Recojo de mis archivos una noticia “vieja”. Erradicar el hambre es posible (El País, 30 de junio de 2016), tesis de José Graziano da Silva, quien fungía como director de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Copio la primera oración: “Aunque el número de personas que pasa hambre en el mundo se ha reducido a unos 800 millones (200 menos que en 1990), sigue siendo una cifra inaceptable”. En otro apartado agrega: “Esta generación debe ser la que erradique la desnutrición”. Creer o no la afirmación de Graziano da Silva es decisión personal.
Las organizaciones mundiales siempre buscan diseminar noticias alegres. Nadie ha de comparar los propósitos éticos de la FAO con los informes de organismos como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, cuyas políticas rapaces atentan contra la ética. Y nadie, salvo la realidad, y las estadísticas, siempre cuestionables de los grupos mencionados, tiene la posibilidad de contar 800 millones de personas para afirmar que el mundo tiene menos hambre.
Los números no sólo son números. Son realidad. De acuerdo con la ONU, en su informe sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en 2022, 735 millones de personas (9.2% de la población mundial) padecía hambre crónica, “Un aumento vertiginoso en comparación con 2019”. Asimismo, 2,400 millones de personas vivían en inseguridad alimentaria de moderada a grave, i.e., un aumento de 391 millones en comparación con 2019.
Peter Singer, eticista, calcula que viven en pobreza o miseria, 1,000 millones de personas. Dotado de autoridad ética, reflexiona, en TheLifeYou Can Save (RandomHouse, TradePaperbackEdition, NY, 2009), sobre la pobreza. Comparto unas líneas:
Años atrás, el Banco Mundial realizó un estudio para saber lo que los pobres dicen. Los investigadores entrevistaron a 60 mil mujeres y hombres en setenta y tres países. Una y otra vez, en distintos idiomas y en continentes diferentes, las personas pobres describían así la pobreza:
Durante la mayor parte del año faltan alimentos; a menudo sólo se come una vez al día; en ocasiones, debes escoger entre aplacar el hambre de tus niños o la propia; a veces no satisfaces a nadie.
No es posible ahorrar. Si un miembro de la familia enferma y necesitas dinero para acudir al médico, o si la cosecha fracasa y no tienes nada que comer, es necesario pedir dinero prestado; los intereses serán tan elevados que la deuda se incrementará de tal forma que nunca será posible librarse de ella.
Vives en hogares inseguros, hechos con lodo o paja: es necesario rehacerlos cada dos o tres años, o antes, si el clima los destruye.
Las fuentes de agua se encuentran a grandes distancias. Es necesario transportarla desde lejos. Cuando la consigues, es indispensable hervirla.
Las cifras de la FAO, cien millones más, cien millones menos de personas en situación de pobreza requieren apellidos. Algunos se leen en los listados previos. Sumarlos es crudo: ausencia de futuro, enfermedades, desesperanza y, agrego, prostitución. Sumar significa humillación. La humillación es uno de los grandes cánceres de la humanidad y la pobreza es una de las razones fundamentales de la humillación.
En el mundo hay ocho mil millones de habitantes, de los cuales, entre 800 y 1,000 millones padecen hambre. Las metas fundamentales de la ética son bregar por la justicia y aspirar a la felicidad. Pobreza y hambre son binomio inseparable. Si no disminuyen pobreza y hambre, imposible hablar de justicia y felicidad.
Comparto las reflexiones finales de Graziano da Silva: “Y es que no me cansaré de repetirlo: no habrá paz sin seguridad alimentaria y no habrá seguridad alimentaria sin paz”.