25 de Septiembre de 2024
Director Editorial Lic. Rafael Melendez | Director General - Dr. Rubén Pabello Rojas

México, aliado y contrapeso de EU

 

 

 

 

 

 

EL UNIVERSAL
SAN JOSÉ

En los últimos 63 de los 200 años de relaciones entre México y Estados Unidos, el gobierno mexicano ejerció los papeles de peón, mensajero, contrapeso, adversario y aliado de Washington en los turbios nexos interamericanos de la Casa Blanca y como única nación de América Latina y el Caribe con frontera terrestre con… "el imperio". 
Por imposición de Washington desde 2019, México acató y actuó como peón al edificar un muro migratorio en suelo mexicano y bloquear el paso a las oleadas de migrantes sin papeles de América, Asia y África que intentan ingresar sin visa a Estados Unidos y que al final se quedan en el lado mexicano. México fue un simple espectador en las decisiones militares de Washington de invadir Cuba en 1961, República Dominicana en 1965, Granada en 1983, Panamá en 1989 y sostener a los regímenes castrenses derechistas del siglo XX en América, desde las dinastías Duvalier en Haití y Somoza en Nicaragua hasta las dictaduras de Alfredo Stroessner en Paraguay y Augusto Pinochet en Chile, o las de generales, coroneles y oligarquías en la mayor parte del continente.
A partir de la década de 1960, como único país americano que rechazó acatar las presiones de Estados Unidos y romper lazos diplomáticos con Cuba, México fue un crucial mensajero entre Washington y La Habana en etapas de choque entre la Casa Blanca y la Revolución Comunista Cubana como satélite de la Unión Soviética (URSS) en América incondicional a Moscú. 
Los lazos de Estados Unidos y México fueron impactados por el triunfo de la Revolución Cubana en 1959. Sin vínculos diplomáticos directos desde 1961, Washington y La Habana recurrieron en varias fases a México como vía indirecta para enviar mensajes y obtener respuestas, en uno u otro sentido y con secretismo o discreción, en momentos puntuales de controversia y en un proceso que confirió al gobierno mexicano un papel diplomático relevante.
México no ejerció ninguna función primordial en la Crisis de los Misiles en Cuba en 1962, cuando Moscú y Washington estuvieron al borde de un choque atómico por el montaje de misiles de la URSS en suelo cubano, a lo que Estados Unidos se opuso. Tras 13 días de tensión mundial, la crisis fue solucionada diplomáticamente por estadounidenses y soviéticos y se evitó una guerra nuclear.
Pero la herencia de octubre de 1962 llevó a México a promover, negociar y lograr, de 1964 a 1967, que se aprobara el Tratado para la Proscripción de Armas Nucleares en América Latina y el Caribe, o Tratado de Tlatelolco. Suscrito en México en 1967 y vigente desde 1969, el pacto convirtió a América Latina y el Caribe en la primera zona en el mundo en declararse libre de ese tipo de armas.
En 1984, al estallar una de las bombas migratorias en Cuba con miles de cubanos ansiosos de viajar a Estados Unidos ante la grave situación socioeconómica de su país, México facilitó el contacto de Washington y La Habana. En la segunda mitad del decenio de 1990, México impulsó —sin éxito— el retorno de Cuba a la Organización de Estados Americanos (OEA), de la que fue expulsada en 1962 por adherirse al bloque comunista comandado por la URSS.
Si las secuelas de la Revolución de Cuba en 1959 posicionaron a México como vital jugador hemisférico, 20 años después ocurrió el momento estelar de la diplomacia mexicana: la Revolución de Nicaragua en 1979.
México se despojó de su principio central de política exterior de no injerencia en asuntos internos de otros Estados y desplegó una labor activa para el derrocamiento de la dictadura nicaragüense de los Somoza. Con el triunfo militar del entonces guerrillero e izquierdista Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y la caída del somocismo, Nicaragua emergió como satélite de Cuba y colocó a México como su segundo más importante socio en América… para disgusto de la Casa Blanca. De la mano de Moscú y La Habana, Managua se transformó en “cabeza de playa” para la expansión comunista en Centroamérica y la exportación de las guerrillas procubanas a El Salvador y Guatemala. 
Grupo Contadora
