* Pensaban que provenía de granja, no de restos humanos
Ana Lilia Osorio/AVC
Emiliano Zapata, Ver.- Los habitantes de la Aquiles Córdoba Serdán pueden presumir que nunca han tenido que velar a un difunto de la colonia. Pero no pueden presumir haber estado lejos de la muerte. Les rondó cerca, muy cerca.
Tanto que la olían cuando debían salir y caminar junto a La Barranca de La Aurora, esa donde ahora se sabe que policías estatales tiraron al menos 19 cuerpos y la Fiscalía General del Estado reportó sólo seis.
Tanto que se tenían que tapar la nariz y esquivar los zopilotes que rondaban la zona y que avisaban de algo en descomposición, pero que todos pensaban eran pollos de la granja cercana o la basura que algunos tiraban y que llevó a prohibir echar cualquier desperdicio hacia el vacío.
Tan cerca anduvo que toda la colonia conoce el relato de un niño que vio caminando a una joven golpeada, ensangrentada y en short blanco, cerca de la barranca. La conocen como el “espanto” que creyeron que era y a quien le pusieron una veladora, pero que pudo haber sido una víctima de los policías que escapó.
Vieron el rostro de la muerte cuando observaron las fotos de los cuerpos dispersos en la barranca que tomaron algunos de los vecinos que bajaban a cazar toches y conejos (como suelen hacer los más jóvenes) y se encontraron con la masacre.
La muerte la confirmaron cuando estuvo cuatro días cerrada la única calle que hay para ingresar a la colonia, justo junto a la barranca. Entonces los policías y soldados solo los dejaban entrar a ciertas horas, pero mostrando su credencial y supieron que era por los muertos.
Cuando el operativo se fue le pidieron al padre Andrés, en una de sus visitas mensuales para la misa en la capilla Divino Niño Jesús, que echara una bendición hacia la barranca, hacia donde no concebían que hubiera cadáveres.
Lo que no supieron de ese operativo de enero del 2016 es que los fiscales “desaparecieron” algunos cuerpos que ahí encontraron y que dos años después serían procesados por ese delito. Que eran policías quienes buscaban desaparecer a sus víctimas ahí, tan cerca de ellos, y que en 2018 serían detenidos por sus delitos.
Ellos, los vecinos, quieren hablar, pero desde el anonimato, aunque todos saben dónde fue.
Algunos, dicen, quedó el miedo de caminar cerca de la barranca que podría haber sido el último lugar de algunas personas, pero que la vida ha vuelto a la normalidad en la colonia poco a poco.
Pese a todo, no temen a la Policía Estatal, que tiró los cuerpos, ya que poco llega al lugar.
Tampoco le temen a la Policía Municipal que solo le tocó saber del operativo, pero que según aseguran sus elementos, sus colegas de la corporación del Estado excluyeron y ni siquiera pudieron saber la cantidad de cuerpos que había.
Los terrenos de la orilla de la barranca fueron cercados por su dueño, un coatepecano, unos meses después del operativo.
Ahora se ve un acantilado verde, con árboles que evocan tranquilidad en ese lugar del que se sabe fue escenario de una historia de terror; a lo lejos un río de agua lenta del que los pobladores desconocen el nombre; y arriba unos cuantos zopilotes revolotean por el lugar.
Es en ese lugar donde los colectivos de búsqueda de desaparecidos piden una exploración exhaustiva, pues temen que los cuerpos que se llevaron no sean los únicos.
A dos años de estos hechos y con la detención del exdirector de Servicios Periciales y la exdelegada de la Policía Ministerial, los vecinos de la colonia formada por antorchistas han escuchado que regresarán a buscar más cuerpos en la inmensa barranca junto a la que caminan todos los días y en la que uno que otro atrevido camina entre veredas en búsqueda de un animal para comer.