
Han pasado generaciones y generaciones de mexicanos libres e independientes, dueños de su propio sino y cabe la pregunta: ¿Qué han hecho los habitantes de este suelo patrio durante dos siglos de grandes oportunidades? ¿Qué pensaría Miguel Hidalgo, qué sentirían los demás héroes de la Independencia Nacional, tan proclamados cada 16 de septiembre en los palacios de gobierno de los estados y en el mismísimo Palacio Nacional?
¿Cuál es el balance? ¿Habrán cumplido los mexicanos de épocas posteriores con la inconmensurable, sagrada encomienda histórica que recibieron de los insurgentes gloriosos, sacrificados por un ideal supremo? ¿Son suficientes los rituales huecos de ofrendas florales en la Columna de la Independencia, con su Ángel símbolo de la Patria y sus equivalentes en todo el territorio nacional?
Actualmente México es una república democrática, representativa, orgánica y jurídicamente constituida. El orden legal es impecable, la integración del poder público es excelente en el papel, en los documentos que rigen ese Estado de Derecho, tan recitado. Pero solo ahí.
En el país se escucha hablar de corrupción, secuestros, extorsiones, moches, organización del crimen, impunidad. En la histórica Iguala, la del Plan fundacional, hoy se habla de muerte en hechos inadmisibles para una Patria que todo lo espera menos su deterioro.
El inefable argumento del “caso aislado” para minimizar lo imperdonable conduce a un reiterado aflojamiento, cada vez mayor, de ese orden jurídico tan utilizado en discursos y tan negado en la cotidianeidad. De casos aislados está empedrado el camino al infierno civil.
La gran deuda para que todo camine bien es la parte funcional, la operativa. La gran falla es el desentendimiento en la aplicación correcta, exigente de la ley en todas sus jerarquías, municipales, locales y federales. Desde los más simples trámites administrativos, acuerdos, decretos, leyes secundarias y orgánicas, hasta la propia Constitución General, no son aplicadas en todo su rigor, como debían ser.
Se ha llenado el país de multitud de instituciones, organismos, figuras, teorías, doctrinas y conceptos políticos que han dado lugar a diversas formas de manejar la administración pública, el Gobierno, la Legislación y la impartición de Justicia. Los contenidos son irreprochables.
Se habla de democracia, de diversidad de pensamiento, de libertad de expresión, de pluralismo y de idóneos modelos en que los estudiosos hacen recaer la fuerza del Estado y su supervivencia a riesgo de tocar los linderos del Estado fallido sin su exacta observancia.
Lo inconcebible es su dificultad de concreción. Pareciera que el marco jurídico, el orden legal, fue elaborado para un país distinto al habitado por los mexicanos, quienes, en una gran proporción, no sienten la obligación de acatar ese Estado de Derecho bajo el cual subsisten.
Las condiciones actuales de la nación, aun en el encomiable intento de acceder a las recientes reformas, imperativas para competir en el orden internacional, son complicadas. Los problemas que el país padece son el producto nacional de sus habitantes. No hay vuelta de hoja.
Ningún extraterrestre ha venido a modificar las conductas públicas de México; ningún marciano ha venido a fomentar la corrupción, como ningún imaginario habitante de la luna ha venido a practicar la impunidad. Es su gobierno, son muchos de sus propios ciudadanos. No todos por fortuna.
Es el momento de hacer un alto en el arduo camino de una sociedad que reclama un mejor destino y un mejor nivel de vida. Marchar con ánimo fortalecido, inquebrantable, hacia el advenimiento de una Nueva Conciencia Nacional, al encuentro de la Nueva Patria Mexicana, aquella por la que lucharon y murieron quienes con su sangre y con su actitud heroica creyeron en un México, fuerte y respetado, que nunca llegaron a conocer.
Y habrá que volver a los olvidados valores inmanentes, genuinos, esenciales y permanentes de la mexicanidad, a los que acudió Ramón López Velarde cuando escribió en aquella “Suave Patria” hoy tan endurecida:
Y “Diré con una épica sordina: la Patria es impecable y diamantina”