Jorge Parra
Misantla, Ver.- Cuando Carlos Santos Modesto, originario de la comunidad Manuel Gutiérrez Nájera, enclavada en la sierra de Misantla, regresó a su comunidad hace tres años, no le quedó más remedio que resignarse, pues la realidad del campo es cruda; y se resiente más cuando por un tiempo lograste vivir el sueño americano.
Carlos cuenta que anhela regresar pronto a Estados Unidos, un lugar en el que vivió durante 12 años, y donde logró tenerlo todo: una esposa, un hijo, una vida estable; sin embargo, en el carrusel que es la vida, algo salió mal y después de poseerlo todo, se vio en manos de la “migra”, embarcado en un autobús que lo enviaba de regreso a México, sin nada.
Cuando se le pregunta cómo es vivir allá en el “gabacho”, con un aire nostálgico respondió sin titubear, “Es como si vivieras en otro mundo, son dos mundos diferentes aquí y Estados Unidos”, Carlos es el menor de 7 hermanos y se fue al norte siendo aún menor de edad, en el 2001.
“Me fui en el 2001, salí de aquí a la frontera, allá busqué un coyote para que me guiara por el desierto de Arizona, en aquel entonces me cobraron 15 mil pesos, que antes era un buen de dinero, a comparación de ahora que te están cobrando entre 100 y 120 mil pesos, sí porque la mayoría de coyotes ahorita cobran de 7 a 7 mil 500 dólares, no se bajan de eso y a como está el dólar, pues son más de 100 mil pesos”.
El incremento en el precio de la pasada sumado a los problemas de inseguridad por la guerra de cárteles en la frontera y el incremento de la vigilancia en el desierto y aeropuertos, ha hecho que muchos de sus paisanos hayan desistido del sueño americano, “ahora ya casi nadie se quiere ir” me dice, sin embargo, no siempre fue así, pues en el 2001, Carlos logró pasar junto con otras 29 personas sin ser detectados por la migra, incluso cuenta que pudo viajar en avión, con una credencial que él mismo se fabricó.
“Íbamos como 30 de diferentes lugares del país y diferentes edades, iban niños, mujeres, yo la migra no la conocí en la pasada, tuvimos mucha suerte, te imaginas éramos 30, íbamos en una fila larga atravesando el desierto y no nos vieron. Llegamos a Phoenix Arizona, en aquel entonces nos llevaban a los Ángeles California, al llegar al aeropuerto me pedían una identificación en aquel tiempo porque era menor de edad, y yo solo me di la idea de hacerme una identificación con mi CURP, le puse una foto le puse otros datos la mandé a enmicar y con mi acta de nacimiento, eso presenté y me dejaron viajar en avión”.
Después de cruzar el desierto y luego viajar en avión, Carlos Santos comenzó a trabajar en una bodega propiedad de unos chinos, ahí laboraba de lunes a viernes y comenta que era uno de los trabajos peor pagados, pues le daban 5 dólares con 15 centavos por hora, sin embargo esto bastó para que él pudiera pagar sus pasajes, comidas, enviar dinero a sus padres y pagar los 15 mil pesos que había pedido prestados para irse al gabacho durante su primer año viviendo allá.
“Fue difícil los primeros días, extrañaba mucho a mis papás, sólo eso extrañaba. Es como si vivieras en otro mundo, son dos mundos diferentes aquí y estados Unidos, si te gusta trabajar te ofrece una vida sin preocupaciones, puedes tener tu familia bien, tus hijos van a la escuela, crecen bien educados, no estás pensando mañana qué voy a comer, porque allá el gobierno sí te apoya, no es como aquí”.
¿cómo te apoyan? Le pregunto: “Te apoyan con cupones de leche, frijol, huevo, aparte dan 200 dólares en efectivo cada 15 o 20 días y si te gusta trabajar no te preocupas de nada, te alcanza para mantener a tu familia allá y a tus papás acá, y los trabajos no son pesados como aquí aunque trabajes en el campo”.
Carlos vivió 12 años en Estados Unidos, logró casarse y tener un hijo nacido allá, hasta que su matrimonio fracasó, entonces comenzaron los problemas, “probé la libertad y me gustó”, dice con cierta pena. Y es que nuestro entrevistado regresó a México como deportado; “la migra no es como la pintan, si te portas bien te tratan bien”, y entonces comienza a explicar el procedimiento con el que trabaja migración en el país del Norte.
“La primera vez que te agarran, toman tus datos y te dan una fecha para ir a la corte, ahí debes pagar una multa, si vas y pagas y haces lo que te piden, hasta te pueden ayudar a arreglar tus papeles, te dicen que eres un buen ciudadano y que eres bienvenido; pero si no vas, estas cometiendo un delito, entonces te buscan y te encarcelan sin derecho a fianza, un tiempo después, te fijan otra fecha en la corte y si vuelves a faltar a la cita, ya llevas dos delitos, y bueno te vuelven a buscar y si te encuentran digamos tomando, ese ya es un delito grave y ya te llevan a migración, ahí te dicen -tú eres un peligro para la ciudadanía- y te deportan… así me pasó”.
Con la cara agachada, me dice “hay veces que se le mete a uno la locura, y pierde uno todo”, Carlos dice que hoy se ha quedado solo, pues sus padres que eran lo único que lo ataban a México, ya murieron, y después de haber vivido en el primer mundo ahora se encuentra nuevamente en el campo, sin fuentes de empleo y anhelando regresar a conquistar el sueño americano.
Sus planes son a corto plazo, pues ahora se está dedicando a reunir el dinero que necesita para irse, alrededor de 7 mil 500 dólares, aunque reconoce que ya no hay garantías de pasar, sin embargo es optimista y dice que buscará irse a otra ciudad, con otro nombre a empezar de nuevo, mientras tanto en la comunidad Manuel Gutiérrez Nájera, se entretiene en los nuevos viveros de café, mientras planea su viaje de ida.