México rivalizó en 1981 a Estados Unidos al unirse a Francia y reconocer a la alianza de la guerrilla comunista del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) con su brazo político, Frente Democrático Revolucionario (FDR), como fuerzas beligerantes en El Salvador. Estados Unidos reforzó su respaldo a los regímenes militares derechistas de El Salvador, Guatemala y Honduras y creó una fuerza bélica contrarrevolucionaria para combatir a Nicaragua.
Ante el incendio regional, México se unió a Panamá, Colombia y Venezuela para crear el Grupo Contadora en 1983 y buscar una salida diplomática a las guerras en El Salvador, Guatemala y Nicaragua, y su impacto en Costa Rica y Honduras, sobre la base del cese de la injerencia o la intervención de fuerzas extrarregionales, como Estados Unidos, URSS y Cuba.
El pacto de paz de Contadora, que incluyó múltiples factores democráticos, militares, políticos, económicos y diplomáticos, nunca fue suscrito. Los cinco países de Centroamérica firmaron en 1987 el Acuerdo de Esquipulas para pacificar el área y sólo asignaron una tarea de verificación.
Al derrumbarse el campo socialista de Europa del Este —cayó el Muro de Berlín en 1989, finalizó la Guerra Fría (Moscú versus Washington o comunismo contra capitalismo) y se disolvió la URSS en 1991— y pacificada Centroamérica de 1987 a 1996, México perdió protagonismo. El proceso lo ahondó un suceso que impactó a 20 años de Nicaragua y a 40 de Cuba, pero con votos y no con armas como en 1979 y en 1959: la Revolución de Venezuela en 1999. 
Autoproclamado como demócrata, Hugo Chávez ascendió ese año a la presidencia de Venezuela y lanzó la Revolución Bolivariana en su país. Se asoció con Cuba, y Chávez creó una alianza con los gobiernos de izquierda que se instalaron en América Latina y el Caribe con votos, como Brasil y Argentina en 2003, El Salvador en 2004, Bolivia y Haití en 2006, Uruguay en 2005 y Nicaragua y Ecuador en 2007, entre otros.
"Con Chávez, Venezuela saltó al tablero como un actor central en la región que eclipsó a México, pero ideologizó la política exterior”, afirmó el economista guatemalteco Edgar Gutiérrez, excanciller de Guatemala, consultor internacional y analista y estratega político y de seguridad.
"Lo más notable fue la pérdida del liderazgo [de México] en América Latina y el Caribe, necesario para una interlocución en bloque con Estados Unidos sobre drogas, migraciones y democracia", dijo Gutiérrez a EL UNIVERSAL.
Al recordar que, en la década de 1990, "el componente central" de la política mexicana hacia Estados Unidos giró sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, al que se sumó Canadá con su negociación desde 1989 y que entró a regir en 1994, adujo que México subordinó "el resto de su agenda y de la política exterior más amplia" al factor comercial y financiero.
México se distanció de Cuba desde 1999 al cuestionar implícitamente que en Cuba hay unipartidismo, falta de democracia y violaciones a los derechos humanos. El alejamiento con Cuba siguió de 2000, al finalizar 72 años de gobiernos del PRI, a 2012 y empezó a revertirse en la segunda década del siglo XXI.
Al ascender a la Presidencia de México en 2018, el izquierdista Andrés Manuel López Obrador concedió rango prioritario a Cuba y, pese a que alegó respetar los asuntos internos de otros Estados, proclamó su defensa incondicional de la Revolución Cubana. A diferencia de otras épocas, ni Cuba ni Estados Unidos requieren hoy de mensajeros y su comunicación ya es directa.
"La política exterior de México debería de tender a recuperar su protagonismo en América Latina", planteó el politólogo costarricense Carlos Murillo, director del Centro de Investigación Observatorio del Desarrollo de la (estatal) Universidad de Costa Rica.
"México debe reconocer que es interlocutor clave con Estados Unidos y que cuando habla con éste no está hablando sólo en un plano estrictamente bilateral, sino que México es la puerta de entrada al resto del hemisferio occidental", aseguró Murillo a este diario.
Tras advertir que "eso no ha sido entendido por las últimas administraciones mexicanas, no sólo por López Obrador", explicó que "debería de ser una política que tome en cuenta sus relaciones con América Latina y ese rol mediador o intermediador con Estados Unidos, en la medida en que EU no percibe [a México] incluso en temas de seguridad como un asunto latinoamericano, sino más como uno doméstico. El problema de la política exterior mexicana es que ha perdido fuelle en muchos aspectos y ha perdido protagonismo", sentenció.
Con este escenario, ¿entiende EU a México y al vecindario de América Latina y el Caribe?