- El piloto mexicano recorrió por segunda vez la prueba, que se disputó durante siete días, de Veracruz a Monterrey
Agencias
México
El paisaje es bello y tétrico al mismo tiempo. Frente al auto que corre a 160 kilómetros por hora, hay montañas, un cielo inmenso y el sol brillante; también hay un letal barranco y una vuelta cerrada que Adrián Fernández toma con maestría, con suave giro de volante, y un rechinido de llantas que hace eco en La Congoja, a más de dos mil 500 metros sobre el nivel del mar, en la Carrera Panamericana 2023.
Esa vuelta evita un desenlace visto en las películas. Lo que no es ficción es el toque del expiloto mexicano en el timón que tantos años fue su mejor compañero, a máximas velocidades, en competencias por todo el mundo. En ese contexto, ambos se echan de menos. Lo que no extraña es distanciarse de su familia, pero cada vez que puede, conduce hasta los orígenes de su amor por la velocidad.
“Llegué a correr 100 metros vallas cuando era niño”, dice, aparentemente en broma, pero es cierto. Después, vuelve a encender los motores: “Empecé corriendo en motos. Me enamoré del automovilismo porque mis tíos corrían. Se llevaban el auto en un tráiler a las carreteras de La Marquesa a probarlo. Yo tenía como seis o siete años. Mi tío me sentó en sus piernas frente al volante, y al sentir el aire y ver las llantas enfrente dije: ‘¡qué onda!
“De adolescente, los convencí de que ese Ford Pony que tenían casi abandonado lo corriéramos en las 24 horas de México. Corrimos, y ese fue mi primer contacto. Ahí empezó la historia”, relata a El Heraldo de México, y dos pasajeros más, entre ellos, Paolo Pedersoli, fundador de Scuderia Classiche GmbH, con sede en Lugano, Suiza.
Con lente oscuro, Adrián Fernández se humaniza en medio del tránsito, pidiendo que lo dejen pasar, y aguantando que le piten cuando busca moverse de carril. “Bájate y ve a decirle que nos dé chance, ¿no?”, le pide al reportero, para que se ponga al tú por tú con un camión Torton. Las risas salen con las primeras luces del día, pero cesan cuando un auto se cierra al carril de alta velocidad, obligando a volantear al experimentado guía, que responde con el pulgar arriba —un like sarcástico—, calificando la imprudencia del otro auto.
A la velocidad, con respeto
En el Twitter de Adrián, hay un video fijado, en el que conduce durante la calificación de Texas, en la ChampCar de 2001. En ese bólido tricolor, emblemático en la carrera de Fernández, alcanzó una velocidad de 230 millas por hora, es decir, 370 km/h. Los 160 km/h que alcanzó en la zona montañosa hidrocálida, no fueron nada.
Después de tantos años en los autos, ¿le pierdes el miedo a la velocidad?
No, nunca. Pero más bien es respeto. No separar los pies del piso.
¿Qué te parece la Carrera Panamericana?
Es toda una aventura. Esto no lo vives en ninguna parte del mundo. Si vas a tener aventuras que contar, La Pana es una de tus highlights.
¿Tu hijo corre o le atrae seguir con tu legado?
No. Maneja simuladores y ve carreras conmigo, pero su pasión es el futbol. Está chico, tiene 15 años. Tiene el talento y la parte física, podría buscar el profesionalismo, es cuestión que quiera. Al menos está haciendo deporte.
Un olor a carbón y a maíz abre el apetito al subir al pueblo de La Congoja, sobre la avenida Luis Ortega Douglas. Pilotos, navegantes, invitados y pobladores locales, hacen sus pedidos: “quiero dos quesadillas de flor y una gordita de chicharrón con queso”. Mientras tanto, Adrián González y Luis Chapulín Díaz, se toman foto con niños de primaria, que paran las clases para ver el contingente motor y a las figuras de este deporte.
Una parada técnica al sanitario. Una gordita y un refresco, para después bajar entre serpenteantes y peligrosos caminos, de la mano del campeón en la American Le Mans Series (2009) y la Fórmula 3 Mexicana (1991); el segundo lugar en las 24 horas de Le Mans (2007) y en el CART FedEX Champ Car World Series (2000), con tercer sitio en el Firestone Indy Lights Championship (1992), entre otros laureles.
El disfrute de los caminos
Fernández acepta que le gusta manejar y que lo hace cuando es posible, incluso en el lugar donde radica, en Miami, Florida, pero disfruta más cuando los caminos están cerrados para recorrerlos como en esta edición de la Panamericana. Las poco más de cuatro décadas de experiencia en el automovilismo profesional, le permite acelerar sin dejar de disfrutar el camino. De ahí la oportunidad de incluso bromear, sin soltar el volante.
Suena una estresante advertencia en el auto: algo va abierto. El nerviosismo toma por los hombros a los tres pasajeros que acompañan al piloto, que se vuelve un témpano a casi 200 km/h. Todos abren y cierran sus respectivas puertas, pero sigue sonando, hasta que la puerta trasera del lado de Adrián es casi sellada de golpe, y el silencio devuelve la calma.
Pero hay otro inconveniente: el copiloto (navegante) olvidó el libro de ruta para decirle qué tan pronunciadas están las siguientes curvas. Fernández, con temperatura estoica, las toma con destreza y buen humor.
“Cuando no te leen, no sabes ni para dónde vas. Y ves el pinche barranquito…”, explica, señalando caminos que parecen perderse en el cielo. “Mira esta curva”, dice, sin dejar de acelerar. Después de mostrar el riesgo, juega con el pulso de otros: “Ay, wey, no tiene frenos”, y pega en el piso con el pie, simulando una situación de emergencia, sacada de la ficción, que si no fuera por las risas nerviosas, conociendo la forma de ser del capitalino, obligaría a echar mano de los rezos.
Aparece entonces la parte seria y técnica del piloto: “Para disfrutar de esta carrera se debe ir progresando, no se tiene que ir a fondo, es poco a poco, así vas avanzando, si no te espantas. Debes aprender a leer la ruta, el coche, las técnicas”.
Es la segunda vez que recorre la Carrera Panamericana. La primera vez fue en 2017, cinco años después de su retiro, del que no se arrepiente: “extraño la velocidad, pero no los viajes”, confiesa, y recuerda: “Yo gané dos Heraldos, el primero en 1983. Me lo entregó Manuel Loco Valdés, por ser nombrado el mejor piloto del país”.
La de Adrián Fernández fue una trayectoria dura, creando espacios que no existían en el automovilismo mexicano, abriendo los caminos que marcaron los hermanos Pedro y Ricardo Rodríguez, que mantuvieron Moisés Solana y Héctor Rebaque, para darle cabida a una generación de pilotos como Michel Jourdain Jr., Mario Domínguez, Luis Díaz, Memo Rojas, Roberto González y Rodolfo Lavin, incluso con brillos para alumbrar los inicios de Sergio Pérez.
“Mi carrera es un pedazo importante, igual la de los Rodríguez, pero atrás hay mucha gente de los que ves alrededor, que todos pusimos un granito de arena para lo que tenemos ahorita”, acelera, pero con respeto a las velocidades que alcanzó, esperando que puedan venir unas más altas para el automovilismo en México.
Información tomada de El Heraldo de México.